domingo. 28.12.2025

Por Mare Cabrera

Mi Amiga Elena ha tenido mala suerte. Primero, porque tiene buen oído y no pudo evitar escuchar los gritos y el escándalo que provenía de un lugar cercano aunque indeterminado. Ha tenido una mala idea: asomarse a la ventana a las diez de la noche para descubrir de dónde provenía el ruido y ver, horrorizada, que el vecino de enfrente estaba dándole patadas a la que parecía ser su pareja mientras ésta se cubría la cabeza para que los golpes no le alcanzaran con tanta fuerza.

Elena ha seguido con su mala racha cuando al salir al descansillo del edificio, en Las Palmas de Gran Canaria el pasado 25 de junio, se encontraba a una vecina asomada buscando consuelo de los demás residentes ante la estupefacción del momento. Mal día para Elena, que ante su propuesta de llamar a la policía para dar cuenta de lo que estaba ocurriendo ha tenido que escuchar la negativa de la buena señora con un comodón y cobarde: “Mi niña, no te metas en estos fregados que no te van ni te vienen”.

Bien, pues Elena se vuelve a meter en su casa para llamar a la Policía, haciendo caso omiso de los consejos que acaba de recibir. Vuelve a mirar por la ventana para comprobar el número de portal, y quiere decírselo a las fuerzas de seguridad con tanta y repetitiva mala suerte que el maltratador la ve y empieza a gritarle: “¡Niñata, voy a ir a por ti, que estás mirando!”

Elena llama a una amiga. No quiere dormir en su casa esa noche. Puede que a su vecino aún le queden ganas de dar golpes. Va a la Policía, cuenta lo ocurrido, los agentes se presentan después en la casa y ya no hay nadie.

Mala suerte, porque ha comprobado en una noche la insolidaridad, la creencia de que somos -y lo que es peor, debemos ser- testigos mudos de ese tipo de brutalidades y abusos.

Elena decide mudarse. Mucho miedo como para vivir con él. Se hace de día, la calle sigue con su rutina. La buena vecina ni se inmuta.

La vecina
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