domingo. 28.12.2025

Por J. Lavín Alonso

Que otros de fuera tienen que recordarnos, a nosotros que la protagonizamos, y a otras gentes que poco o nada tuvieron que ver con ella. Lo de hacer de menos los meritos propios en beneficio de los de terceros es algo que ha sido, es y será propio de la idiosincrasia hispana. Es fácil poder comprobar como otros países, con una incidencia y una trayectoria históricas de menos relevancia que la propia, ponen en el pináculo de la gloria y los recuerdos sus propios logros, tendencia esta que parece sernos extraña, como cosa de otros…

Esta vez, el recuerdo de un episodio olvidado de nuestra historia ha sido sacado a la luz por el político norteamericano Newt Gingrich, antiguo portavoz de la Cámara de Representantes de EE.UU, en unión de Alberto Acereda, catedrático universitario en aquel país. Ambos afirman que la historia de Estados Unidos incluye nombres y hechos directamente relacionados con la herencia que España dejo en el país.

La parte de la historia española en Estados Unido fue forjada, dicen, por figuras de gran coraje, como lo fueron de Soto, Ponce de León, Coronado, Gálvez, Menéndez de Avilés y muchos otros. Prácticamente, más de un tercio de lo que hoy es Estados Unidos, en especial la franja sur y oeste, formaba parte del imperio español. Estos territorios, que hoy son los estados de Texas, Nuevo Méjico, Arizona y California, pasaron a la soberanía de Méjico tras la independencia de este. Buena prueba de ello es la proliferación de topónimos hispanos en estos territorios, los cuales fueron absorbidos, uno tras otro, y no con buenas artes, precisamente, hasta formar parte de la Unión. La suerte del expansionismo yanqui es que ellos robaron territorios ajenos y masacraron naciones indias enteras, amparándose en el cínico principio del llamado “destino manifiesto”, filosofía política que sostiene así, sin más, que la raza anglosajona esta (estaba) llamada a controlar el Mundo, sin que les surgiese el fray Bartolomé de las Casas de turno. Si a ello unimos la llamada doctrina Monroe: “América para los (norte)americanos”, ya tenemos el menú completo. El Imperio Británico primero- iniciado económicamente a base de rapiñar a destajo del Español – y el Norteamericano después, han hecho y deshecho a su antojo por esos mundos de Dios. Otro tanto le correspondió a la extinta URSS, que aun sigue teniendo simpatizantes y apoyos ideológicos – aquellos a quienes Lenin llamó los “tontos útiles” - y nadie les ha dedicado diatribas de consideración – o al menos, no con el grado de virulencia de las dedicadas a los dominios en los que “no se ponía el sol”, los cuales ¡oh casualidad! pertenecían a sus católicas majestades. Francia también tuvo su parte en el expolio colonial, pero en menor grado, y a Alemania apenas la dejaron intervenir.

A casi nadie se le oculta ya a estas alturas que las tribus anglosajona o gala han sabido hacer mejor “marketing” - y perdón por el anglicismo, pero viene al pelo - de sus tropelías colonialistas que la nuestra propia. Esta manifiesta incapacidad es precisamente en estos días críticos que estamos viviendo cuando se manifiesta con la peor de sus facetas, y para constatarlo, basta con prestar algo de atención a los medios de difusión, y, no es por nada, mejor a los extranjeros que a los propios…

Nuestra Historia, ahora contaminada, cuando no travestida en varias subhistorias, concebidas al gusto regionalista de algunos, diz que “históricos”, ha sido tradicionalmente objeto de desdén e ignorancia, circunstancias estas a las que han contribuidos en buena parte una serie de planes educativos, tal parece que concebidos con el deliberado propósito de lobotomizar a los educandos. Eso en cuanto al aspecto oficial de la cuestión; a la injerencia de los distintos gobiernos, cual sea su color, en asunto de vital trascendencia como es la educación, cuya elección, sobre todo en lo tocante a las creencias, compete exclusivamente a los padres. La población, en general, también tiene su responsabilidad si consideramos la pereza en la lectura que nos caracteriza. El escritor polaco de ciancia-ficción, Stanislaw Lem, lo expresa en la ley que lleva su nombre.

La ley de Lem dice: «Nadie lee nada; si lee, no comprende nada; si comprende, lo olvida enseguida». Se advierten en el enunciado claros ecos de Gorgias (que nada existe; que, si existe, no es conocible; que, si se conoce, no es comunicable), pero no estoy tan seguro de que la ley de Lem sea un mero y bienhumorado sofisma.

Historia olvidada...
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