Cuarenta y un números, con nombres y apellidos, cómplices de una de las experiencias más emocionantes, intensas, gratas y trascendentales de mi vida, en todos los aspectos. No solo como entrenador de balonmano.
Desde Yovana Cruz hasta Chamaida Robayna, pasando por todas las demás, que quedan incluidas. No voy a personalizar porque sería una lista larga y tampoco voy a cometer la descortesía de nombrar solo a algunas.
Todo empezó el verano de 1991. Yo había dejado de ser consejero de Deportes del Cabildo de Lanzarote y leo en la prensa la noticia de que el “San José Obrero” iba a desaparecer porque sus directivos manifestaban no poder seguir al frente del club.
Recuerdo que caminaba por la acera de enfrente de la Sociedad Democracia, cuando llamo por teléfono a Agapito de León, que entonces era el presidente, y me cuenta la situación. “Agapito, el Club no puede desaparecer. Yo me hago cargo”. Dicho y hecho.
En septiembre, como es de rigor cada año, comenzaron los entrenamientos y, entre los muchos grupos, me encuentro, una tarde, en la PP1 (ahora convertida en canchas de pádel) de la de Ciudad Deportiva Lanzarote, a un cargamento de niñas, infantiles. Muchas de ellas con nombres hasta entonces desconocidos para mi. Eran Yovana Cruz (458), un montón más. Luego, año a año, se fueron incorporando otras. Hasta Chamaida Robayna (498). Del 458 al 498.
Empezaba, para ellas y para mí, una aventura vital que duró ocho años. Fuimos a Madeira. Fuimos a Téramo, en centro este de Italia. Hicimos una revista. Organizábamos los circuitos de balonmano playa. Fuimos campeonas de Lanzarote de campo a través infantil femenino, en el curso 1993-94. Fuimos campeonas de Lanzarote de atletismo, por equipos, en la categoría infantil femenina en el curso 1994-95. Azafatas en múltiples eventos, como los primeros torneos de fútbol playa. Un montón de cosas juntos.
Y, además, entrenábamos y jugábamos a balonmano. Entrenábamos seis días en semana. Todos los días menos los domingos. Entrenábamos en vacaciones, y en Navidad, y en Carnaval. Hacíamos pesas, carrera continua, fartlek, intervalos, cuestas, circuitos. Lanzábamos con balones medicinales de un kilo, pisábamos sobre un banco para saltar más al lanzar a portería. Defendíamos en 3:3, 3:2:1, y a veces individual en medio campo. Recuerdo - aún alguna me lo echa en cara – que les dije: “el balonmano es un deporte muy duro, así que en los entrenamientos seré duro e inflexible.”
Algunas de ellas apenas estuvieron unos meses. Otras solo jugaron un año. Algunas dos años. Otras, se fueron incorporando año a año. Con un grupo de más de veinte viví la experiencia completa.
Hoy son madres, pedagogas, periodistas, dependientas, filólogas, peluqueras, concejales, administrativas. Grandes mujeres. Ahora, algunas de ellas, vuelven conmigo al balonmano. Ahora, conmigo, van a ser monitoras y una gran aventura, seguro que igual de inolvidable que la que les he contado, va a comenzar. Dentro de veinte años les cuento.
Dedicado a Yovana, Aroa, Minerva, Yasmina, Yurena, Cristina, Carmen María, Macarena, Carmen Delia, Vanessa, Natacha, Carolay, Yara, Elisa, Dulce y Chamaida, con las que viví la experiencia completa. Todas ente el 458 y 498.