domingo. 18.05.2025

Por Serapio Manuel Rojas de León

Si es usted una persona con movilidad reducida y necesita de una silla de ruedas para trasladarse, no vaya a la Oficina Técnica del Ayuntamiento de Teguise. ¡Ni se le ocurra!

No tiene necesidad de jugarse la vida intentando llegar a semejante sitio, puesto que si lograra el fin de la odisea de sobrevivir a tan tremendo propósito, cuando esté delante del susodicho edificio, no podrá acceder de ninguna de las maneras. Entrar allí, se convertirá en un deseo inalcanzable. Por tanto, ahórrese esa aventura, porque de todas todas, no tendrá final feliz.

Hace ya algún tiempo, con la entrada de los últimos nuevos responsables munícipes, no se sabe muy bien por qué, se trasladó la Oficina Técnica desde las viejas dependencias municipales de la calle General Franco, hoy Santo Domingo, al Palacio Marquez de Herrera y Rojas, que es igual o tanto más de viejo, y que está situado en la calle José Betancort, más conocido por su pseudónimo de Angel Guerra.

Esta calle tiene una acera a cada lado, de unos sesenta centímetros de ancho aproximadamente. Por eso, si fuera usted en silla de ruedas, llevaría una encima de la acera y la otra en el asfalto, con el peligro lógico que le supondrá el vuelco lateral. Si va andando y lleva una carpeta o un bolso, pues es lo mismo que si fuera jugando a la pata coja, pues irá con un pie en la carretera y el otro sobre la baldosa. Como si le faltara un cacho a la pierna que va por el piche, se le verá a usted dando bandazos hacia la calle y dándose taponazos con el hombro contra la pared.

Los conductores, que podrían pensar que va usted borracho, no tienen eso en cuenta, y pasan sin reducir lo mínimo su velocidad. Si algún vehículo le diera un empujón o lo arrastrara a usted unos metros, el control de alcoholemia se lo harían a usted, por ir en esa calle estampándose contra las paredes y echándose prácticamente encima de los coches.

Da igual el lado de la calle que escoja para dirigirse a la Oficina Técnica, además de ir cojeando obligatoriamente, tendrá que ir con toda la atención del mundo y que le permita su ojo derecho, para no trompicar y estropearse media cara contra el suelo. Por el rabillo del ojo izquierdo, mirará permanentemente hacia atrás, pues si lo hace girando el cogote a cada rato, apañará con seguridad, tremenda tortícolis. Tratará de averiguar con esas ojeadas, si viene algún vehículo o una cuadrilla de ciclistas a toda leche.

Cuando los vea venir, entonces, como un rayo, subirá las dos piernas a esa cosa que llaman acera, colocará la espalda contra la pared, aguantará lo máximo la respiración y esconderá la barriga todo lo que pueda, para evitar que le refolen el ombligo.

Después de los resoplidos oportunos y recuperar otra vez la figura normal de su cuerpo, tras el inevitable persignado por haber escapado, se dará usted un poco más de prisa, para salir cuanto antes de ese túnel sin techo lleno de peligros y en el que inconscientemente se ha metido.

Ahora, con prisas, medio asustado y en carrerilla, se creerán que va usted eschavetao porque lo verán haciendo jeribeques por mantener el equilibrio con un pie arriba y el otro abajo de la acera. Tratará de no caerse, de no llevarse la cal de las paredes, y además, procurará esquivar los posibles espejos de algún camión, de una guagua o el de una furgoneta del mismo Ayuntamiento.

Respirará hondo, si escogió la acera opuesta, y con valentía cruzará al otro lado, mirando al pizco cielo que le deja ver la estrecha calle y dará las gracias a la divina providencia, por haber logrado llegar vivo a la puerta de la bendita Oficina Técnica.

Una vez alcanzado el milagro de estar aquí, se agarrará a una valla de protección que está delante de la misma puerta. Girará un poco la cintura y de lado entrará hasta colocarse frente al portal. La valla ahora le protege el culo, no se sabe muy bien de qué, porque si pasa la guagua, le dará una bofetada con el espejo retrovisor, y lo convertirá en un guiñapo acurrucado entre el portal y los dichosos hierros.

Justifican este barrote, porque dicen que los funcionarios salen con tanta prisa, que no se dan cuenta que desde el quicio de la puerta, ya están prácticamente en la calle y se los puede llevar por delante, una moto cualquiera. Así que la salida con prisas está asegurada, por cuanto que en la puerta se acabó la rapidez

Una medida de seguridad para los trabajadores y los usuarios de esta dependencia municipal, que además debemos agradecer, aunque para entrar, estés sometido a la dieta continua de no poder engordar, porque entonces no accederías a las dichosas dependencias y te quedarías atascado entre la valla y la pared. Si has llegado hasta aquí, el objetivo, es entrar.

No se te ocurra hacerlo de sopetón, aunque veas venir el camión de la basura, pues por querer meterte a toda prisa por la puerta para dentro como alma que lleva el diablo, para intentar escapar al estampido del retrovisor, no verás el escalón que tienes que bajar en el mismo chaplón del portal, que está unos quince centímetros más abajo. Un desnivel considerable desde la acera hacia el interior, haciendo que trastees un poco, y empurres la frente, dejándote los sesos, en una puerta de cristal que han colocado metro y medio más adelante.

Todos escucharán el taponazo, pero nadie se reirá en el momento. Cuando te hayas ido, las carcajadas se oirán en la plaza de los leones. Están estos cristales móviles bien señalizados con unas pegatinas rojas, pero aún así, si has entrado con decisión y el inoportuno escalón te jugó una mala pasada, sobre todo a las féminas que usan tacones, acabarás besando a la fuerza y con dolor, los dichosos distintivos adhesivos en el cristal.

Te rehaces a tu manera, sin saber muy bien qué coño te ha pasado, y muestras una sonrisa incrédula, por haberte librado del sopapo del camión, y sin embargo, casi tienen que recogerte tieso y entre cuatro, dentro del zaguán palaciego. Recoges los papeles del suelo, el bolso o lo que sea, y pasándote la lengua por una mano, te la llevas a la frente apretando con todas tus fuerzas, intentando que no te salga el bulto achichonado del tremendo golpe que te has soplado tú mismo. ¡Estás tonto, caramba!

Te recompones y con valentía renovada, empujas con decisión una de las hojas acristaladas traspasando la barrera transparente. ¡Ahí estás! ¡Que se note que querías entrar! Ya no sabes muy bien para qué, pero no importa. Tienes ombligo, no te has dislocado un tobillo, el hombro sólo tiene un rasponcito como recuerdo de las paredes, el cogote gira bien y la frente solo te duele un poco. ¡Sigues entero y ya estás en el interior de la Oficina Técnica del Ayuntamiento de Teguise!

Observas el panorama con atención, antes de atreverte a volver a dar un paso en falso hacia adelante. Descubres que te atenderá un trabajador que está tres metros hacia el interior, y en esta ocasión subirás dos escalones. Sí. La mirada no te engaña. Ya no bajarás más. Caminarás tres metros, más o menos seguro y entonces subirás los dos peldaños.

Con desconfianza, por los avatares sufridos desde que saliste del coche para llegar a este sitio, agarras el respaldo de la silla, la retiras hacia atrás y te sientas. Observas de pronto, que este asiento donde te has sentado ya, está apenas a medio metro de los dos escalones que acabas de subir. Mientras te atiende el auxiliar administrativo con extraordinaria exquisitez, tu no dejas de mirar hacia esos dos peldaños, pensando a la vez, que si te mueves un poco con cierto ímpetu, la reconfortable silla te emborcará por esos dos escalones que tienes a tu izquierda. Te imaginas en el suelo boca abajo con la silla de sombrero y decides con rapidez no tener tanta imaginación, por si acaso. Te sientes que estás vendido, desde el maldito momento en que decidiste venir a esta oficina técnica.

Al rato, debido a los sustos sufridos, notas en la entrepierna que se despierta el apetito orinario. Que quieres mear, vamos. Miras a todos lados y no ves nada que te indique los anhelados baños. Se lo pides por favor al auxiliar que te está atendiendo, y éste, girando su silla, te señala una escalera de madera que lleva a la planta alta y que el acceso está justo detrás de él.

Al final de esa ristra escalonada, hay una puerta de cuarenta centímetros de ancho, que te da el acceso al urinario, también previa superación de otro escaloncito, si has logrado llegar al descansillo. Un rato antes, observaste como una persona subiendo, trastabillaba, y se quedaba de rodillas en el sitio. Ni de coña vas a mear a semejante lugar, entre otros, porque rozarás el culo y la barriga, intentado atravesar por semejante puerta. Te mearás encima, puesto que no te dará tiempo atravesar algo tan estrecho.

Piensas que ya mearás en un bar o una cafetería cualquiera de la Real Villa cuando salgas. Si sales, claro. Y la imaginación se te echa a volar de nuevo, pensando en si una de aquellas mujeres que trabajan allí se quedara embarazada o si es una mujer que viniera de la calle para gestionar alguna cosa, ya que es inimaginable cómo se las ingeniaría con ese volumen de barriga para subir hasta allá arriba, y sentarse en la tasa de ese baño, si lograra primero entrar, lógicamente. Lo de una embarazada bajando por ahí, no te atreves ni siquiera a pensarlo.

Todas las escaleras hay que transitarlas con precaución, sin duda, pero ésta de la Oficina Técnica del Ayuntamiento de Teguise, hay que subirla y bajarla con cuidado extremo. Sobre todo al bajar, porque si no, te vendrás de boca empotrándote en el respaldo de la silla del auxiliar que está abajo, y a esa pobre persona la dejarás estampada en la pared como si fuera una pegatina.

Te quedas ciertamente aliviado, por cuanto que te explican que arriba, en la planta alta, sólo trabajan los técnicos y que éstos, están obligados a bajar para atender a la gente en la planta baja, con lo cual, como ya decidiste que no subes a mear, pues no tendrás que arriesgar la vida entre esos escalones de madera.

Luego, cuando esa persona, técnico o técnica, que la ves mirando como si contara cada escalón que supera en su bajada, como si de una pequeña victoria se tratara por no tropezar, y se va parando de vez en cuando, para observar a quien tiene que atender aquí abajo, y que ha decidido venir a escucharte, que viene a atenderte o a solucionarte, si tuvieras la suerte para ello, que es casi nunca, es cuando de manera instintiva juntas las manos y te pones a rezar, para que no se caiga, que llegue hasta ti entera, sana y salva, y que por Dios, no tengan que llevársela en alguna ambulancia, para no tener usted que volver a terrorífico sitio otro día.

Analizas la media de edad de los que allí están trabajando, calculando que rondarán entre los treinta y muchos y los cincuenta años. No te imaginas a esta gente a los sesenta, o hasta los sesenta y siete de su jubilación, trabajando en estas increíbles dependencias.

Temblando en la silla, por lo cerca que tienes el pequeñito precipicio de tu izquierda, haces un barrido visual del lugar, y te das cuenta que todo sobre tu cabeza es pura madera y además, parece que de la buena. Es decir, que los suelos de la planta alta son la misma madera que observas desde abajo. Los techos, naturalmente, de esa planta superior, también son de madera. Es todo muy bonito, sin duda, pero nada práctico para las dependencias que acoge.

Piensas que esta gente, (ingenieros, delineantes, aparejadores y supuestamente algún arquitecto), habrán estudiado el peso que esas vigas y tablas soportarán, y que en esa planta alta tendrán el mobiliario adecuado y que los estantes contienen la carga mínima que soportará esa estructura.

No. Que no. No. Te soplan las cuatro neuronas moribundas que no aplastaste del todo en la puerta de cristal. Esa gente no ha calculado nada de nada. Ni siquiera el peso de ellos mismos andando de un lado para otro sobre esas tablas. ¡Ay Dios, que esto aguante, al menos, lo que yo esté aquí dentro!

La luz natural no llega a los despachos de la planta baja. El alumbrado artificial está encendido toda la jornada laboral, y los cables escondidos en canaletas de plástico, recorren cual serpientes las vigas que alimentan fluorescentes instalados en la madera de sus techos. Techos que son los suelos que pisan los que supuestamente están trabajando arriba, si es que no están temblando y rezando cada minuto, para que no les desaparezca bajo sus pies y se encuentren de pronto sobre las cabezas de los que están abajo.

¡Uff! Tal cantidad de cables y esas bombillas, disparan la imaginación y de repente se crea un corto circuito. Surge un fuego en la entrada y haces funcionarios a la barbacoa en una pira, que ya hubieran querido los inquisidores para quemar a sus brujos. (Algunos malpensados, piensan que es lo mejor que podría pasar: ¡Que ardieran todos!)

¿Pero y si usted también está dentro de esas oficinas? No hay planos de evacuación del edificio y tampoco salidas de emergencia, pues esa salida, es la misma por donde ha entrado antes, no con tan buen pie, precisamente. Entonces buscas con la mirada algún extintor y descubres en esta planta baja, que hay uno medio escondido detrás de la puerta principal.

Naturalmente, haces esfuerzos con la vista para localizarlo, porque desde donde estás sentado, tienes las puertas de cristal primero, y por entre las pegatinas rojas, al fondo, tratas de ver ese dichoso apaga fuegos manual, que se te antoja un poco lejos.

Está colocado a cierta altura, con lo cual, si no es usted muy alto, no se le ocurra ir a buscarlo. Haría el ridículo y ya estará petrificado o hecho un montoncito de cenizas, que luego habría que investigar, para ver si trata de usted, o de cualquier mueble estantería de los que hay allí dentro.

Si se olvida del extintor y lo que quiere es salir cuanto antes, recuerde que debe bajar dos peldaños, correr y abrir las puertas de cristal, y si ha logrado llegar al portal sin que el techo se le haya venido encima, o no lo ha tirado al suelo uno de los trabajadores que también intenta escapar, mire entonces hacia abajo, pues no olvide que para salir, tiene otro peldaño que subir hasta alcanzar la acera. Procure calmarse y no salir a mucha velocidad para que no reviente contra la valla. Ya sabe, esos hierros quita prisa que imposibilitan el acceso directo a la calle. Gire la cintura si puede y salga de lado por donde le parezca oportuno. (El cementerio, a modo de información, le queda bajando a la derecha).

Si sobrevive, considérelo un autentico Milagro.

También hay otra opción más cerca. A la derecha de su asiento hay un aljibe. Si decide meterse dentro mientras arde el Palacio, jugará primero a las cuatro esquinitas con los postes que sujetan la balconada de la segunda planta. Después de esquivados estos posteletes, si ha tenido la suerte de no entromparse contra uno de ellos, retirará las mesas de trabajo que le impiden llegar al estanque y empujará a un delineante, que del todo ilógico, trabaja sentado sobre la tapa del aljibe.

Por supuesto, luego tiene que tener la figura adecuada para poder introducirse por semejante agujero. Si no hay agua, dejará los cascos rotos y los sesos esparcidos contra el fondo, y si por el contrario está llena, pues nadará hasta que se ahogue. Pero mejor eso, que así sabremos quien es usted más rápidamente, que no morir calcinado o aplastado con los muebles y el techo de la segunda planta.

Los de arriba tienen posibilidad de salir más rápidamente. Tienen unas grandes ventanas que dan a la estrecha calle. Saltarán por ellas y lo único que tienen que lograr, es un vuelo planeado cual aeroplano, de unos cuatro metros hasta el asfalto. De lo contrario, si no bajan con serenidad esta alturita, y se dejan llevar por el pánico, lanzándose al vacío caprichosamente, pues olvidarán los dientes y algo más sobre la carretera.

Si pasara en ese momento el camión de la basura, pues los arrastrará unos metros y los identificarán por el color de los zapatos, por la hebilla del cinto, o por las dentaduras recogidas con picaretas en una palangana. Siempre y cuando, que la autopsia no la haga un tal Jorge Cyro Suárez., pues entonces, nunca sabremos que trabajadores saltaron, ni quienes son lo que se quemaron.

Afortunadamente, el corto circuito imaginario no se ha producido y decide usted regresar a su coche o a su casa. Después de esparcida toda la adrenalina por sobrevivir a la aventura de ir y regresar de unas oficinas municipales, se sienta y descubre desganado, choteado e ignorado, que los mismos que le han exigido a usted de todo y más, para acceder a una Licencia de lo que sea, LO INCUMPLEN ELLOS EN SU TOTALIDAD.

Con rabia contenida para no perjudicarse, siente como su proyecto, su solicitud, o lo que quiera que les haya presentado, después de que lo había olvidado por el tiempo que llevaba cogiendo polvo ahí dentro, lo han estudiado con inquisidora atención. Buscan errores a veces estúpidos, de los que se alegran, para notificárselos con entusiasmo incomprendido, en un intento absurdo, la mayoría de las veces exclusivamente por fastidiar a la gente, que se gasta el dinero y les hacen dar cientos de vueltas para la absoluta nada. Rebuscan pajitas en ojos ajenos y sin embargo, no ven la tremenda viga que los tiene ciegos, impidiéndoles ver el polvorín donde se sientan cada mañana.

Los Inspectores de Trabajo no visitan este edificio oficial, pues necesitarían de cinco libros para recoger todas las incidencias que incumple este lugar laboral. Se llevarían directos a la cárcel a todos los responsables irresponsables que tienen en funcionamiento y trabajando en una ratonera sin salida a los trabajadores municipales, y poniendo en riesgo con evidente peligro, la vida de todas aquellas personas que tienen que ir obligatoriamente a estas dependencias, donde no pueden ni siquiera acudir decentemente a un servicio para hacer sus necesidades.

Están sufriendo un mes de agosto caluroso e insoportable, que entre tanta madera y con las luces encima de sus cabezas, no necesitan de saunas para el sudor a raudales, al no contar con una mínima instalación de aire acondicionado. Pero lo más sorprendente, es que siendo de un quisquilloso a veces anormal toda esta gente trabajadora del Ayuntamiento, no hayan hecho ya una huelga para exigir que en semejante edificio no entrarán más a trabajar. ¡Inexplicable!.

Para un corral de cabras exigen y aplican todas las normativas habidas y por haber o se las inventan, y para ellos mismos no se han hecho ni un mal folio con las irregularidades de una bomba en la que están sentados. Esperarán quizás el cabreo de alguien, que un día accione el mecanismo de lo irreversible y los haga saltar por los aires.

Ojalá que nunca les suceda nada, pero tienen todos los boletos para formar parte de la espita que prenda la hoguera.

Un edificio obsoleto, viejo, inadaptado e inadaptable, que incumple lo básico en medidas de higiene, seguridad y salud laboral, y que además, impide el acceso cómodo a las personas por sus diversas barreras arquitectónicas, no tiene ni unos aseos en condiciones para atender a la demanda de sus usuarios. No cuenta tampoco con salidas de emergencia, convirtiéndolo en una trampa mortal insuperable. Es posible que no se lo quieran creer, pero esto es de un tiempo a esta parte, ni más ni menos, que la nueva Oficina Técnica del Ayuntamiento de Teguise. ¿Cómo se les queda el cuerpo?

Ahora se comprende que el despacho del Concejal de Urbanismo siempre esté vacío. No quiere arder en el disparate inconsciente que él mismo ha fomentado, auspiciado y promovido. Seguramente tampoco querrá ir hasta allí, para evitar el peligro de quedarse tendido y arrastrado por la calle, intentando llegar a ese edificio antiadministrativo.

Diera la sensación, o la cuestionada impresión, de que este responsable político, con el visto bueno del Alcalde, pretende el exterminio de los que vayan a gestionar a esas oficinas y también la de técnicos, auxiliares, delineantes y administrativos de esa Oficina Técnica. De algunos, porque otros privilegiados, técnicos y administrativos, tienen despachos en otro edificio, que andan igual de inseguros, pero con más probabilidades de escapar a una eventual desgracia.

¿A que ya no podemos reírnos igual que al principio? Pues es que no es de risa. Es de pena. Pero tampoco hay que llorar. Simplemente hay que denunciar y exigir. Se han pasado dos años trasladando oficinas y personas de un lado para otro, sin planificación alguna y cuyos objetivos ni siquiera existían, puesto que se descubre que los resultados son igual de inservibles.

Veintiún concejales porque son la representación legal para los más de veinte mil ciudadanos. Otra hipocresía y una falacia inventada, por cuanto que en el municipio de Teguise no hay tal cantidad de gente. Un Padrón de habitantes que no interesa a ningún Partido Político actualizar, para reenchufar así a más inútiles. Un fraude político digno de un paredón cualquiera, y de urgente estudio judicial que debiera encarcelar a los responsables que con datos sin renovar, obligan a que, por ejemplo, doce mil ciudadanos soporten la carga financiera de un organigrama político que debieran pagar veinte mil.

Tienen mucho que hacer y trabajar para mejorar lo propio antes de las exigencias a los demás. ¿De verdad, ninguno de esos Concejales ha entrado a gestionar algo en esas Oficinas? Esperemos que los dos años que les quedan todavía, al menos los aprovechen para hacer algo decente que justifique a tanto Concejal Liberado, y las tremendas cantidades de los numerosos asesores que no asesoran. Es posible que cuando se sientan seguros, de esa cosa a la que llaman Oficina Técnica, salga de una jodida vez, el tantas veces re-amañado Plan General Urbano de Teguise. ¡Feliz día!

Ayuntamiento de Teguise: la Oficina Técnica
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