jueves. 28.03.2024

Ay, mi madre

Me he descojonado –ay, mi madre- con la lectura del resumen de un libro de Elizabeth Duval, joven filósofa, activista que fue de ese mundo raro que canta el bolero. Ha dicho: “Estoy hasta el coño de lo trans. Me jubilo como activista”. Y ha añadido que “el ano carece de potencial emancipador”. Para los no tolerantes, reitero que son palabras de la que fue una de las suyas, así que a mí que me registren. Es bueno ser valiente, aunque en este país –y en otros también, ¿eh?- ser valiente sea un problema. En tiempos del insigne catedrático don José María Hernández-Rubio y Cisneros, el profesor de Derecho Político escuchó murmullos subidos de decibelios en el tercer banco de la clase. “A ver, el tercer banco, a la calle”, dijo don José María. Los alumnos se levantaron, alzaron el pesado banco en hombros y lo tiraron por la ventana. Don José María esperó a que se reubicaran los revoltosos, dijo “muy bien” y siguió dando la clase. Puede que sea leyenda, puede que sea verdad, pero no me extrañaría la certeza del lance, dado lo original y valioso del personaje. Estamos, hoy, inmersos en un país sin humor ni elegancia, en el que los profes van de anorak cuando nosotros asistíamos a clase con chaqueta y corbata. Ay si no la llevaras en la clase de don Felipe (González Vicén); exhalaba un mugido y te mandaba a freír puñetas, más pronto que tarde. Don Felipe lloraba cuando contaba la muerte de Sócrates. Don Felipe era un genio de la filosofía y escribió y tradujo mucho. Me hubiera gustado grabar sus clases, qué pena. Por lo menos, La Laguna le dedicó una calle a González Vicén, en vez de a Breznev, a quien el consistorio lagunero felicitó en cierta ocasión por un aniversario de la revolución bolchevique. Breznev no durmió esa noche de la emoción.

Publicado en Diario de Avisos

Ay, mi madre
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