jueves. 28.03.2024

Música maestro

Nos apuntamos a cualquier “rebaño” sin conocer el quid de la cuestión o el fondo del asunto. Embobados por el sumo “pastor” de las redes sociales, seguimos tendencias por un criterio muy objetivo: el número de ‘me gusta’ que tengan. Asimismo firmamos manifiestos sin leer su contenido arrastrados por un encabezado que nos parece “justo”. ¿Cuántas peticiones de la plataforma activista online Change.org han pasado por nuestros teléfonos y hemos firmado sin saber realmente qué reivindicamos?

No sé si es peor el impulso de firmar por la cantidad de simpatizantes que lo hayan hecho o los famosos que aparezcan en la lista, o que no seamos consecuentes en nuestro quehacer diario con protestas que con nuestra rúbrica hacemos propias. Pregonar a los cuatro vientos que debemos cuidar las playas y el medioambiente y luego hartarnos de tirar basura o enterrar colillas de cigarrillo en la arena, por ejemplo.

“¿Dónde va Vicente? Donde va la gente”. Ahora nos colgamos al tren que demanda la pronta reactivación de la cultura, planteamiento que comparto porque, entre otras cosas, en columnas anteriores he citado las manifestaciones del arte como necesario vehículo de fomento al pensamiento crítico de la sociedad, pero es que antes de la pandemia teníamos diversidad de propuestas artísticas, muchas de ellas gratis y también de pago con entradas a precios bastante razonables, y algunas salas parecían presagiar la regulación de aforo por su escasísima asistencia, no todas ni en todos los espectáculos, evidentemente. Entonces, pidamos pero en igual medida intentemos responder.

Como la música es de las artes que más me apasionan, esta semana llamé a un artista cercano, el músico lanzaroteño oriundo de Tías y radicado en Berlín, Nino Díaz, para conocer su opinión sobre el apagón cultural como consecuencia del covid-19 y la lentitud con la que las distintas expresiones artísticas vuelven a escena, a la ‘nueva normalidad’.

Nino, que además de instrumentista, compositor y director de orquesta, es gestor cultural, me aportó datos y reflexiones interesantes que comparto. La cultura en España emplea a más de 700.000 personas, cerca del 3,6 por ciento del total de trabajadores, con un impacto económico del 3,2 por ciento en el PIB, situándose por delante de otras actividades productivas, si solo lo analizamos  desde el punto de vista cuantitativo.

Aterrizando en Lanzarote, organizar un concierto en la Isla de la Fundación que gestiona Nino Díaz supone una media de inversión de 3.000 euros. Un recital da trabajo al artista (s), pero además directa o indirectamente vincula a un afinador de pianos, técnicos de sonido e iluminación, hoteles, restaurantes, agencias de viajes, coches de alquiler y promoción del evento. Cada exposición de artes plásticas o función, sea danza, teatro, cine, narración oral, acrobacias o música, tiene sus necesidades, así que sufragarlas supone mover la economía local. 

“La cultura propició durante el confinamiento una avalancha de iniciativas solidarias que hicieron mucho más llevadero el encierro, pero superado el bache sanitario y despojado el miedo: ¿quién se preocupa de ella?”, me apunta Nino, que reivindica para España la consideración de la cultura como un bien de primera necesidad, como lo es en Alemania.

Si en épocas de vacas gordas los artistas han tenido que hacer maravillas para echar a rodar un proyecto cultural, con o sin el apoyo de las administraciones públicas, ahora que las vacas están bien famélicas el panorama es desolador. Los gobiernos pueden y deben hacer muchísimo más, y nosotros como ciudadanos pasar del apoyo de palabra a sentarnos en la sala, nos toque o no  retratarnos en taquilla, porque no hacerlo sería darle alas a quienes no quieren o no les interesa que el arte empiece a volar. Espero ansioso a que la orquesta de la cultura vuelva a tocar: Música maestro, que ya la echamos en falta.

Música maestro
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