miércoles. 17.12.2025

Cuando el patio está en llamas

Hace unos días leía en la prensa una de esas realidades ocultas que te turban y te hielan la sangre hasta que te quitan las ganas de todo –sobre todo si eres padre–. Según la noticia, en una operación conjunta entre España y Francia, se ha desmantelado una red de escoria humana dedicada al tráfico de menores migrantes tutelados. La operación se ha cobrado con nueve detenidos en Lanzarote y un par más por todo el archipiélago; lo que confirma, para reproche de todos los que vivimos aquí, el papel indiscutible de Lanzarote en esta triste historia. Pero lo que de verdad me revuelve el estómago es la constatación de que el sistema que debe protegernos hace aguas por todas partes. Y que doce niñas y un niño siguen en paradero desconocido, y hoy podrían estar siendo usados como el juguete sexual en algún rincón oscuro mientras aquí seguimos debatiendo si los de rojo, violeta, azul o verde son los malos de verdad.

“No hay maldad tan mala como la que nace de la semilla del bien”.

Lo escribió Baldassare Castiglione hace cinco siglos, y el viejo italiano no se equivocaba ni un ápice. Si levantara la cabeza, nos diría que la semilla del bien, en este caso, es nuestra hipócrita conciencia de europeos civilizados que acogen al necesitado para luego, por simple incapacidad o dejadez –yo diría que por dejadez–, dejarlo caer en manos de los lobos que no son pocos. Da igual si uno piensa que deberían estar con sus padres o si cree que todo esto es un timo; eso son discusiones de barra de bar. La realidad, la sucia y cruda realidad, es que esos menores cayeron en una red de explotación por un acto de buen fe que salió mal. Les prometimos seguridad y les hemos entregado a un infierno. Y en lo único que pienso es en que podría ser su hijo, hija o los míos. La realidad es que esto no es más que la punta de un iceberg que nadie quiere afrontar, y que acabará por hundir el barco.

Llevamos una década escuchando a políticos de todos los colores tirarse los trastos a la cabeza con la inmigración irregular, usándola como arma arrojadiza en el innoble juego al que se dedican. Yo no voy a entrar en ese barrizal, porque la solución no está de puertas para adentro, sino de puertas para afuera. La solución está donde nacen los problemas, y los problemas nacen allí, no aquí. Lo de aquí es resultado de no tratar lo de allí. Es sencillo y simple de entender. Por eso, mientras aquí nos llenamos la boca con palabras como “invasión”, “derechos” o “solidaridad”, obviamos de manera deliberada lo que sucede en los países de origen, principalmente de África, o quién financia y quién se alimenta de todo esto. Estamos hablando de una maquinaria que, según la ONU, factura 7.000 millones de dólares anuales solo en el tráfico de personas. Si le sumamos la trata de mujeres y de menores para la explotación sexual, el saldo se dispara hasta dar verdadero asco.

Como iba diciendo, el problema no es el inmigrante que se juega la vida; el problema es la industria que mercantiliza la desesperación de las personas y que, de paso, financia actividades ilícitas como el terrorismo o el tráfico de drogas que, a su vez, inyectan más personas en la desesperación. Y todo sucede en nuestro vecindario más cercano, el Continente africano. Y no se engañen, África está a un tiro de piedra y allí la cosa pinta cada vez peor.

Todo el mundo ha oído hablar alguna vez del Sahel y el Magreb, pero pocos entienden lo que allí se cuece realmente. Ambas regiones juegan un papel relevante en esta historia de menores tutelados que desaparecen, pero si los medios no le prestan atención, la mayoría se vuelve inmune a la verdad y ciega ante los hechos. Hablamos de territorios vastos y duros, donde gobiernos mayoritariamente corruptos confraternizan con el crimen organizado y los grupos terroristas que allí operan. Es una pescadilla que se muerde la cola: el terror y la miseria, alimentados por instituciones podridas y un terrorismo desenfrenado, empujan a la gente a huir; y al huir, caen manos de aquellos que sostienen este caos, las organizaciones criminales y los propios grupos terroristas que los matan. Si tienen valor, busquen la radiografía sobre la amenaza yihadista en el Sahel publicada en 2025 por el CESEDEN (Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional).

La ‘Triple Frontera’ como se conoce al punto donde convergen Malí, Níger y Burkina Faso es la zona caliente. Estos tres países son parte del Sahel (que incluye también Mauritania, Senegal, Sudán del norte y Nigeria) y para quienes lo viven allí es el infierno a ras del suelo. Junto con el Magreb es lo que se conoce como “flanco sur”. Y es aquí donde se está gestando la tormenta perfecta, y los europeos la miramos como si no fuera con nosotros cuando es nuestro patio trasero más importante junto con Ucrania. En ese patio no solo juegan fanáticos recitando suras mientras montan un Kalashnikov. Lo que tenemos al otro lado, de donde nos llega la inmigración irregular, es una aventura del terror. Grupos como el JNIM (franquicia de Al Qaeda), el Estado Islámico en el Gran Sáhara (EIGS), el ISAWP (Provincia del Estado Islámico en África Occidental y la franquicia más numerosa del Daesh siendo su facción más importante Boko Haram) o el Ansarul Islam han comprendido que la yihad sale cara y que Alá provee, pero el crimen organizado provee más rápido y mejor. Así que el mismo que te degüella y quema tus propiedades es el que cobra peaje al traficante de personas, el que trafica con armas y drogas en connivencia con el crimen organizado, el que capta a los que no pueden huir para que sigan matando en su nombre. Es una simbiosis letal: el terrorista pone el músculo y el control territorial; el crimen organizado pone la logística y el dinero. Y en medio, la carne de cañón que huye hacia nosotros (si llega).

Y no seamos inocentes como para creer que esto ocurre a espaldas de los gobiernos regionales. La corrupción no es una anomalía en muchos países de África, es más bien el pan de cada día y el sistema operativo que hace funcionar lo que queda de país. El dinero manchado de sangre sube por la cadena trófica hasta los despachos con aire acondicionado en las capitales, tanto de los países del Sahel como del Magreb. Generales, ministros y funcionarios hacen la vista gorda o extienden la mano para pillar algo, permitiendo que las rutas que se utilizan para el tráfico de personas ‒y de drogas, sí, drogas, porque los carteles de Sudamérica trabajan en connivencia con los grupos que allí operan para introducir cocaína en España, principal puerta de acceso del producto hacia el resto de Europa sigan abiertas. Estas rutas van variando en uso y frecuencia. Algunas veces la ruta central (Italia Francia) se convierte en la principal autopista de la muerte, y otras se coge el desvío por las Islas Canarias (ruta occidental) donde el mar se cobra su peaje. Y, escuchen bien, nosotros también financiamos esas rutas con nuestro dinero, ¿o creen que las aportaciones en el exterior de países como España caen en buenas manos? No seamos inocentes.

¿Y cuál es el resultado de toda esta barbarie que nadie cuenta? Un éxodo masivo. Más de tres millones de desplazados internos, gente que huye con lo puesto porque en sus aldeas la única ley vigente es la del machete y la extorsión. Y esa masa de personas, empujadas por el miedo y el hambre, no se queda quieta. Se mueve a través de los países del Sahel y el Magreb. Fluye hacia el norte, hacia el Mediterráneo, o hacia el oeste, hacia el Atlántico, alimentando la misma maquinaria que da oxígeno a los que los expulsan de sus tierras y de sus casas. Este movimiento de personas ejerce a su vez presión sobre los países de tránsito, que buscan al mismo tiempo desahogar sus economías y ciudades permitiendo el paso hacia Europa.

Es un circulo vicioso perfecto. Y nadie hace nada para acabar con él.

En síntesis, el terrorismo yihadista desplaza a la gente mientras se enriquece con el tráfico de drogas y las actividades ilegales que sufragan gastos, el crimen organizado establece las líneas logísticas y las redes clientelares ganando influencia política, los funcionarios corruptos cobran por permitir todo esto, y con todo ese dinero circulando se compran más armas, se soborna a más conciencias y se genera más drama mientras la rueda sigue girando. Mientras tanto, en Europa seguimos debatiendo si ponemos una valla más alta o si enviamos notas diplomáticas de protesta con un fajo de billetes en el sobre, ignorando que el incendio allá abajo nos está quemando la casa. Y tengan presente una cosa, cuando un Estado se pudre por dentro y cede el monopolio de la fuerza al crimen organizado y al terrorismo, lo que exporta no es inestabilidad. Lo que exporta es desesperación, y dentro de esa desesperación se cuelan elementos nocivos que luego asesinan, roban o trafican con niños y niñas en sus narices. Según datos del Departamento de Seguridad Nacional (DSN) entre 2023 y 2025 se han detenido en Europa 110 personas relacionadas con el terrorismo yihadista, 98 en España. Ustedes mismos.

En definitiva, los tres fenómenos inmigración, terrorismo y crimen organizado están íntimamente relacionados. Es una rueda de sangre y dinero que no dejará de girar mientras sigamos respondiendo de la misma manera que hasta ahora. En mi humilde opinión, y perdonen si soy sincero, mientras no se intervenga directamente contra los grupos terroristas y las redes criminales en origen, no se arreglará nada. Europa debe dejarse de paños calientes y, con el Derecho Internacional en la mano, apoyar la seguridad en la región, no solo para eliminar de la ecuación a los terroristas, sino para permitir que esos Estados respiren sin la bota del crimen organizado y el terrorismo sobre su cuello. Europa debe actuar como es debido y hacerse responsable de sus problemas de manera efectiva. Si se logra neutralizar la violencia y la impunidad de ambos grupos, el tercer elemento, la inmigración, dejará de ser una huida desesperada para convertirse en una opción más en la vida.

Tengan por seguro que, o vamos nosotros a apagar el fuego en sus casas, o el incendio terminará, inevitablemente, por quemar las nuestras con nosotros dentro.

Alejandro Pérez O´Pray es graduado en Ciencias Políticas y de la Administración, especialista en Seguridad por la Facultad de Derecho de la UNED y máster oficial en Estudios de Seguridad Internacional por UNIR

Cuando el patio está en llamas
Comentarios