jueves. 01.05.2025
El 50% de los internos de la cárcel de Tahíche entran por delitos contra la salud pública

Prisioneras de un error fatal

En la cárcel de Tahíche conviven casi 180 internos en unas instalaciones con capacidad para 70 personas. Esta aglomeración de presos, sin embargo, no afecta a las mujeres, que son solamente seis y viven separadas de los hombres. Cinco de ellas se encuentran en régimen preventivo, es decir, esperando una sentencia del juez. La restante, aunque ya conoce la resolución de su caso, cumplirá lo que le queda de condena en el centro penitenciario de Lanzarote

Fotos: Dory Hernández

El módulo de mujeres es un pequeño edificio de dos plantas con la fachada blanca y las ventanas y puertas verdes. Si no fuese por las alambradas y las cámaras de vigilancia instaladas en los muros, y porque todas las puertas de entrada están cerradas, nadie diría que aquellas construcciones son parte de una prisión. En la planta de arriba están las celdas, pequeñas habitaciones rectangulares con una ventana en las que cabe una litera de dos camas y poco más. Cada una tiene un aseo con lavabo y retrete. Las duchas están fuera y son comunes a todas las internas. También cuentan con un armario para guardar la ropa. La puerta tiene una ventanita cuadrada de apenas nueve centímetros cuadrados y tres cerrojos rudimentarios. Las instalaciones son antiguas, pero están limpias.

En la planta de abajo está la oficina de la funcionaria (siempre hay una funcionaria con ellas), un baño y la sala de estar, con acceso a un pequeño patio en el que hay algunos árboles y un lavadero-tendedero. Hay un televisor, algunos libros y revistas, y juegos de mesa. Allí pasan el tiempo cuando no acuden a las actividades y pueden estar fuera de la celda, ya que los horarios son estrictos y no pueden saltárselos bajo ningún concepto: a las 7:30 de la mañana suena la primera sirena y a las 8:00 se abren las celdas. Tienen hora y media para ducharse, ordenar la celda, limpiar lo que les toque (la funcionaria reparte las tareas de limpieza) y desayunar. A las 9:30 comienzan las actividades con la escuela. Todas están apuntadas y aspiran a sacarse el graduado escolar.

En la fachada exterior del centro penitenciario de Tahíche hay una placa que recuerda el artículo 25.2 de la Constitución española: “Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social y no podrán consistir en trabajos forzados. (...) En todo caso, tendrá derecho a un trabajo remunerado y a los beneficios correspondientes de la Seguridad Social, así como al acceso a la cultura y al desarrollo integral de su personalidad”. Sin embargo, el camino hacia la reinserción no siempre es fácil. Es un objetivo que atañe de manera especial a las administraciones públicas, y no sólo a las cárceles. En Lanzarote, tanto el Cabildo como los ayuntamientos pueden hacer mucho para favorecer el regreso a la sociedad de los internos a través de programas de reinserción, reservando ciertas cuotas de empleo para los presos en labores de jardinería, mantenimiento, limpieza, etcétera, tal y como recuerda el director del centro, Joaquín Herrera.

Prisión preventiva, tierra de nadie

La prisión preventiva es una especie de “tierra de nadie” en la que los presos esperan que se aclare su caso a través de una investigación judicial que finalmente concluirá con la celebración del juicio y la sentencia del juez. Se aplica principalmente para evitar el riesgo de fuga. A la incertidumbre de no saber cuánto tiempo les queda para salir de la cárcel, se suma el hecho de que los internos no están “clasificados” y no pueden aspirar, por ejemplo, al tercer grado. En tal caso, podrían beneficiarse de determinados programas de reinserción, salir durante el día de la cárcel para trabajar y volver a prisión para dormir. Las internas de Tahíche echan en falta esa posibilidad, tienen muchas ganas de trabajar, saben que tener un empleo mientras permanezcan en la cárcel les facilitaría mucho las cosas al salir. “Esto es horrible”, dice la mujer que más tiempo lleva en el centro de Tahíche, “el no saber cuándo vas a salir”. Está a punto de cumplir dos años en la cárcel, el límite de tiempo previsto por la ley para el régimen preventivo en estos delitos. En casos excepcionales puede alargarse otros dos años, pero no es lo habitual.

Las internas cuentan con cursos y talleres que se imparten a lo largo del año. Este verano han recibido uno de inglés durante tres meses y aseguran que era “muy bueno”. En el taller de búsqueda de empleo aprenden a prepararse una entrevista de trabajo y a elaborar un currículum. Aunque muchas de ellas tenían un empleo antes de entrar en la cárcel, aseguran que les viene muy bien esta formación y confían en encontrar trabajo cuando salgan del centro penitenciario. Otra de las iniciativas que más valoran es la atención de una psicóloga que les ayuda a controlar la ansiedad. Los talleres de cerámica, habilidades sociales o animación a la lectura son otras opciones para los ratos libres, además de las actividades deportivas. Próximamente comenzará también un taller de ajedrez.

Luna de miel en prisión

Ayer se encontraba en el edificio uno de los educadores con dos bobinas de hilo en la mano, intentando arreglar una máquina de coser para emprender un taller de modistería. Marta, una de las internas, está encantada con la idea porque antes de entrar en la cárcel diseñaba ropa interior y ella misma confeccionaba las prendas. Tiene 35 años, tres hijas y dos nietas en Colombia. Entró en la cárcel hace 10 meses, poco después de casarse. “¡Y mira qué luna de miel...!”, exclama con una media sonrisa. Asegura que tiene mucha suerte porque puede ver a su marido cada ocho días. Él no dudó en dejar su trabajo para trasladarse a vivir a Lanzarote cuando Marta entró en prisión. Es una mujer bella y alegre, que no dudó en mostrar ante la cámara su pequeño rincón de recuerdos junto a la cama. En él se mezclan las imágenes de los vivos y la memoria de los muertos: fotografías de sus familiares, cartas de amor de sus hijas, un loro de colores brillantes y el artículo de un periódico que describe cómo su cuñado fue asesinado por unos taxistas. El fiscal ha solicitado para ella cinco años de cárcel por trasladar kilo y medio de cocaína de Madrid a Fuerteventura. Le inquietan las posibles dificultades para encontrar trabajo cuando salga debido a los antecedentes penales, pero confía en sus posibilidades. Lo que tiene claro, tanto ella como el resto, es que nunca más volverá a tocar la droga.

Casi el 50% de los internos de Tahíche están en la cárcel por delitos contra la salud pública (nombre técnico para designar el tráfico de drogas). Sin embargo, ninguna de las seis internas consume o ha consumido estupefacientes, lo que facilita mucho la convivencia, según afirman ellas mismas. No siempre fue así y las que llevan más tiempo recuerdan que ha habido épocas en las que los gritos por las noches o los ataques de ansiedad eran frecuentes debido al síndrome de abstinencia que sufrían algunas. En esos casos, dicen, intentan ayudarse, pero admiten que ahora las cosas son más agradables, todas se llevan bien y no hay conflictos. Esto es algo extensible al resto de la población reclusa de Tahíche, según confirmó la subdirectora de tratamiento de la cárcel, Virginia Gómez: “Esto es como un colegio”, dijo. La misma expresión para definir esta cárcel que utilizaría más tarde la funcionaria del departamento de mujeres. No obstante, precisó, las normas son las mismas que en el resto de prisiones españolas, pero el hecho de que sean tan pocas internas evidentemente ayuda a crear un clima más familiar. Efectivamente, todas las internas coinciden en afirmar que no tienen queja alguna del personal que trabaja en la prisión, desde los funcionarios que las acompañan más de cerca, pasando por los educadores y psicólogos, hasta el propio director del centro.

Recién llegada

Patricia confirma el buen ambiente. Ha sido la última en ingresar, el pasado viernes por la noche, y asegura que tanto sus compañeras como los funcionarios de la cárcel le han acogido con mucha amabilidad. Tiene 23 años y tres hijos. Se asoma tímida tras una revista de pasatiempos y su risa parece una respuesta a la incredulidad de estar donde está... como si la sorpresa tuviese aún más fuerza en su conciencia que la certeza de su ingreso en prisión. Dice que tenía mucho miedo porque no sabía qué iba a encontrarse dentro, pero que ahora está tranquila: “me comprendo con ellas”, asegura. Ella no conoce a nadie en Lanzarote. Su familia vive en Madrid, mientras que su marido y sus hijos están en Santo Domingo. Trabajaba como cajera en una perfumería cuando un “amigo” le propuso pagarle un viaje a República Dominicana a cambio de que le hiciese “un favor”: traer a España 250 gramos de cocaína. Cree que la cogieron por “un chivatazo”, pero su mirada parece decir que prefiere no pensar mucho en ello. Ayer aún no tenía dinero para llamar a sus allegados.

Al entrar les permiten hacer una llamada para avisar de que ingresan en prisión, pero luego les dan una tarjeta con la que pueden usar el teléfono (cinco llamadas por semana de cinco minutos de duración cada una), que deben recargar los parientes o amigos y que administran los funcionarios. Como aún no tiene tarjeta, Patricia ha escrito una carta a su familia y cuenta apenada que “deben estar asumiendo la noticia”. Cuando alguien entra en la cárcel, no sólo él paga las consecuencias, también la familia y los amigos que están fuera sufren su particular “condena”. Por eso es tan importante para la reinserción de los internos, insisten los expertos, que la privación de libertad como castigo penal no esté acompañada del alejamiento de sus allegados. Las que tienen gente cerca pueden recibir visitas en el “locutorio” (a través de un cristal) una vez a la semana, normalmente los domingos. Las otras dos modalidades de visita sólo se realizan una vez al mes: está el encuentro “familiar”, que se desarrolla en una especie de apartamento durante tres horas, y el encuentro “íntimo” para las parejas, también durante tres horas.

Actualmente más de cien presos residentes en Lanzarote cumplen condena en otras cárceles del Archipiélago o la península porque aquí no caben. Con las nuevas instalaciones previstas para el centro de Tahíche se pretende acabar con la dispersión de presos conejeros, así como con la masificación actual.

Viuda llena de deudas

Alba tiene 40 años y lleva en la cárcel de Tahíche 17 meses. Tiene dos hijos y dos nietos y también ingresó por un delito contra la salud pública. Trabajaba como camarera de piso en unos apartamentos y tiene claro que volverá a encontrar un empleo cuando salga de la cárcel. “Si lo hice fue por necesidad”, afirma. Su marido murió dejándole deudas por valor de un millón y medio de pesetas. Para poder saldarlas transportó heroína. Es una de las que más tiempo llevan ingresadas pero conserva una energía envidiable que transmite al resto de sus compañeras. Éstas la definen como “una mujer muy linda y muy noble”, por su iniciativa a la hora de resolver problemas y su capacidad de dar cariño a las demás. A pesar de ser muy joven, parece una madre para ellas. En un momento dado, Alba pregunta: ¿te gusta la Bachata? Ante mis dudas, enciende la radio y se anima a bailar... me lo tomo como un regalo de confianza.

Muros derribados

Casi sin darnos cuenta, empezamos a hablar de nuestras vidas, quieren saber cosas de nosotras, de la fotógrafa y de mí, dónde vivimos, cómo llegué hasta aquí, lo que nos gusta y lo que nos disgusta de Madrid (donde todas ellas han vivido)... resulta que hemos estado en los mismos sitios, que conocemos el restaurante chino de la esquina de la calle Cartagena, o el parque de Prosperidad, que podríamos habernos cruzado por la calle en cualquier momento o ser vecinas. La funcionaria se une a ratos a la conversación y charla relajadamente con nosotras. Se nota que hablan normalmente, que no es una excepción de ese día. Y por unos instantes se te olvida que estás en la cárcel.

Responsabilidad de los que estamos fuera

Pero nosotras salimos y ellas se quedan. La despedida es emotiva, al menos para las que nos vamos. Ellas ya saben cómo se desarrollará el resto de su día: A las 13:00 horas comen. Cada una friega sus platos y algunas colaboran en la cocina. Desde las 14:00 hasta las 16:30 horas deben permanecer dentro de sus celdas, que se cierran obligatoriamente. A partir de las 16:30 disponen de dos horas y media hasta la cena. Durante ese tiempo tienen la opción de realizar actividades o talleres. A las 19:00 cenan y a las 20:45 se produce el cierre obligatorio de las celdas hasta el día siguiente. Ese es el castigo que pagan por el delito que cometieron, pero tienen la juventud y la fuerza suficientes para afrontar el futuro con esperanza y nuevos propósitos. Para que eso sea posible, cuando salgan necesitarán que el resto no se lo pongamos más difícil.

Prisioneras de un error fatal
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