El presidente accidental del Cabildo de Lanzarote, Joaquín Caraballo, la consejera de Turismo, Carmen Steinert, y el consejero delegado de los CACT, José Juan Lorenzo, se desplazaron este lunes por la mañana hasta Haría para participar en el homenaje a César Manrique que, organizado por el colectivo de trabajadores de los Centros de Arte, Cultura y Turismo en el vigésimo aniversario de su muerte, tuvo lugar en el cementerio del municipio norteño donde reposan sus restos mortales. En el acto estuvieron presentes diversas autoridades de la isla, además de familiares, amigos y seguidores del artista.
Un grupo de niños del CEIP San Juan de Haría fue el encargado de abrir el acto dando lectura a dos textos y depositando un ramo de flores sobre la tumba del artista.
Tomó el testigo Félix Hormiga. El escritor lanzaroteño evocó la figura de Manrique destacando, sobre todo, su mirada, “una mirada con tantas ganas de mirar y de ver, y que, con un punto de ingenuidad, le hacía tan querible”. Hormiga apuntó, además, el alto grado de responsabilidad de Manrique, “que construyó un futuro para todos nosotros”, y pidió que la isla “recupere el prestigio que le dieron las manos que la construyeron”. Concluyó reclamando a la sociedad insular un ejercicio de profunda reflexión para que “la isla quede al margen de debates e intereses partidistas”.
El músico Toñín Corujo, por su parte, cerró el acto interpretando la composición propia Famara, una pieza que le traía recuerdos infantiles de esa localidad y del genio desaparecido.
César Manrique (Arrecife, 24 de abril de 1919-Teguise, 25 de septiembre de 1992) consiguió cincelar sobre el entorno natural una obra en perfecta simbiosis y equilibrio con el escenario en el que trabajaba. Interpretó como nadie la belleza y el valor del espacio que le envolvía, y plasmó en él su genial imaginación. Su legado y su prestigio traspasaron fronteras, pero, sin duda, es en Lanzarote, donde logró manifestar en mayor medida su amor por el paisaje.
Es incuestionable que Lanzarote no puede concebirse sin la aportación de César Manrique. El artista se sentía fascinado por la singularidad del paisaje volcánico lanzaroteño, el mismo que otros consideraban desértico, árido e inhóspito; para él, era sinónimo de belleza. Así, desde el respeto, la admiración y la gratitud hacia el entorno en el que había crecido, elaboró su trabajo.
Su primera obra en Lanzarote, y quizás la más espectacular, fue Jameos del Agua, con la creación de un auditorio natural perfectamente integrado en una caprichosa formación volcánica. Su belleza, sus contrastes de luz y colores la convierten en un trabajo universalmente admirado. Esta obra puede resumir en gran medida lo que Manrique realizó durante toda su vida: composición de espacios en los que la aportación humana quedara armoniosamente integrada con el entorno natural, ensalzando su belleza y sus valores. El mirador del Río, su propia casa, en el Taro de Tahiche, el Monumento al Campesino y el Jardín de Cactus son otras de las obras más significativas del artista.
Pero Manrique también dejó un importante legado fuera de su isla natal. Destacan el espectacular mirador de La Peña, en El Hierro; el mirador de Palmarejo, en La Gomera; el Parque Marítimo de Puerto de la Cruz y Playa Jardín, en Tenerife; el Centro Comercial La Vaguada, en Madrid, y el amplio Parque Marítimo del Mediterráneo, en Ceuta. Son todas ellas creaciones de espacios públicos, trabajos de arquitectura y urbanismo verdaderamente singulares donde el entorno natural es el principal protagonista.
Se puede concluir, pues, que para César Manrique la naturaleza no fue sólo la referencia fundamental para su creación artística, sino también para su vida. No creó en la naturaleza, sino que creó con ella, y su relación con el entorno no fue simplemente estética sino de un verdadero y ejemplar compromiso con la defensa del medio ambiente.