miércoles. 31.12.2025

Por J. Lavín Alonso

La temporada estival suele ser parca en noticias, como ya es proverbial en los diversos medios. Sin duda, ello es debido al hecho de que es la época de las fugas masivas de vacacioneros a lugares de las costa o la montaña distintos a los de residencia habitual, en procura de hermosos y tarzanescos bronceados epiteliales que arrojan como resultado un deprimente y oneroso blanqueo de carteras. No obstante, en medio de de esta penuria informativa suelen saltar noticias con que alimentar el morbo del respetable amante de cualquier forma de cotilleo.

Este verano, la nota la ha dado la confesión tardía del premio Nobel de Literatura alemán, Gunther Gräss, de su pertenencia circunstancial al fementido cuerpo paramilitar alemán de las SS. Y digo circunstancial porque todo parece indicar que su adscripción a dicho cuerpo no fue voluntaria sino impuesta. Tal parece que el joven Gunther, con menos de 17 años, y en una época en que la suerte de la guerra ya estaba echada para Alemania, solicitó su ingreso en el cuerpo de submarinos de la Kriegsmarine, siendo rechazado por su corta edad. Poco después recibió, como todos los de su generación, la orden de alistarse, pero no fue destinado al ejército sino a las Waffen-SS, como auxiliar de artillería.

De haber sido incorporado al cuerpo que solicitó en principio, o incluso a la Werhmacht - Ejército regular; o a la Luftwaffe - Fuerzas Aéreas - su destino posterior a la guerra hubiese sido como el de millones de sus compatriotas que combatieron en esas armas: el regreso ala vida civil y al anonimato. Pero el revuelo creado tras la confesión en su autobiografía, “Pelando la cebolla”, se debe al hecho de haber estado, al parecer obligatoriamente, en las Waffen-SS, si bien parece ser que no participó en acciones ni crímenes de guerra, siendo incluso herido y hecho prisionero. Las SS (Schutzsatffel o Cuerpo de Protección) deben su triste y abominable fama al haber sido el brazo ejecutor de los planes genocidas de III Reich en los campos de exterminio, así como en muchas otras infamias en los frentes en que intervinieron.

Cuando el Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, fue elegido Papa, pronto salió a relucir por parte de medios y partidos políticos con tendencia a caer por babor el hecho de que hubiese servido en el ejercito de Hitler, tratando de encontrar extrañas concomitancias con el nazismo, como si tanto él como Grass y miles y miles de otros jóvenes alemanes hubiesen tenido capacidad de elección en aquellos aciagos días del final de la guerra.

Andando en tiempo, Grass se unió al partido Socialdemócrata alemán, convirtiéndose en uno de los iconos intelectuales de la izquierda europea, en un profundo crítico del pasado nacionalsocialista, en un activista de la paz y en un terrible fustigador de la política de reunificación de su país, así como de la globalización. ¿Será, tal vez por eso que, al contrario de lo sucedido con el cardenal Ratzinger, los airados de entonces, epígonos de la moralina al uso, han caído en un atronador silencio con respecto a Grass?. ¿Existe acaso la ecuanimidad en política, o estamos ante un nuevo caso de la ley del embudo? En todo caso, no trato de establecer juicios de valor ni críticas acerca de la conducta de Günther Grass, pero no renuncio a mi capacidad de opinar acerca de su tardía confesión, que algunos interpretan como un golpe de efecto publicitario, con vistas a la próxima aparición del libro arriba mencionado. Lo cierto todo este affaire ha suscitado una notable controversia en Alemania, lo que demuestra bien a las claras que los estigmas del Tercer Reich y sus terribles implicaciones aun siguen levantando ampollas en aquella, por lo demás, pujante, laboriosa, culta y moderna sociedad.

Sombras del pasado...
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