Por J. Lavín Alonso
Esta era la expresión favorita de un entrañable personaje nuestro cuando oía algún desatino o quería dar a entender que alguien no estaba muy impuesto en aquello de lo que hablaba. En estos casos decía, adoptando un cierto aire de condescendencia: ¡Que falta de ignorancia...!.
Con todo y ello, nuestro personaje ponía el dedo en la llaga cada vez que utilizaba su expresión favorita, solo que habría que cambiar falta por exceso. Ese es el gran pecado de nuestra sociedad: el exceso de ignorancia. Esto es lo que provoca el notable grado de deterioro alcanzado por esta. Tenemos aquí, en Tenerife, sin ir mas lejos, una serie de circunstancias alarmantes que a nadie parecen preocupar: chabolismo costero, construcciones detestables, de nulo valor arquitectónico, sin enfoscar o enlucir, que hieren la vista y afean el paisaje. Ruidos y engendros mecánicos enseñoreándose de todo lugar accesible; explotación incontrolada del turismo, alcohol, droga, delincuencia callejera, suciedad y basura por todas partes, ruidos nocturnos... en fin, para que seguir, con lo dicho ya vamos bien despachados Hasta tal punto es así, que he llegado a la conclusión de que los únicos lugares de la isla que aun valen la pena son aquellos que están fuera del alcance de la mano del hombre.
Todo lo anteriormente expuesto tiene un nombre claro, conciso y concreto: Incultura. Y una circunstancia que la propicia: dejación y permisividad por parte de quienes, pudiendo poner coto a todo ello, no lo hacen....... y el que quiera entender, que entienda.
Es bien sabido que España no es un país que se caracterice por su amor a la lectura seria, y Canarias no es una excepción. Tal parece que la visión de la letra impresa produzca agudos ataques de conjuntivitis al común de nuestras gentes, excepción hecha, claro está, de las publicaciones de carácter deportivo... en esta campo creo que somos una autoridad mundial.
Una idea que tal vez funcionase seria la de publicar un serie de insertos en diarios deportivos o intercalar cuñas en las transmisiones de idéntico cariz, en los cuales se fuesen dando normas de educación y comportamiento cívico. Posiblemente así, y tras algunos lustros de insistencia, estas normas pudiesen ir calando poco a poco la duramadre del respetable- si bien no soy muy optimista al respecto. Todo es cuestión de intentarlo... claro que tropezamos con dos serios obstáculos para su puesta en práctica: estas lecciones de civismo, ni producen ganancias pingües, ni dan votos.
