Por Margarita Aparicio Morales, viuda de Mariano Perdomo Betancort
Mi marido falleció en el año 2001, y me toca lo que él ya no puede hacer, que es responder a una sombra de duda sobre su persona. Tras el artículo de opinión firmado por doña Nuria Cabrera y su esposo, don Miguel Ángel Leal, a modo de carta a Mario A. Perdomo, sobre cuyo tono y contenido general me abstengo de emitir juicio alguno, se me hace necesario proceder a realizar una llamada de atención y una aclaración a los autores del mismo. Sobre esta última, debo decirles que inauguran una fórmula, propia de cierta prensa y medios televisivos, con la que no puedo estar más en desacuerdo, y lo hacen desde su condición de personas que ejercen cargos públicos, que es la de atender a especulaciones sin fundamento para sembrar una duda sobre supuestos hechos pasados de los que nada dicen, y sobre quien ya no está para responderles, pero que en cualquier lector o espectador calará como una duda.
Lo hacen con el ánimo de desacreditar a quien, por su actividad profesional, ha cuestionado sus formas en política, y a buen seguro que han valorado los daños a terceras personas, como así ha sucedido, remontándose cuarenta años atrás cuando la persona, inicial objeto de su artículo, era un niño.
Digo, que inauguran una fórmula, porque otros, con idéntica ligereza, podrían aprender de ella, y habrían creado escuela, de lo que han hecho con plena conciencia del daño que pretendían. Cualquiera, sin entrar a valorar nada más que el dar respuesta a su rabia, podría hacer uso de información no contrastada, no demostrable o simplemente irreal y salpicar a los autores o a sus familias. De ahí, los riesgos de su acción. No creo que semejante estilo sea correcto ni conveniente para establecer nuestras relaciones de convivencia y mucho temo que resulta impropio de quienes representan los intereses de la ciudadanía, el destapar la caja de los truenos.
La aclaración hace referencia a un callejón que ya no existe, y que es el que los representantes públicos, Cabrera y Leal utilizan para pasar de puntillas. Y lo hace la Concejala de Urbanismo de la ciudad de Arrecife, a la que supongo cercana a todos los expedientes relacionados con este tema, debiendo, por tanto, exigírsele rigor en la información que utiliza.
En la década de 1950, desaparece, fruto de un incendio, la casa que la familia Díaz (Eduardito) poseía en las inmediaciones de La Plazuela, tras cuyo derribo, el callejón colindante con la propiedad siniestrada, que comunicaba aquella calle con la de Otilia Díaz, quedó impracticable y fue clausurado durante algunas decenas de años. Esta falta de diligencia para el desescombro fue fruto, con toda probabilidad, de las escasas condiciones de salubridad del mismo, utilizado habitualmente como urinario.
Hacia los años setenta, siendo alcalde don Ginés de La Hoz, ordena el desescombro y la edificación de un almacén de una planta con el fin de guardar el material para el mantenimiento del Parque Viejo. El procedimiento realizado para modificar la función del antiguo callejón y ser calificado como excedente de la vía pública aparece recogido en actas de plenos celebrados desde 1970 a 1973, y el referido a la venta posterior, en diversos plenos de esos años intermedios. Es en 1973, cuando mi marido adquiere al Ayuntamiento dicho almacén, siendo alcalde don Rogelio Tenorio, y lo incorpora a un local colindante de su propiedad. Por aquél, paga el precio con el que había sido tasado, y se procede, en ese acto, a la formalización, ante notario, de la escritura de propiedad que aún conservo, y donde se narran con detalle todas las incidencias. Es esto, en síntesis, lo que sucede con cierta calle de la zona de La Plazuela que vaya usted a saber donde está en estos momentos, o una calle que su padre conocía muy bien, según palabras textuales de los autores.
Comprenderán la Sra. Cabrera y el Sr. Leal, que por su parte no hay motivo de celebración alguna, que mis hijos no deben sentir vergüenza sobre ninguna acción de su padre, ni ser responsables de las obras de aquél, más que de las suyas propias. En lo que a mi concierne, se ha hecho preciso realizar la siguiente puntualización, aun a costa del criterio de alguno de mis hijos, con el fin de aportar una información sobre hechos que nunca, en el contexto de su escrito a Mario A. Perdomo, debieron haberse utilizado y que da una aproximación a la talla de sus personas.
Si bien sería deseable unas excusas públicas en atención a la memoria de mi marido, no las espero, pero sí desearía que este tipo de prácticas, por el bien de nuestra convivencia, no volvieran a producirse.
