Por J. Lavín Alonso
El diccionario define el término ucronía como una reconstrucción aplicada a la historia, dando por supuestos acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder. En una palabra, especular intelectualmente con acontecimientos pasados reales para dar paso a otros desarrollados fuera del tiempo - ese es precisamente el significado de ucronía - algo así como historia-ficción, con fines casi siempre novelísticos y de pura evasión, pero, en ocasiones, también como forma taimada de intentar hacer prevalecer lo que solo es un deseo del autor; algo que este desea fervientemente que hubiese ocurrido. Y es a este juego al que algunos quieren dedicarse ahora sin parar mientes en que los molinos de la Historia nunca actúan en marcha atrás. Lo pasado, pasado, y pretender tomarlo como ejemplo, sobre todo si se trata de un ejemplo perfectamente inválido y prescindible, no deja de ser una muestra de ceguera política. Así de sencillo.
El siglo XX, en casi toda su extensión, por no decir en toda, fue un tiempo de canallas, y casi todos se dieron cita en el Viejo Continente. Basta para llegar es esta conclusión un somero estudio de la situación geopolítica de Europa en, digamos, la década de los años treinta, que es la que viene a cuento. Buena parte del continente estaba bajo la bota de los totalitarismos antidemocráticos, que incluían a países como Alemania, Italia, La Unión Soviética y en menor grado de importancia, que no de letalidad, Hungría, Rumania y Portugal
En el campo de las democracias - eso si, aun con vocación colonialista - estaban Gran Bretaña y Francia. Había otras democracias como los países escandinavos y Dinamarca, Irlanda o las repúblicas bálticas, pero a todos lo efectos prácticos, carecían de relevancia política en la partida de ajedrez que habría de conducir a la II Guerra Mundial. Y fue en esa época aciaga, cuando comenzaban a soplar vientos de guerra, que surgió la II República Española, que nació impulsiva, vital y en loor de multitudes. Tristemente, desde 1931 a 1936, y a causa de sus contradicciones internas, las cosas fueron transcurriendo de mal en peor. En la primavera del 36, la República reformista fue atacada desde dos frentes, el de la izquierda militante y el de la derecha monárquico-fascista, hasta que acabó alzándose contra ella una parte del ejército. Aquello significó el final de la gran ocasión perdida y el comienzo de una larga guerra incivil, seguida de una mucho más larga dictadura de corte autocrático y un tanto autárquico
El Parlamento Europeo ha condenado el franquismo por vez primera en la Historia y reconoce que Europa dejó solos a los españoles; y no es cierto del todo. Gran Bretaña convenció Francia - en la que se daba la curiosa circunstancia de que también gobernaba el Frente Popular - de llevar a cabo una política de “no intervención”, política a la que se unieron otros 27 países, pero posteriormente ayudó en secreto a Franco. No obstante ello, fueron los propios españoles quienes solicitaron ayuda a Europa, consiguiendo el bando rebelde la ayuda material y humana de las dictaduras fascistas y la República la de la Unión Soviética - bien cara, por cierto. De paso que condenan el franquismo, también podrían sus señorías eurodiputadas revisitar algunos pasados totalitarios, coetáneos de este, y fulminar los correspondientes anatemas; que ya está bien de actitudes farisaicas
Es un hecho histórico que Franco, junto con sus generales y apoyos civiles, no se limitó a ganar la guerra y dar el cerrojazo a aquel malhadado capítulo de nuestra historia. Siguió matando y matando y por ello es condenable su régimen una y mil veces. Pero pretender que la II República es el ejemplo a seguir, del que emanan conceptos tal loables como libertad, orden y progreso, dado su balance histórico, seria como adentrarse en un campo de minas, necio y arriesgado. Nadie tiene todas las respuestas ni se pueden sacar conclusiones verdaderas de premisas falsas. Y es que algunos, en su visión maniquea de la Historia, se asemejan a los habitantes de la caverna de Platón. Y no será por falta de medios y fuentes de información, incluidos los archivos secretos de la extinta Unión Soviética, hoy abiertos a cualquier estudioso. “La Guerra Civil fue de malos contra malos” (Stanley G. Payne, historiador)
