miércoles. 31.12.2025

Por J. Lavín Alonso

La Segunda Guerra Mundial, junto con sus prolegómenos y su epílogo, ha generado en el último medio siglo una verdadera avalancha de literatura y testimonios gráficos. Desde el ascenso al poder de las dictaduras nazi y fascista - al contrario de lo que muchos piensan, no tenían casi nada en común - que condujeron dicha guerra, hasta su apocalipsis final, pasando por un intermezzo de muerte y destrucción, no han cesado los mencionados testimonios.

Aun resulta raro el día en que no aparece el algún medio o en el estante de alguna librería un documento o libro que mantengan fresca la imagen y el recuerdo de aquella inmensa tragedia de ámbito universal. Dentro del drama, siempre ha merecido una especial atención, por su enorme carga de tragedia, el genocidio que los nazis perpetraron sobre diversos pueblos, etnias y gentes, especialmente en lo que toca al pueblo hebreo, cuyo siniestro destino ya empezó a prefigurarse en el bodrio indigesto y lleno de vilezas que fue urdiendo la enfermiza mente de Hitler durante el tiempo que estuvo prisionero en una cárcel bávara por un fallido intento de golpe de estado. Me refiero a Mein Kampf - Mi lucha, en español - la biblia negra del nazismo en sus más puras esencias demoníacas.

Andando el tiempo, aquel iluminado, estudiante fracasado de Bellas Artes, y vagabundo en las calles de la Viena imperial, por una de esas bromas macabras que a veces depara el destino a los humanos, llego a ostentar el poder en Alemania y ahí empezó a fraguarse la gran tragedia y el destino de millones de personas. Al poco tiempo de ese ascenso, se promulgaron las leyes raciales de Núremberg, en 1935, que culminarían con la puesta en práctica del genocidio masivo, según se planificó en la Conferencia de Wansee, en enero de 1942. Todo ello se llevó a cabo en lugares como, y solo cito algunos, Buchenwald, Dachau, Mauthausen, Auschwitz-Birkenau, o Majdanek, de triste memoria. En lugares como los indicados, no solo se exterminó a judíos, sino a otros grupos y etnias considerados “no arios”, tales como gitanos, grupos eslávicos, etc. - “untermensch”, infrahombres, los llamaban. También a los considerados como escoria social, incluidos gitanos, homosexuales y disminuidos físicos y mentales. Pues no se cometieron barbaridades en aquellos terribles años, ni nada. Darían para llenar una biblioteca de respetables dimensiones. Holocausto - Shoah en hebreo - es el nombre que recibe esa tragedia humana.

Y es ahora cuando un terrorista venido a más, que se ha buscado la oposición de medio mundo por sus pretensiones de convertir a su camarilla en miembros del club nuclear, diz que con fines pacíficos, y autoerigido en muecín del fundamentalismo anti occidental, pretende que toda una época histórica, contrastada y verificada hasta la saciedad, nunca existió o es un infundio del sionismo. Para dar fuste a tan obsceno negacionismo del Holocausto, que no pasa de ser una descarada perversión de la Historia, se ha procurado el concurso de otros “expertos” de su catadura moral, llevando a cabo un congreso en Teherán. El Congreso de la Desmemoria Canalla podría muy bien llamarse tal despropósito - o tal vez el del encefalograma histórico plano - que no pasa de ser un ultraje a la memoria de quienes padecieron bajo la bota nazi.

La desmemoria canalla
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