Por Juan Carlos Rey
El año en el que George W. Bush ganó las elecciones en Estados Unidos el mundo cambió para siempre. Así comienza uno de los muchos libros que un servidor escribe y que está seguro de que jamás verán la luz por dos razones justificadas: por la evidente falta de talento de este aprendiz de amanuense y por la falta de interés de las editoriales en publicar cosas que no vengan avaladas por la firma de uno de los muchos intelectuales de prestigio que son o están o del famosillo de turno, este último, como es ya de sobra conocido, dispuesto siempre a poner el rostro -o jeta- al trabajo que realizan esos pobres “negros” que tampoco saldrán jamás de sus particulares zulos. Otro día me ocuparé en profundidad de una cuestión que me hierbe la sangre y que tiene que ver con los amañados concursos literarios que otorgan millonarios premios por encargo a quien no lo merece, de cuyo ejemplo podría ser sin duda el fallo -nunca mejor empleada la expresión- del premio Planeta a la insoportable escritora Lucía Etxebarría y de cuyo reverso más tenebroso es el ejemplo que ha dado al mundo de las letras Carlos Ruíz Zafón con la inigualable novela La sombra del viento. Pero no hablemos de mí, que no soy noticia ni pretendo serlo, y mucho menos de Lucía Etxebarría, que bastante dinero se ganó a cuenta de la broma del premio Planeta para que encima le demos publicidad en esta modesta columna de opinión. Hablemos del objeto de este somero análisis de la actualidad informativa, del peor presidente de la historia de Estados Unidos, George W. Bush.
Cuando desde la distancia uno oye o lee lo que se cuenta de Estados Unidos se queda perplejo. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2002 -pocos meses antes tuve la suerte de visitar Nueva York, pero no subí a las Torres Gemelas-, después de la guerra de Irak, después del elevado índice de paro que aumenta cada año, después de una denigrante pérdida de libertades, después de haber convertido a la primera potencia del mundo en la primera potencia del odio, no entiendo cómo todavía las encuestas aseguran que el hijo del segundo peor presidente de la historia de Estados Unidos volvió a ganar las elecciones.
Para más coña, nos enteramos de que Florida había iniciado con ciertas irregularidades el proceso anticipado de votación de las elecciones presidenciales del 2 de noviembre de ahora hace dos años, con un nuevo sistema con el que precisamente se esperaba evitar el bochorno electoral de hacía cuatro años. Como se recordará, fue el triste día en el que se confirmó, después de un chanchullo insólito en el recuento de votos de Florida -estado que volvió a ser decisivo en esta ocasión-, el triunfo de George W. Bush, al que el cineasta Michael Moore define muy acertadamente como “idiota”, frente a un candidato tan solvente como fue el vicepresidente de Bill Clinton, el demócrata Al Gore. No bastaron los cuatro años de brillantez política que desplegó la Administración Clinton -con mónicas lewinskys o sin ellas-, como hace un año no fue suficiente la riada de cadáveres de soldados estadounidenses que siguen llegando de Irak.
En su día no supe qué había que hacer para favorecer a John Kerry. Es cierto que no parecía el mejor de los candidatos posibles; también es verdad que se parece un poco a Herman Monster, pero estaba entonces y sigo estando ahora convencido de que es imposible que hiciera peor las cosas que Bush hijo. Además, teniendo en cuenta que tenía como asesor a un canario, al teldense Juan Verde Suárez, es imposible que sea mala gente.
No habría estado de más de todas formas que se hubiera hecho caso a alguien tan experimentado como es el ex presidente Jimmy Carter, alguien que avisó del pucherazo que preparaban los asustados republicanos, que a falta de una mayoría holgada parecían capaces de llegar a gestar cualquier estrategia, aunque ésta tuviera que ver con un vergonzoso amaño electoral. ¿Qué pasó al final? Todavía no lo sabemos, pero el triunfo de Bush en las elecciones de 2004 me sigue pareciendo dos años después bastante sospechoso. ¿Tú qué opinas?
