Por J. Lavín Alonso
No se porque tengo la impresión de que el gobierno esta intentando arrogarse “motu proprio” el diseñar, imponer y dirigir la educación moral del estudiantado infantil, facultad que, por otra parte, no sé que posea ni que nadie le ha otorgado expresamente. En cierta ocasión, el notable cineasta Woody Allen comento: “Me preocupa el futuro, al fin y al cabo es donde voy a pasar el resto de mi vida”. Esta visión de lo que está por venir es común a todos nosotros, pero, obviamente, a unos en mayor grado que a otros. Los que ahora están en la infancia tienen unas expectativas de futuro muy superiores a la de sus padres o abuelos, al menos en teoría. Por eso resulta preocupante que ahora algunos conspicuos barandas se pongan a jugar a aquello que Huxley describió con gran detalle en “Un mundo feliz”, pero en versión moderna y más sutil ¿o debo decir letal?
Por cierto que hablando de sutilezas, la de nuestros mandamases en muchos aspectos de su quehacer poseen una categoría parangonable a la del vuelo de un avestruz o a la de un colorín de Mortadelo y Filemón, y, pareados aparte, perdón por la forma de señalar. Según noticias aparecidas en algunos medios, y en relación con Educación para la Ciudadanía- contrapartida progreta de aquel forgendro llamado Formación del Espíritu Nacional - al que, por cierto, nadie se tomo nunca muy en serio - no parece que todos los padres estén dispuestos a pasar por las horcas caudinas del adoctrinamiento oficial impuesto en materia tan crucial como es la formación del pensamiento y su relación con el entorno, o su visión del mundo. De hecho, ya se están sustanciando posiciones de franco rechazo ante la imposición de dicha materia, de la que dicen tiene la pretensión de que “el estado suplante a los padres como primeros responsables de la configuración de la conciencia moral de sus hijos”. Y añaden que en esta nueva asignatura se encuentra un “proyecto ideológico que impone desde el Estado el relativismo moral, el positivismo jurídico, la ideología del género y el laicismo que pretende arrinconar las convicciones religiosas de muchos a la sala de estar de casa”.
Resumiendo: en esta cuestión, el Estado pretende invadir la competencia de la familia en el ámbito moral, imponer una determinada concepción - su concepción - de las cosas y extirpar la libertar de educar conforme a los propios principios. Esto ya fue puesto en práctica por algunos regímenes del reciente pasado, con los resultados de todos conocidos, y a buen entendedor... Pero, lamentablemente, en algunos lugares aun sigue en vigor esta malhadada práctica: madrasas, ikastolas, inmersión lingüística “a fortiori”, etc.
Tengo un nieto en edad escolar y lo cierto es que me solivianta y acongoja la idea de que su mente impúber sea hollada por el comisario político de la enseñanza de turno, e implante en ella su particular y prescindible, monocromática y sectaria percepción del mundo y sus alrededores. Esta parodia de educación podría resultar una frivolidad de consecuencias imprevisibles. Tres clases hay de ignorancia: no saber lo que debiera saberse, saber mal lo que se sabe, y saber lo que no debiera saberse. (La Rochefoucauld)
