Por J. Lavín Alonso
Hace ahora casi un año que escribí el siguiente texto en relación con la tragedia, con visos de atroz genocidio, que están viviendo las gentes de una amplia zona del oeste de Sudán llamada Darfur. Como quiera que hoy día la tragedia no ha remitido, ni se vislumbra modo de que lo haga, antes bien, parece haberse recrudecido, es por lo que considero oportuno intentar ofrecerlo nuevamente a la opinión pública. Su título entonces fue: Ébano sangrante frente a hipocresía caduca.
“Cuan fácil de activar resulta la sensibilidad de algunas almas bien intencionadas, sobre todo si están alimentadas por el espíritu autocomplaciente de lo políticamente correcto. Quede bien claro que ninguna circunstancia coyuntural puede justificar la muerte de un solo ser humano, y menos aun si esta tiene lugar en condiciones que atenten contra su dignidad como tal.
Por eso no deja de causarme cierta perplejidad, no exenta de indignación, ver como muchos - o pocos, que la aritmética no puede cuantificar sentimientos - se precipitan al muro de las lamentaciones que ha levantado muestra hipócrita sociedad, y allí dan en desgarrar sus ropajes morales, por otro lado, escasos, ante el hecho de que unos cuantos desheredados de la fortuna no hayan logrado culminar su ultima singladura, su desesperado éxodo hacia lo que consideran su Tierra de Promisión., mientras permanecen absolutamente indiferentes, o lo que es peor, ignorantes, ante la tragedia, también africana, de Darfur, un lugar del África profunda en el que está perpetrando uno de los mas atroces genocidios de nuestros días, tan pletóricos de violencia.
Para quienes van en pos de coartadas morales que justifiquen y disfracen su falsaria comedia de aparente humanidad, diré que Darfur es una amplia región al oeste de Sudán con una extensión similar a la de España, en la que desde hace mas de tres años se vienen sucediendo asesinatos, violaciones, saqueos y desplazamientos forzosos de grupos armados de etnia árabe, siendo las víctimas las poblaciones africanas de raza negra de Tour, Massalit y Zaghawa. El balance resulta hasta ahora estremecedor: unos 300.000 muertos, más de dos millones de desplazados y un cuarto de millón de refugiados en Chad y la República Centroafricana, que sobreviven gracias a la ayuda humanitaria internacional. Esta si es una tragedia de verdad, hipocresías aparte, frente a la cual la conciencia colectiva de ese ente algo etéreo llamado Occidente parece diluirse cual nubecilla en un cielo de verano. Para muchos solo se trata de una tragedia ajena, distante e imprecisa, que solo aparece en los noticiarios de cuando en cuando, sin que por ello logre despertar a la sociedad opulenta, incluido el progresismo de salón, de su autocomplacida modorra.
Los hay que tratan de recordarnos continuamente, frente a la oleada de inmigrantes subsaharianos que están llegado a nuestras costa, y en un patético intento de establecer parangones, a todas luces falaces, que las islas alimentaron durante buena parte de los siglos XIX y XX una emigración triste y pertinaz, motivada por razones similares. Cierto es y bastante profundo el recuerdo de aquel triste éxodo en no pocas familias isleñas, pero omiten reseñar que la mayor parte de aquella corriente humana se canalizó hacia las Américas, hacia países muy extensos, poco poblados y con un notable potencial de riquezas y desarrollo, circunstancias estas que en modo alguno concurren en nuestro archipiélago. De ahí lo de la falacia argumentativa. Allí, nuestros emigrantes se partieron el pecho trabajando y contribuyendo en no poca medida al ulterior crecimiento de sus nuevas patrias de acogida. No fueron allí a esquilmar ni tras el señuelo del enriquecimiento fácil, como se ha querido insinuar aquí.
Como ya indiqué más arriba, ni los sentimientos se pueden cuantificar ni aquí vale la navaja de Occam. Los problemas complejos no admiten soluciones sencillas, y el de la inmigración, bien sea en cayucos o en las pateras del aire, resulta ser de una complejidad apabullante, frente a la cual, algunos menestrales de la cosa pública se desgañitan pidiendo que no se politicen las cosas... y resulta que están politizadas hasta el corvejón. La Hipocresía a escena, por favor.”
