Juan Carlos Rey
Este lunes se conmemora otro 20-N, no tan especial como el anterior. Y es que hace ya 31 años que murió Francisco Franco Bahamonde. Sus mayores detractores hablan de él como del hombre que atropelló a alguien con una bicicleta, lo que me parece una sandez teniendo en cuenta la increíble biografía del que fue en su tiempo el general más joven de Europa. Sus mayores defensores lo elevan a los altares y lo colocan a la altura de grandes estrategas como Napoleón. Otra sandez, aunque bastante más acertada que lo de la bicicleta.
31 años ya no es una cifra redonda. Parece que fue ayer. Parece hasta que uno se mira al espejo y se da cuenta de que ha pasado el tiempo. Recuerdo cuando los 20-N significaban en Madrid una tremenda exaltación nostálgica de un régimen que se acababa de ir. Me refiero a los últimos años de la década de los setenta y los primeros de los ochenta. La plaza de Oriente, justo donde se encuentra el palacio en el que se casó “la reina de la televisión” con el Príncipe Felipe -qué cosas tiene la vida-, era un hormiguero de personas. Aquellos estaba abarrotado. Parecía que el rollo ese de las elecciones no iba a durar mucho tiempo. Yo era muy joven, mucho más joven que ahora, que ya es decir, pero lo tengo grabado a fuego. Algunos amigos míos participaron en aquellos actos. Tenían sus razones. Yo no las tenía ni las compartía, por supuesto, pero las respetaba.
Unas personas acudían convencidas de que había posibilidades de cambiar el camino que habían emprendido los constitucionalistas, esos locos que pensaban enderezar el torcido rumbo de un país en el que hacía falta mano dura. Otras iban simplemente guiadas por la costumbre de los discursos de exaltación de la patria que tanto gustaban en la época en la que llevarse un mendrugo de pan a la boca era poco más que una odisea, en esos tiempos en los que decir España no era pecado. Algunas, tal vez muchas, iban por miedo a que regresara la Dictadura y les cogiera con el pie cambiado.
La Guerra Civil dejó una España dividida en dos mitades. Los nacionales, los teóricos ganadores -no creo que nadie gane después de una guerra tan tremenda como la que se vivió aquí- se encargaron de silenciar a una de ellas cuando se impuso y se consolidó su proyecto. Luego todo cambió para bien. Tardamos cuarenta años, pero mereció la pena la espera. Muchos sostienen, entre ellos Winston Churchill, que la democracia es el sistema menos malo de los posibles. Estoy de acuerdo a medias. No es bueno del todo porque está cargado de injusticias, pero tampoco lo haría descender a la categoría de malo.
Ahora, treinta años después, hay antifranquistas hasta debajo de las piedras. Despotrican contra el Régimen y se llenan la boca de insultos contra todos aquellos que se rozaron con el Dictador. Muchos de ellos son los que en su día no abrieron el pico y se callaron ante las injusticias y ante la falta de libertad de la que ahora tanto les gusta hablar. Algunos, y tienen conocidos nombres y apellidos, llegaron incluso a lucrarse bajo la sombra del Generalísimo.
Federico Jiménez Losantos ha sostenido en alguno de sus incendiarios discursos de las mañanas de la COPE que la España de 2005 es muy parecida a la España de 1936. Considera, basándose en lo que sucedió entonces, que las circunstancias son parejas: un Gobierno socialista que no es capaz de controlar a sus socios nacionalistas y que poco a poco va desmembrando la unidad nacional en favor de las ideas más independentistas, un Gobierno que trata de aniquilar los principios del catolicismo que tanto arraigo tiene en un país de beatos y beatas. A su juicio, todo puede desembocar en una nueva guerra civil. Me parece exagerado, muy exagerado. Comparto alguno de sus puntos de vista, sobre todo los que tienen que ver con la escasa autoridad que ejerce el PSOE sobre Carod Rovira y compañía. Eso sí, dudo mucho que la España del 36 se parezca en algo a la actual. A esta, como pronosticó Alfonso Guerra, no la conoce ya ni la madre que la parió.
Alguien dijo una vez de forma muy atinada que el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Esperemos que los que mandan no se empeñen en olvidar lo ocurrido no hace tantos años, no vaya a ser que alguien se empeñe en repetirlo y lo consiga.
