De lo que no se habla, mata: desmontando mitos sobre el suicidio

Asistí a una charla sobre el suicidio. Y no, no fue una de esas reuniones en las que la gente baja la voz y pone cara de funeral, como si hablar de la muerte fuera a invocarla. Fue todo lo contrario: un ejercicio de lucidez, de humanidad y, sobre todo, de ponerle nombre al miedo. Porque si algo mata más que el propio acto, es el silencio que lo rodea.

Estamos en una sociedad donde todo se publica: la tostada del desayuno, el filtro de la tarde, el drama de pareja y el viaje a Estambul. Pero cuando alguien dice “no puedo más”, los cuñaos de turno aparecen con su arsenal de frases de calendario de gasolinera:

“Eso es querer llamar la atención.”

“Si lo dice, no lo va a hacer.”

“Tienes que pensar en lo afortunado que eres.”

Y uno ahí, intentando no saltar con un: “mira, Manolo, afortunado sería que te callaras un rato y leyeras algo que no fuera el Marca.”

Hablemos claro: minimizar el sufrimiento ajeno no salva vidas, las pone en riesgo. El suicidio no es cobardía, ni egoísmo, ni un “capricho del deprimido”. Es el final de un dolor que no encontró salida, de un sistema que no enseña a gestionar las emociones, de un entorno que prefiere mirar hacia otro lado porque le da miedo el tema.

¿Y si empezamos por ahí? Por educar en inteligencia emocional, que no significa poner cara de coach motivacional y decir “tú puedes con todo”, sino enseñar que no pasa nada por no poder con todo. Que la fortaleza no está en resistir callado, sino en pedir ayuda. Que llorar no te quita la dignidad, te la devuelve.

Hablar del suicidio no incita a cometerlo. Lo que incita es el tabú, la vergüenza, el “mejor no digas nada”. Normalizar la conversación salva vidas, y eso no es una opinión: es un hecho. Por eso, escuchar a profesionales y testimonios reales fue como abrir una ventana en una habitación cerrada durante años. Y el aire fresco, créeme, se notaba.

Así que, la próxima vez que alguien diga que está mal, no le digas “anímate”. Dile: “cuéntame”. No le aconsejes, escúchale. Y si no sabes qué decir, no pasa nada. Estar ya es mucho.

Porque si de verdad queremos ser una sociedad madura, tendremos que aprender que hablar de suicidio no provoca muertes, provoca conciencia. Y quizá ese sea el primer paso para que menos personas sientan que su única salida es irse.