El incendio del racismo: cuando la mentira prende más rápido que el fuego

Durante semanas, un chico marroquí de 20 años fue convertido en monstruo de feria: el “asesino atroz” que, según titulares y voces histéricas, había rociado con gasolina y quemado viva a una menor en Las Palmas. La historia tenía todos los ingredientes para la carnicería mediática perfecta: un inmigrante irregular, un delito brutal, y un ejército de cuentas de extrema derecha frotándose las manos para alimentar la máquina del odio.

El problema es que era mentira. Ni hubo gasolina, ni hubo asesinato premeditado, ni mucho menos un monstruo. Lo que hubo fue un accidente, humo, confusión… y la maquinaria racista funcionando a todo gasoil.

La pregunta ahora es sencilla: ¿van a pedir perdón? ¿Veremos a los que inflaron la hoguera mediática retractarse con el mismo volumen con el que demonizaron? Ya sabemos la respuesta: no. Para quienes viven del odio, retractarse es tan difícil como vivir sin Twitter.

El chico pasó 57 días en prisión preventiva mientras hordas digitales clamaban por su expulsión, por su linchamiento, por su cabeza en bandeja. Hoy, cuando la justicia desmonta el relato, esos mismos perfiles callan o se inventan una excusa nueva. Porque aceptar la verdad sería tanto como reconocer que lo suyo no era preocupación por la menor, sino hambre de chivo expiatorio.

Lo que ocurrió aquí es de manual: la extrema derecha buscó el sesgo confirmatorio. No querían saber qué había pasado realmente; querían que la realidad encajara con su prejuicio. Si un extranjero estaba cerca del fuego, entonces tenía que ser el culpable. Y si la investigación decía otra cosa, se ignoraba. Lo importante era la narrativa, no la verdad.

Este episodio es el espejo incómodo de lo que ocurre cuando la xenofobia se disfraza de justicia popular. Se levantan campañas de odio que destrozan vidas, se criminaliza al extranjero por sistema y se demuestra que, para algunos, ser inmigrante equivale a ser culpable hasta que se demuestre lo contrario.

Si realmente les preocupara la menor, estarían acompañándola en su recuperación. Pero no: lo que les importaba era tener un “moro” al que señalar, porque nada prende más rápido que un prejuicio.

Así que sí, sería bonito ver a esos políticos, opinadores y tuiteros pedir disculpas. Pero eso es tan probable como que Abascal se aprenda un versículo de la Biblia que no contradiga sus discursos.