Confidencial: tu salud, si molestas, será de dominio público

Hay cosas que uno pensaba que solo pasaban en series americanas de conspiraciones o en los hilos delirantes de Twitter a las tres de la mañana. Pero no: también ocurren en Canarias, versión “Trump tropical”, con sol, millo y guagua incluida.

Resulta que un diputado —Yone Caraballo— tiene la osadía de fiscalizar a la Consejería de Sanidad, y de pronto, como por arte de magia (o de indiscreción premeditada), sus datos médicos aparecen aireados en una comisión parlamentaria. No por error, no: usados como munición política, con la misma naturalidad con la que otros se limpian las manos con gel hidroalcohólico.

Y ahí estaban ellos: Adasat Goya, en plan portavoz del secretillo de pasillo, y la consejera de Sanidad, que lejos de cortar semejante despropósito, pareció disfrutar de la escena como si estuviera viendo un capítulo extra de “House of Cards: Edición Canaria”. Qué moderno todo. Qué transparencia. Qué poco pudor.

Lo que Intersindical Canaria denuncia —esa divulgación ilícita de datos médicos— no es un tecnicismo administrativo: es una indecencia política. Porque si hoy se permite que se utilicen los datos de salud de un parlamentario para desacreditarlo, mañana pueden hacer lo mismo con cualquier ciudadano que critique la gestión sanitaria. Y no exagero: es la versión canaria del trumpismo, ese método tan moderno de desacreditar al adversario filtrando, difamando o directamente inventando, y luego salir sonriendo ante las cámaras como si fuera “una broma del destino”.

Coalición Canaria —siempre tan dada a predicar la moderación— debería entender que la política no es una verbena de confidencias, y que la intimidad médica no es un souvenir que se reparte en las comisiones parlamentarias. Pero claro, cuando el poder se les sube como el mojo al sol, pierden el sentido de lo público.

Y lo más grotesco de todo es la actitud de impunidad, ese aire de “¿y qué?”, como si divulgar datos médicos fuera una travesura de colegio. No, cariño: esto no es “una travesura”. Esto es cruzar todas las líneas rojas de la decencia institucional.

Mientras tanto, Yone Caraballo, con la serenidad del que sabe que tiene razón, ha sido víctima de una canallada con mayúsculas. Pero también ha conseguido algo importante: desenmascarar el estilo de una consejería más pendiente del poder que de la ética, más dedicada a la defensa partidista que a la defensa de la salud pública.

Y sí, querida Coalición Canaria, pueden seguir llamándolo “debate político”, pero cuando alguien usa información médica confidencial como arma, deja de hacer política y empieza a hacer ruido. Ruido sucio, de ese que ni con mascarilla se filtra.

Así que, si esto fuera una serie, este capítulo se titularía: “Sanidad confidencial: el día que la ética se contagió de cinismo”. Y créanme, no lo vería ni en streaming.