Lanzarote: la isla donde la mentira sensacionalista flota

En Lanzarote, las olas no siempre traen sal y espuma; a veces traen rumores. Esta semana, en Matagorda, una mancha oscura apareció en el mar: microalgas en descomposición, según los técnicos. Pero en las orillas del boca a boca, la historia ya se había hinchado como vela al viento: contaminación, vertidos, catástrofe.

En Playa Honda, otro capítulo: lo que a primera vista fue una gran medusa resultó ser una masa viscosa de huevos de calamar. Sin embargo, antes de que alguien lo verificara, ya había quien juraba que era una criatura extraña, peligrosa, tal vez nunca vista.

El agujero de El Golfo, ese cráter en el asfalto que lleva siete años esperando reparación, es el monumento perfecto a nuestra incapacidad de hacer política: prometer, postergar y posar para la foto. Como él, ahí están las obras del Palacio de Congresos, la piscina de Costa Teguise que sigue siendo promesa de papel, el puente peatonal del Charco de San Ginés eternamente anunciado, o la carretera de Playa Blanca, que parece una partida de dominó a medio jugar o una buena red de saneamiento de aguas que consiga no verter a diario una cantidad de litros de material fecal y no tratado al mar. Todas, piezas del mismo rompecabezas: la parálisis maquillada con comunicados de prensa y fotos preelectorales.

Las promesas electorales aquí tienen fecha de caducidad más corta que una sardina fuera del mar. Se diluyen como la mancha de microalgas con la marea, pero el pueblo sigue viendo “la gran medusa”, porque la maquinaria de comunicación se encarga de secuestrar la opinión pública, homogeneizar el pensamiento y adormecer cualquier atisbo de crítica. Aunque todos sabemos que estamos bañados en mierda y recubiertos de mentiras todos los días. El pueblo está enfermo, enfermo de desidia y eso anula la posibilidad de crítica y de contracorriente. ¿Cuál es la razón por la que Arrecife no se convierte en la capital de la protesta? ¿Por qué nunca se toma la Bastilla? En sitios tan pequeños protestar tiene un coste social; la estigmatización o el señalamiento  con comentarios, represalias laborales o pérdida de relaciones sociales. Lanzarote parece un gran experimento de Milgram, ¿hasta cuando vamos a apretar la palanca para darle descargas al otro por mandato de un superior?

En esta isla, la mentira no es un accidente: es el sistema operativo. Si Freud levantara la cabeza en El Reducto, se encendería un puro y sentenciara: el fetiche de Lanzarote es la mentira estamos obsesionados con ella y la hemos normalizado como actitud social. Pero no cualquier mentira: aquí se adora a la mentira que se viste de progreso, que se pasea en titulares y que promete futuro sin entregar presente. Es una mentira líquida, como la marea que todo lo arrastra; maleable, como la gelatina de los huevos de calamar; y persistente, como ese rumor de que “ahora sí” se van a hacer las cosas. Y así, mientras el mar devuelve siempre la verdad a la orilla, nosotros seguimos votando a la mancha pensando que es una medusa.