La del dedal en la mano y tu voz en el alma
Desde pequeñas, Nerea y Clara entendieron que la vida podía coserse y enhebrarse.Jugaban con agujas sin punta, hilvanando retales de tela vieja para vestir muñecas y sueños. Cada puntada era una promesa: Cuando seamos mayores, seremos costureras.
Clara usaba la aguja con mucha precisión. Nerea, con una pasión única.
Y entre dedales de lata, botones sueltos y ovillos de colores, se fue tejiendo una amistad tan fuerte como el hilo más resistente. Sus telas llevaban huellas de sus dedos impregnados de corazón. Todo lo que se hace con ilusión sale bien, se decían entre ellas.
Con los años, la aguja de la vida las llevó por caminos distintos, Clara viajó, conoció el mundo, cosió su historia con parches de muchas culturas y paisajes.
Nerea eligió quedarse. Encontró el amor en un hombre sencillo, con manos cálidas y voz de paz. Era su reducto de serenidad. Con él cosió un hogar, bordó el nombre de sus hijos en cada almohada y usó cada día el dedal del amor para protegerse de los pinchazos de la vida.
El tiempo pasó. Las canas llegaron, y con ellas, algunos olvidos. Nerea, que antes enhebraba el hilo sin mirar, ahora dudaba. Se perdía en los recuerdos, en las fechas, en las palabras que antes venían solas, lloraba a veces porque se percataba de que anhelaba la mano de su marido y ya no estaba. Su luz no era tan nítida .Pero algo dentro de ella seguía vivo, intacto: su amor, eso era aún una seda suave, como los abrazos a sus hijos.
El hilo invisible que aún la unía a su marido, aunque él ya no estuviera, estaba fijado en su memoria
Un día, Clara volvió. Se reencontraron en una tarde de otoño, bajo una luz dorada que parecía envolverlas en una manta suave. Se abrazaron, lloraron, rieron. Y entre historias y silencios, Clara tomó la mano de su amiga.
Creo que aún tienes el dedal en el corazón, Nerea —le dijo—.Aunque tu mente a veces se evada, tú sigues cosiendo amor. A tus hijos, a los recuerdos, a los que aún estamos contigo. Eso lo puedo percibir.
Nerea sonrió, con los ojos llenos de esa mezcla de tristeza y gratitud que solo tienen quienes han amado profundamente como ella.
A veces me cuesta encontrar la aguja, susurró.
Pero la niña que fui no se ha ido, está como el almidón, ahí sin arrugarse, Ella me guía. Ella me dice que siga zurciendo. Que mientras recuerde su voz, y abrace a mis hijos, aún puedo coser esperanza y bordar ilusiones con hilos de cariño.
Te acuerdas Nerea, que cuando ya todos dormían ,se oía bajito tu aguja, como si fuera una voz querida,una voz bonita, la de él…la que aún vive en tu pecho como un bordado que nunca se borra.
Y así, con un ovillo de palabras suaves, las dos amigas siguieron cosiendo juntas.
Porque hay costuras que el tiempo no puede deshacer. Y hay hilos ,los del amor, la amistad, que no se rompen nunca, pase el tiempo que pase.
Costureras de Canarias, esas que perduran y que no se rompen aunque soplen los vientos alisios, porque sigue primando el ENTUSIASMO.
Y cuando ya todos dormían ,se oía bajito tu aguja, como si fuera una voz querida,una voz bonita, la de él…la que aún vive en tu pecho como un bordado que nunca se borra.
Se lo dedico a una niña de melena rubia y larga que aún sigue en el corazón de Nerea, agarrándola y queriendo verla feliz. Y que de pequeña a mí me cautivó.
Poema.
Las costureras hilvanaron mareas, cosieron cada surco de espuma,
tejieron aves con escamas, pulpos,
colmillos de morsa, cuernos de unicornio,
doblaron las olas.
Gotas de sangre de sus
dedos pinchados
por la aguja cayeron al agua,
el sudor resbaló en sus mejillas
y fueron naufragio y tempestad.
Paula Díaz Altozano (Canarias)