¿Vamos hacia una sociedad insolidaria?

Nadie es inmune a los caprichos de la fortuna. Podemos caer enfermos, en paro o cualquier otra adversidad, y ahí entra la solidaridad, que hoy mayoritariamente nos la proporciona el Estado con los impuestos. La solidaridad es un término que proviene de Émile Durkhein, el cual trató de explicar cómo las comunidades establecían vínculos de unión, tanto en el pasado, como en su Francia del siglo XIX. La solidaridad es un sentimiento común, una sensación de fortuna compartida entre los miembros de una comunidad. Se manifiesta cuando los afortunados ayudan a los desafortunados, los pobres, los enfermos y los ancianos. Podemos debatir quién debe proporcionar la solidaridad y en qué medida, pero lo cierto que ha sido un impulso humano que la mayoría compartimos. En las democracias occidentales desarrolladas, es el Estado de bienestar, quien dispensa esa solidaridad: sanidad, educación, ayudas al desempleo, pensiones…No obstante, observamos que cada vez hay más insolidaridad, producto del modelo neoliberal, cuyos valores son el individualismo, es decir, menos solidaridad. En España y en la mayoría de los países determinadas élites han renunciado a sus responsabilidades, mostrando nulo interés por el resto de la sociedad, con el lógico  y grave divorcio entre las élites y la ciudadanía. Tal situación la explican Antonio Ariño y Juan Romero en su libro de 2016 La secesión de los ricos. La condición de ciudadano requiere un compromiso con el bien común, palabra hoy anacrónica. La secesión de los ricos es romper con ese compromiso solidario.  La manifestación más clara es el cambio de domicilio por razones fiscales. Abandono por puro egoísmo de responsabilidades con tu propio país. Son tiempos de secesiones. Ante la incomodad nos vamos. Los ricos han abierto la brecha, por la que pueden seguir otros.  Lo están haciendo los youtubers, que son sus referentes para muchos jóvenes, que se declaran anti-impuestos. Ariño y Romero señalan con un tono irónico que un fantasma recorre el mundo, no el comunismo ni la rebelión de las masas, sino la huida de las élites, la de los ricos, con sus capitales fuera de sus países de origen, desvinculándose de cualquier proyecto de sociedad integrada y cohesionada. Mas, cuando el dinero escapa al alcance de los poderes públicos, las sociedades se resquebrajan y las tentaciones autoritarias se otean en el horizonte. Ya en 1996, Christopher Lasch en La rebelión de las elites y la traición a la democracia advirtió de la formación de una elite que tiende a separarse y a formar un mundo aparte: en hábitos, convicciones, recursos, aspiraciones y lealtades; una elite ávida, insegura, cosmopolita, extrañamente irresponsable. El incremento de la insolidaridad es un fracaso incuestionable de la política. Que la justicia social está vinculada con la solidaridad es claro. Y sin embargo, atónitos escuchamos declaraciones de políticos, de aquí, Esperanza Aguirre e Isabel Díaz Ayuso, y de más allá del Atlántico, Javier Milei, considerando aberrante la «justicia social», como una ocurrencia socialista o un rasgo de perroflautas desocupados. Nunca estos portavoces del neoliberalismo salvaje lo han dicho tan claro y rotundo sin que se produzca una reacción contundente. Que  estos mensajes cosechen bastante éxito en las élites a las que sirven no sorprende, pero lo difícil de entender  que sean aceptados por las víctimas de esta doctrina económica, cuyo mensaje es el «Sálvese quien pueda». Es decir, la ley de la selva. Puro darwinismo social.

 Un aviso a navegantes malpensados y despistados. La solidaridad es lo que vertebra una sociedad. En su libro Vidas al descubierto. Historias de vida de los sin techo, las sociólogas Elisabet Tejero y Laura Torrabella, nos advierten de la posibilidad de que cualquier persona, en una determinada época de su vida, puede llegar a encontrarse en una situación sintecho. Tal como ha señalado Beck, las teorías de la sociedad del riesgo nos advierten sobre la universalización y democratización de los riesgos, no solo de perder posiciones de bienestar, sino, de manera más radical, verse inmerso en una situación de pobreza y exclusión. Nadie está libre por diferentes circunstancias,  como el verse obligado a dormir entre cartones en un cajero o debajo de un puente.