Todos al servicio del dios Moloch (El Mercado)
La fascinación mutua que tienen entre sí el cristianismo conservador y el capitalismo (versión neoliberal) podemos constatarla en el hecho de que el libre mercado es una auténtica fe, con sus misioneros, sus apóstoles, sus propios templos (bancos, bolsas…). En el libre mercado y en la mano invisible no queda más remedio que creer, como en el dogma de la Santísima Trinidad o en la doble naturaleza humana y divina de Jesús. Esa dimensión religiosa del capitalismo ya la señaló Karl Marx en El Capital (1867). Ernst Bloch en 1921 afirmó que el calvinismo llegó a establecer los elementos de una religión nueva: el capitalismo considerado como religión y como Iglesia de Mammón /Dios de la avaricia). Este mismo año Walter Benjamin en un conocido fragmento titulado precisamente El capitalismo como religión: “El capitalismo es una religión puramente de culto, quizá la más extrema que ha existido nunca: en él todo adquiere significado solo a través de una referencia constante al culto”; un culto culpabilizador/endeudador. El capitalismo es quizá el primer caso de culto que no ofrece expiación sino culpa por la deuda, que contraen los Estados y los particulares. La deuda permanente nos hace ser culpables permanentemente, ya que no podemos librarnos de ella. Ese es el objetivo del capitalismo. Lo explica perfectamente Maurizio Lazzarato en su libro La fábrica del hombre endeudado.
El teólogo Harvey Cox en el artículo de 2016 El Mercado como Dios (siempre lo escribe con mayúscula), nos explica el misterio que lo envuelve y la reverencia que inspira a sus feligreses. La expresión “religión del Mercado” no es solo una figura retórica. La fe en la funcionalidad de los mercados toma la forma de una religión incuestionable, bien pertrechada con sus sacerdotes y ritos, con sus doctrinas, catecismos e ideologías, con sus santos y profetas, y con un celo obsesivo por llevar su evangelio al mundo entero y convertir a los pueblos descarriados. Que los seguidores de la fe en el mercado no lo reconozcan formalmente que se trata de una auténtica religión, no cambia esta realidad.
Como los dioses de antaño y el Jehová de los judíos, también el Mercado es un dios iracundo y punitivo de carácter inestable. En los tiempos lejanos, los profetas entraban en trance e informaban después a los ansiosos fieles del estado de ánimo de los dioses y de si era un día propicio para casarse o emprender una guerra…Hoy la voluntad voluble del Mercado nos la aclaran los boletines de Wall Street y los medios financieros. Así, nos enteramos de que el Mercado está “nervioso”, “preocupado”, incluso en alguna ocasión “eufórico”. Sobre estas revelaciones los fieles ciudadanos decidimos comprar o vender. El Mercado, como los dioses del pasado, debe ser mantenido feliz para no ser castigados.
Los chamanes de los humores del Mercado son los consultores financieros y los consejeros delegados de las multinacionales. Actuar en contra de sus advertencias puede suponer la excomunión e incluso la condenación. Si un gobierno ofende al Mercado tendrá que pagarlo con suma crudeza.
Como en todas las religiones, en la del Mercado existen herejías que deben ser castigadas, no con la hoguera, sino con la deuda: el ejemplo fue el de Grecia. Los cimientos de esa fe en el Mercado fueron sacudidos en la gran recesión de 2008. Pero, la fe salió fortalecida en la adversidad, y la religión del Mercado emergió más reforzada y renovada.
Hay más paralelismos entre las viejas religiones y la nueva del Mercado. Los atributos de los dioses de las religiones como la omnipotencia, omnipresencia y omnisciencia son extrapolables al Dios Mercado, ya que este todo lo puede, está presente a la vez en todas partes y todo lo sabe. Aunque se nos garantiza que el Mercado posee estos atributos divinos, no siempre resultan visibles para los mortales, por lo que deben ser creídos mediante la fe. Como dice otro viejo mensaje evangélico: “Ya entenderemos por qué”.
Se pregunta Harvey Cox con toda la razón, en esta era de la religión del Mercado: ¿dónde están los escépticos y los librepensadores? ¿Qué ha ocurrido con los Voltaire que alguna vez denunciaban los falsos milagros, y con los H. L. Menckens que daban silbidos estridentes frente a las patrañas religiosas? Actualmente, el control ejercido por la ortodoxia es tal, que cuestionar la omnisciencia del Mercado es cuestionar la inescrutable sabiduría de la Providencia. El principio metafísico es obvio: si digo que algo es lo real, entonces debe ser lo real. Como señaló el antiguo teólogo cristiano Tertuliano: “Credo quia absurdum est” (“Creo porque es absurdo”).
Quiero terminar con unas reflexiones. “Son el dios Mercado y la diosa Ganancia”, advirtió Francisco, las “falsas deidades que nos conducen a la deshumanización y a la destrucción del planeta”. “La historia lo ha demostrado en muchas y muy tristes oportunidades. Son Moloch, devorando a las generaciones recién nacidas”. ¿Quién era ese dios Moloch? En culturas antiguas como la cananea o la cartaginesa, Moloch fue un dios (o un demonio) al que se sacrificaban vivos en el fuego niños nacidos sanos para obtener supuestos favores de la divinidad. En nuestros tiempos, Moloch se ha convertido en la metáfora de cómo se sacrifican valores colectivos para lograr beneficios egoístas. Podríamos poner muchos ejemplos. El cambio climático. Todos decimos que estamos en contra de crear catástrofes climáticas en el mundo, pero unos pocos ganan dinero con las prácticas que las causan. Lo mismo ocurre con la carrera armamentística. Se necesitan guerras para sacar grandes beneficios con la venta de armas. Se privatizan servicios públicos, para beneficio de la empresa privada.
Tony Judt en su libro “Algo va mal”, que lo recomendé como lectura a mis alumnos de 2º de bachiller, señala: “Hay algo profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy. Durante 30 años- el libro está escrito en 2010- hemos hecho una virtud de la búsqueda de beneficio material: de hecho, esta búsqueda es todo lo que queda de nuestro sentido de un propósito colectivo. Sabemos qué cuestan las cosas, pero no tenemos ni idea de lo que valen. Ya no nos preguntamos sobre un acto legislativo o un pronunciamiento judicial: ¿es legítimo? ¿Es ecuánime? ¿Es justo? ¿Es correcto? ¿Va a contribuir a mejorar la sociedad o el mundo? Estas solían ser las preguntas políticas, incluso si sus respuestas eran difíciles. Tenemos que volver a aprender a plantearlas.
Termino con una pregunta. ¿Quién nos socorrerá ante las fuerzas desbocadas del mercado, de ese dios Moloch? Pudimos verlo con la pandemia del Covid-19. Mas, si algo caracteriza al ser humano es una tendencia irreversible hacia el olvido.