Tener muchos títulos no es una garantía de un buen político

Se ha levantado gran polémica entre los partidos políticos por el tema del currículo falso de una política madrileña. Al respecto me parece muy interesante el libro Ejemplaridad pública, del filósofo Javier Gomá. Toda vida humana es ejemplo y, por ende, sobre ella recae un imperativo de ejemplaridad: obra de tal manera que tu comportamiento sea imitable y generalizable en tu ámbito de influencia, generando un impacto civilizatorio. Este imperativo es muy importante en la familia, en la escuela, y, sobre todo, en la actividad política, ya que el ejemplo de sus dirigentes sirve, si es positivo, para cohesionar la sociedad, y si es negativo, para fragmentarla y atomizarla. El espacio público está cimentado en la ejemplaridad. Podría decirse que la política es el arte de ejemplificar. Las instituciones públicas han sido conscientes o deberían serlo del efecto multiplicador para potenciar la convivencia de determinados modelos. Los políticos, sus mismas personas y sus vidas, son, lo quieran o no, ejemplos de una gran influencia social. Como autores de las fuentes escritas de Derecho -a través de las leyes- ejercen un dominio muy amplio sobre nuestras libertades, derechos y patrimonio. Y como son muy importantes para nuestras vidas, atraen sobre ellos la atención de los gobernados y se convierten en personajes públicos. Por ello, sus actos no quedan reducidos al ámbito de su vida privada. Merced a los medios de comunicación de masas se propicia el conocimiento de sus modos de vida y, por ende, la trascendencia de su ejemplo, que puede servir de paradigma moral para los ciudadanos. Los políticos dan el tono a la sociedad, crean pautas de comportamiento y suscitan hábitos colectivos. Por ello, pesa sobre ellos un plus de responsabilidad. A diferencia de los demás ciudadanos, que pueden hacer lícitamente todo aquello que no esté prohibido por las leyes, a ellos se les exige que observen, respeten y que no contradigan un conjunto de valores estimados por la sociedad a la que dicen servir. No es suficiente con que cumplan las leyes, han de ser ejemplares. ¡Vaya ejemplaridad falsificando currículos!

                Hay también una tendencia en engrosarlos con diferentes títulos: licenciaturas, grados, masters. Muchas veces emitidos en centros universitarios privados, de cuya solvencia académica hay muchas dudas. Ni que decir tiene que el acceso a determinados títulos académicos está condicionado por la situación social y económica familiar. El libro CHAVS La demonización de la clase obrera, de Owen Jones proporciona datos muy interesantes sobre la situación actual en Inglaterra extrapolables a España y que me han servido de motivo para una profunda reflexión. Según un informe de la Oficina para la Equidad de Acceso, los chicos inteligentes de la quinta parte más rica de Inglaterra tienen siete veces más probabilidades de ir a la universidad que los del 40% más pobre. A medida que subes puestos en la clasificación, con Oxford y Cambridge a la cabeza, el desequilibrio crece. En 2002-2003, el 5,4% de los alumnos de Cambridge y el 5,8% de los de Oxford provenían de barrios de clase humilde. En 2008-2009, los porcentajes eran 3,7% y 2,7% respectivamente. En el 2006-2007, solo 45 chicos que solicitaron comidas escolares gratuitas entraron en Oxford y Cambridge, de entre unos 6.000 admitidos. Si titulación académica es conditio sine qua non para el acceso a los puestos de ministro, de ahí se deriva que la gran mayoría de ellos en Inglaterra son de extracción socio-económica media-alta, circunstancia que supone la elección de determinadas opciones políticas.

Fijémonos en Cameron, que fue primer ministro en Reino Unido, de niño fue al colegio privado Heatherdown, donde estudiaron los príncipes Andrés y Eduardo. A los 11 años viajó en Concorde a los Estados Unidos con 4 compañeros al cumpleaños de Peter Getty, nieto del magnate del petróleo John Paul Getty. Un antiguo tutor, recuerda ver a Cameron y a sus amigos comiendo caviar, salmón y ternera a la bordelaise, y levantarle la copa de Dom Perignon del 69 para hacer un brindis: ¡Señor a su salud! Antes de llegar a la universidad se educó en el colegio Eton, el lugar de formación de la élite política británica. Por ello, no debe sorprendernos que 23 de los 27 ministros de su primer gabinete fueran millonarios. Son las élites que creen tener derecho a gobernar. Y gobiernan para los suyos, lo triste es que todavía existe gente que no se ha apercibido de ello. Tener muchos títulos no es garantía de estar capacitado para ejercer la política. Entendida esta, gobernar en beneficio de la gran mayoría de la sociedad, especialmente de los más desprotegidos y marginados de la sociedad.

Si echamos la vista atrás, nos dice Owen Jones, el gabinete ministerial laborista que puso en marcha el Estado de bienestar tras los destrozos de la II Guerra Mundial, el contraste es casi obsceno. Los más destacados del Gobierno de Clement Attlee fueron Ernest Bevin, ministro de Exteriores; Nye Bevan, fundador de la Seguridad Social; y Herbert Morrison, el número dos de Attle. Todos eran de origen obrero, y en sus inicios fueron peón agrícola, minero y dependiente en una tienda, respectivamente. Y sin formación académica fueron capaces de llevar a cabo políticas para el progreso de la gran mayoría de la sociedad.