sábado. 31.05.2025

La posverdad es la antesala del fascismo

 

Hay un libro breve, pero pleno de enjundia, del historiador Timothy Snyder Sobre la tiranía. Veinte lecciones que aprender del siglo XX.  De este mismo autor he leído ya otro libro, de forma dialogada entre él y Tony Judt, tristemente fallecido, titulado Pensar el siglo XX. En sus libros muestra la misma concepción de la historia de Josep Fontana, gran historiador ya fallecido. para el cual la historia, en contra de la concepción habitual, no debe contentarse con estudiar el pasado sino que debe explicar los procesos evolutivos que han conducido al presente, lo que implica convertirla en «una herramienta para interpretar los problemas colectivos, para entender el mundo y ayudar a cambiarlo a mejor». Esta tesis esencialmente política va contra la corriente contemplativa y pasiva, pretendidamente apolítica, que hoy predomina en el mundo de los historiadores, y se inscribe en el ámbito de la postura filosófica de Carlos Marx en su famosa, aunque hoy olvidada, undécima tesis sobre Feuerbach. “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Fontana reivindica el «compromiso cívico del historiador» para afrontar los problemas cruciales de nuestro tiempo, para denunciar las mentiras y falsedades que escuchamos a diario sobre la marcha «apacible y exitosa» del mundo pretendidamente globalizado y para ayudar a los hombres y mujeres a entender las razones por las cuáles las cosas son como son. Todo esto significa explicar el origen de la desigualdad, de la injusticia y de la barbarie, las cuales sólo pueden ser entendidas en una perspectiva temporal y escudriñando en sus raíces históricas..

Retorno al libro Sobre la tiranía. Veinte lecciones que aprender del siglo de Timothy Snyder y en concreto a una de sus veinte lecciones: la décima, titulada Cree en la verdad. Sus reflexiones nos ayudan a entender muchas de las cosas que nos están ocurriendo y los peligros futuros que nos acechan, como consecuencia de nuestra renuncia a la verdad. Si nada es verdad, todo es espectáculo. No deberíamos olvidar que la posverdad es la antesala del fascismo. Y tener claro que nos sometemos a la tiranía al renunciar a la diferencia entre lo que queremos oír y lo que oímos realmente. Snyder aduce, según han señalado algunos estudiosos del totalitarismo, como Víctor Kemplerer, que la verdad puede morir de cuatro maneras, y en las campañas electorales de Trump se han producido todas ellas. Todo un paradigma de la perversión de la política democrática  y que tiende a ser imitado por otros muchos políticos. Por supuesto, también en nuestra España.

La primera, es la hostilidad declarada a la realidad verificable, que supone presentar las mentiras como si fueran hechos. En la campaña presidencial de Trump de 2016, de sus declaraciones se descubrió que el 78% eran falsas, una proporción tan elevada que da que pensar que las afirmaciones verdaderas fueran producto de descuidos. Degradar el mundo tal como es, supone crear un mundo-ficticio. La verdad  queda relegada al olvido al ser un arma inservible para dañar o intimidar, como también para ganar votos. En la campaña electoral de 2024 de Trump el nivel de falsedades todavía fue mayor.

La segunda, es el encantamiento chamánico, Como señalaba Klemperer, el estilo fascista usa la repetición constante, con el objetivo de hacer plausible lo ficticio y deseable lo criminal. El uso sistemático de motes como “la deshonesta Hillary” trasladaba a la candidata demócrata determinadas características más propias de él. Lo mismo hizo en 2024  con Kamala Harris, a la que  llamó”eres una vicepresidenta de mierda” Mediante la repetición constante a través de Twiter transformaba a los individuos en determinados estereotipos que asumía parte del electorado. 

La tercera, es el pensamiento mágico, o lo que es lo mismo, la aceptación perversa y descarada de las contradicciones. La campaña de Trump  prometía bajar impuestos a todos, acabar con la deuda pública e incrementar el gasto en políticas sociales y en defensa. Tales propuestas se contradecían y eran imposibles de llevarse a cabo.  Esto era la cuadratura del círculo. Aceptar tales falsedades supone una renuncia absoluta de la razón. Y ahora las contradicciones se han incrementado.

La cuarta, es la fe depositada en quienes no la merecen. Esto está relacionado con las declaraciones autosuficientes que hacía Trump, “Sólo yo puedo resolverlo” o “Yo soy vuestra voz”. “MAGA”. Si la fe baja de los cielos a la tierra, no hay lugar para las pequeñas verdades de nuestro razonamiento y nuestra experiencia.  Lo que le atemorizaba a Klemperer es que ese paso se hizo permanente en tiempos del nazismo. Si la verdad provenía de una especie de un oráculo celeste en lugar de los hechos comprobables, las pruebas, los datos empíricos  se convierten en irrelevantes. Al final de la guerra, un trabajador le dijo a Klemperer que “comprender no sirve de nada, hay que tener fe. Yo creo en el Führer”.

 Eugene Ionesco, el dramaturgo rumano, observó cómo sus amigos, uno tras otro, iban cayendo  en el lenguaje del fascismo de los años 30. Esta circunstancia le sirvió como base para su obra de teatro del absurdo Rinoceronte, publicada en París en 1959. Es una  fábula trágica cuyo protagonista asiste incrédulo al proceso de deshumanización galopante de sus conciudadanos y amigos. La rinoceritis, todos se convierten en rinocerontes, simboliza al fascismo, el comunismo, el totalitarismo que poco a poco contamina a todo un pueblo como una pandemia producto del temor y la sumisión al poder, de la preeminencia del corporativismo sobre el individuo, del conformismo y el acomodo. El planteamiento inicial de la obra es el siguiente: en algún lugar de Francia, las personas se están transformando progresivamente en rinocerontes. Ante este hecho, algunos, como el protagonista, Berenger, reaccionan con incredulidad y sorpresa, pero otros comienzan a asumirlo como parte de la normalidad. El primer acto, lleno de diálogos absurdos mantiene un tono de comedia ligera; a partir del segundo, el tono cambia, y se convierte en una tensa meditación sobre el poder de la masa, los límites de la individualidad y la capacidad de mantener la humanidad frente a la presión de la mayoría. Berenger, que se resiste a convertirse en rinoceronte aun cuando sus amigos y su amada han cedido, se enfrenta a la tentación de aceptar el conformismo con la mayoría (los rinocerontes), y finalmente se niega a capitular.

 Sigue diciéndonos Snyder. Ahora parece que estamos preocupados por la posverdad, como si fuera una novedad.  Ya la denunció George Orwell hace 70 años en su obra 1984, donde nos dice que el mundo en el que se vivió bajo los regímenes nazi y estalinista era ficticio, porque todo en él era interpretado a través de una ideología oficial, cuya verdad no sólo necesitaba ser instaurada mediante los mecanismos de poder, sino que, además, se trataba de una verdad siempre dinámica, que se iba acoplando a la realidad de acuerdo a las necesidades políticas de sus dirigentes. Esta relación entre el lenguaje y la política queda perfectamente plasmado en el concepto de “doble-pensar”: la capacidad de sostener dos creencias contradictorias, simultáneamente, en la mente de una sola persona y aceptar ambas; decir mentiras al mismo tiempo que se cree genuinamente en ellas; olvidar cualquier acontecimiento que resulte inconveniente; retractarse de alguna cosa dicha cuando se necesite (de un modo sutil y plausible, claro está); así como negar la existencia de una realidad objetiva, a la vez que se tiene en cuenta la realidad que se niega.

En una entrevista Snyder señalaba, que “Hay que defender la libertad, lo que significa crear un futuro". La solución que plantea es la política de la responsabilidad, que también propugnaba su amigo y mentor, el fallecido Tony Judt. La democracia sólo puede funcionar si analizas con seriedad el pasado y utilizas esa información para llevar acciones en el presente y de cara al futuro. La historia es una forma de entender el pasado como una serie de limitaciones pero no de determinaciones. Hay que creer que el futuro va a ser diferente del presente, porque si no, no vale la pena ni ir a votar, como hacen muchos jóvenes.  "Debemos creer que hay un futuro que no está determinado, y hay que conocer la historia para saber qué puede ser y lo que no, y decidir". Y en esta decisión es clave, considera, el periodismo, "garantía del pluralismo y de la diferencia de opiniones". Por ello se debe luchar "contra la no existencia de la verdad que nos quieren imponer, lo que nos lleva a una duda total de los hechos y a que sólo nos queden como guía los sentimientos. Los hechos no se defienden solos y los periodistas son muy importantes. Para que la democracia funcione hay que producir factualidad", remacha el historiador.

La posverdad es la antesala del fascismo
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