“Mataron a cuatro civiles israelíes…y murieron 23 palestinos”
En los primeros párrafos del Génesis Dios y Adán se repartieron sin mayor discusión los nombres de las cosas, lo que suponía además del reconocimiento de su existencia, el de su apropiación. Quien nombra, al fin y al cabo, manda y al nombrar, hace valer su interpretación de las cosas. Y esa interpretación, por lo común, beneficia a quien la hace. Nombrar es hacer política: obliga al colectivo que escucha esos nombres a interpretar la realidad de una manera determinada. Vamos a ver en la siguientes líneas, cómo se usa el lenguaje para tergiversar la realidad sobre la actuación de Israel en Palestina.
¡Qué raro que los palestinos sigan andando en dirección a las balas! Los palestinos «mueren» (solitos) y nunca se sabe quién los mató −mientras, por ejemplo, los israelíes siempre son asesinados y/o masacrados horriblemente−.
A los palestinos se les deshumaniza no sólo en vida, se les deshumaniza en la muerte. No hay más que ver, por ejemplo, algo de la cobertura de la violencia relativamente reciente en Gaza. Según el Washington Post del 6 de mayo de 2019, “Mataron a cuatro civiles israelíes…y murieron 23 palestinos”. La CNN informaba de forma parecida que 23 personas “han muerto en Gaza”, mientras que “en Israel mataron a cuatro personas”. No importan las vidas palestinas. Los medios de comunicación norteamericanos lo dejan claro cada vez que hablan de muertes palestinas, que se describen de forma rutinaria con una voz pasiva que las describe como accidentes al azar. Qué raro esto de que los palestinos sigan andando en dirección a las balas; la verdad es que no sé a quién echarle la culpa.
En abril de 2024 se filtró un memorándum interno del The New York Times (NYT), instruyendo a sus periodistas a evitar determinados términos y a cómo describir la violencia de Israel contra los palestinos. Justificado en aras a la claridad y la objetividad. Tal actuación no es nueva, pero con la guerra se mostró más diáfana.
Atentando al derecho internacional, desde 1967 Israel ocupa ilegalmente el territorio palestino: Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental. Pero no pueden usar «territorio ocupado», y, en cambio hablan de que Israel «‘supervisa’ la Ribera Occidental». A pesar de que Israel se fundó en la Nakba (limpieza étnica) y tras la invasión de Gaza, esta se volvió un objetivo fundamental, la «limpieza étnica» está prohibida. La Corte Internacional de Justicia dictaminó que hay genocidio en Gaza, como también Francesca Albanese, relatora de Naciones Unidas para Gaza en su informe Anatomía de un genocidio, mas el término «genocidio» está prohibido.
Tampoco los periodistas de NYT pueden hablar de «campos de refugiados» en Gaza, donde son ya antiguos, porque toda la franja es un gran campo de refugiados y sus ascendientes expulsados por los asentamientos israelíes, para desdibujar su origen y negar su derecho de retorno.
El máximo exponente de la parcial inclinación hacia la propaganda israelí, obsesionada siempre por borrar toda huella de Palestina, es la explícita prohibición del término «Palestina», sea respecto al territorio o al Estado, excepto en casos muy raros. La prohibición de las palabras, que describen de manera verídica la realidad de Palestina, está calculada con el objetivo de oscurecer el origen y distorsionar las razones del conflicto a fin de asegurar el apoyo pleno a una parte (Israel) y tener consecuencias del reconocimiento y del derecho internacional.
Todos los −característicos para NYT− titulares (mal)redactados en voz pasiva torciendo las reglas gramaticales, frutos también del dicho memorando, en los que los palestinos «mueren» (solitos) y nunca se sabe quién los mató −mientras, por ejemplo, los israelíes siempre son asesinados y/o masacrados horriblemente−, están puestos igualmente al servicio de la deshumanización y de la devaluación rutinaria de las vidas palestinas.
Termino con una reflexión del filósofo Emilio Lledó, "si nos acostumbramos a ser inconformistas con las palabras acabaremos siendo inconformistas con los hechos".