Hegemonía de algunas ideas zombis
En los medios, academia y política predominan unas determinadas ideas (zombis) en el ámbito económico como verdades irrefutables, cual, si fueran dogmas, a pesar de que una y otra vez han resultado fallidas.
A principios del 2020, el economista y premio Nobel Paul Krugman publicó el libro, Contra los zombis. Economía, política y lucha por un futuro mejor, en él que reúne más de noventa artículos, que condensan su argumentario contra las teorías políticas y económicas dominantes del liberalismo más conservador. Pretende combatir eso que denomina ideas zombis, que «van dando tumbos arrastrando los pies y devorando el cerebro de la gente, pese a haber sido refutadas por las pruebas». Una de estas ideas “zombis” es que los recortes de impuestos a los ricos tendrán efectos mágicos para el crecimiento económico.
Krugman tiene el artículo El zombi por excelencia, donde argumenta sobre la falsedad del poder mágico de la rebaja de los impuestos a los ricos. Ronald Reagan aprobó en 1981 una gran rebaja de impuestos. A finales del 1982, la economía norteamericana comenzó a recuperarse y experimentó dos años de crecimiento muy rápido antes de recuperar un ritmo más normal. Los conservadores aducen que tal crecimiento se debió a la rebaja de impuestos. Según Krugman se equivocan, ya que la Reserva Federal en 1982 bajó bruscamente los tipos de interés, y fue esta expansión monetaria, no la rebaja de impuestos de Reagan, el principal responsable del boom de 1982-84. La doctrina de que la rebaja de los impuestos a los ricos es el secreto de la prosperidad ha sido puesta a prueba una y otra vez desde los años 80. Se puso a prueba en 1993, cuando Bill Clinton subió los impuestos y los conservadores predijeron una catástrofe; en su lugar consiguió una enorme expansión económica. Con George W. Bush, que volvió a bajar los impuestos y cuyos partidarios prometieron un boom; lo que en verdad consiguió fue un crecimiento moderado seguido de un colapso financiero. En 2013, cuando Obama permitió que expirarán algunas de las reducciones fiscales de Bush, mientras aumentaba algunos otros para sufragar el Obamacare; la economía simplemente siguió avanzando. Y, por último, la sometió a prueba Trump, quien aprobó una gran rebaja fiscal en 2017, en otro artículo Krugman lo denomina El mayor engaño fiscal de la historia, entre promesas de otro milagro económico. También a escala estatal. En 2011, California y Kansas avanzaron en direcciones opuestas. California subió los impuestos, en medio de aspavientos de la derecha que avisaba de un suicidio económico, mientras que Kansas los bajó y prometió resurgimiento económico. A California le fue muy bien y Kansas en una crisis presupuestaria brutal. Unos alumnos aventajados de esta idea zombi y que la han puesto en práctica desde hace unos 25 años en la Comunidad de Madrid son los políticos del PP.
En la economía estadunidense y en el libro abundan otras ideas zombis: no es necesario que la gente tenga seguro médico, los bancos deben ser absolutamente libres de vigilancia gubernamental, la desigualdad económica es buena. En su libro, Krugman cita al político Daniel Patrick Moynihan, cuya frase se ha vuelto un clásico: “Todo mundo tiene derecho a su propia opinión, pero no a sus propios hechos”.
Y no es difícil entender por qué se rehúsa a morir tales ideas zombis: hay muchísimo dinero detrás de su promoción. Si estás predispuesto para defenderla (y eres un político), dinero no te faltará en tu campaña electoral de parte de individuos adinerados que serán muy beneficiados por tus propuestas, como, por ejemplo, grandes rebajas de impuestos. Si eres un economista se te abrirán muchas puertas, desde un trabajo muy cómodo y muy bien remunerado en un think tant; articulista en medios escritos y telemáticos; tertuliano en las emisoras de radio y televisión de mayor audiencia; encargos de lujosas publicaciones de macroeconomía por parte de Centros de Estudios de entidades financieras; e incluso el acceso a importantes cargos políticos en la Administración Pública. A estos economistas se les podía calificar como “mayordomos intelectuales de los poderosos” porque han respaldado las opiniones de estos siempre que ha sido necesario, con el objeto de que se impusieran como el relato hegemónico. Platón en la República sostuvo que los contadores de historias (relatos) dominan el mundo.
Afortunadamente ya cada vez más aparecen economistas como Paul Krugman, Joseph Stiglitz, Branko Milanovic, Rodrik, Mariana Mazzucato y Thomas Piketty que han desmontado el paradigma dominante neoliberal. Todos ellos destacan el papel clave del Estado y una distribución más justa de la riqueza para el desarrollo económico. Y en la misma línea cabe entender que el Premio Nobel de Economía de 2019 haya sido concedido a la llamada poor economic. A tres investigadores que han estudiado cómo hacer que la ayuda de los países ricos tenga efectos en los menos avanzados: Esther Duflo, Abhijit Banerjee y Michael Kremer. La justificación oficial del premio destaca entre sus logros “su aproximación experimental para aliviar la pobreza global”. En un momento en que se debate sobre el aumento de las desigualdades y los desequilibrios de la globalización, la elección de estos economistas tiene una especial connotación política y simbólica, ya que con este Nobel la pobreza entra en la agenda global. Esther Duplo ya recibió en 2015 el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, y en su discurso destacó la necesidad de entender las causas de la pobreza para "inventar soluciones a esos problemas".
Me parece muy oportuna una cita de Rabelais “La ciencia sin conciencia, es la ruina del alma”, que utilizó el catedrático en la Universidad de Sevilla en el Departamento de Análisis Económico y Economía Política, Juan Torres, en la Lección de saludo y bienvenida a los nuevos alumnos de su Facultad el 21 de septiembre de 2019. Tal lección la he leído varias veces y me ha parecido una auténtica obra maestra al estar impregnada de profundos valores éticos. Cita Juan Torres una anécdota: “Leí del gran economista inglés Alfred Marshall. Este, quizá el economista más prestigioso de su época, tenía siempre presente en su despacho una foto de un mendigo porque decía que no quería que nunca se le olvidara que el objetivo del estudio de la economía no era crear ideas bonitas pero inservibles, sino mejorar la vida de la gente. Y yo, siguiendo modestamente su ejemplo, quiero pedirles que esta misma tarde busquen una foto, un poster, cualquier imagen de nuestro alrededor, de las pateras, de los barrios empobrecidos, de las miserias que sufre tanta gente más o menos cerca de nosotros… para que ustedes tampoco olviden nunca que mejorar su condición de vida debe ser el principal propósito del estudio de la economía y de la empresa que ahora comienzan y de su futura actividad profesional”.
Ya que hablamos de economía, qué mejor que acabar con las palabras del mejor economista del siglo XX. Keynes creyó siempre en las ideas, convencido de que se paga un alto precio por las falsas y que las adecuadas son las que ayudan a resolver los dos problemas acuciantes de su tiempo (y del nuestro), la pobreza y el paro. A fin de cuentas, la calidad de una teoría se plasma en la capacidad que tenga de dar alguna luz a los temas que importan de verdad, que inciden en el margen de libertad y nivel de vida que disfrutemos.