La alfabetización mediática en la escuela

Nuestra democracia está aquejada de muchos problemas, A uno de ellos me referí poco ha en este mismo medio: la desigualdad. Hoy lo hare a otro también muy grave para la democracia, como es la expansión irrefrenable de la mentira, las falsedades, las fake news.

Víctor Sampedro en su libro Teorías de la comunicación y el poder. Opinión pública y pseudocracia habla de la seudoinformación, que es infopropaganda o infopublicidad: una noticia, una entrevista, una crónica, un reportaje con contenido falso o sesgado e intención persuasiva. Atrapa la atención y adopta el formato informativo para aumentar su eficacia, al presuponérsele rigor y veracidad. Al generalizarse, corrompe los estándares noticiosos. Mina la credibilidad del periodismo y desacredita el conocimiento experto o científico. Refuerza prejuicios y estereotipos. En última instancia, impide a la ciudadanía acceder a la realidad y cortocircuita el diálogo social. Ya no estamos en una democracia, sino en una pseudocracia, entendida como el gobierno donde domina el poder de lo falso por la fuerza, donde abunda lo fingido y lo simulado. Quiebra la cohesión social porque exige mentiras cada vez más extremas. Instiga la endogamia porque solo creemos a los “nuestros”. Y fomenta el autoconsumo, que nos reafirma y valida frente a los “otros”.  La desinformación impuesta busca anular la capacidad de los ciudadanos para distinguir la verdad de la mentira y limitar su pensamiento crítico para manipular y condicionar sus decisiones. Como advirtió el periodista estadounidense Walter Lippmann, “no puede haber libertad en una comunidad que carece de la información necesaria para detectar la mentira”. Por ello, es claro el daño a la democracia. Pero de esta situación hay culpables.

Las tecnológicas que controlan los datos, moldean las opiniones y los comportamientos y priorizan qué tipo de noticias consumimos, deberían asumir su responsabilidad y aumentar las inversiones para frenar el progreso de las mentiras en las redes y atajar la desinformación.

El periodismo tiene un papel en la lucha contra la desinformación, pero lamentablemente muchos medios han elegido el rumbo equivocado, trabajando para el algoritmo de redes y buscadores, conscientes de que este da mayor relevancia al sensacionalismo y a las noticias falsas. Solo el periodismo de calidad podrá combatir las mentiras y recuperar el control crítico e independiente de los poderes, intensificando la verificación y comprobación con fuentes fiables, dejando de engañar a los usuarios con los titulares-cebo y fortaleciendo su ética y deontología.

Los Gobiernos también tienen su papel, aunque deberían respetar la libertad de expresión, que ampara a su vez el libre ejercicio del periodismo. Dejar en manos de los Gobiernos la decisión de qué es verdad y qué es mentira en la información puede abrir la puerta a la censura.

Los políticos desempeñan otro papel crucial. Deberían ser los primeros en dar ejemplo y abandonar las estrategias de desinformación, a las que recurren especialmente en épocas electorales para incrementar la polarización. La experiencia indica que la mentira es una aceptable compañera de viaje en la política.

Soy escéptico de la labor de estos. Distintos informes gubernamentales coinciden en la necesidad de impulsar la alfabetización mediática para preparar a los escolares y a la ciudadanía en general a la hora de afrontar el problema de la desinformación. El peligro de esta afecta a todo el mundo, pero los expertos apuntan a dos grupos de población especialmente vulnerables: los adolescentes y los mayores de 65 años. Ambos son usuarios de Internet, y las redes sociales las utilizan no solo para el ocio sino también como fuente de información. Los adolescentes están expuestos a la información falsa o errónea que circula por la red sin tener la experiencia vital suficiente como para poder discernir siempre la credibilidad de un contenido, distinguir entre información y publicidad, o incluso entre información y opinión. Identificar fuentes, cuestionar los contenidos: las claves de la alfabetización mediática. Muchas de las fake news apelan directamente a sus emociones, animándoles a compartirlas de forma compulsiva. Distintos estudios han comprobado cómo en esta franja de edad son más proclives a creer todo lo que les llega de sus amigos, sin identificar la fuente original, así como a compartirlo si conecta con sus intereses, sin cuestionar su veracidad. Los mayores de 65, aunque su experiencia vital es mayor, se han incorporado a las redes sociales sin ser nativos digitales como los más jóvenes, y ese menor nivel de alfabetización digital les hace más vulnerables ante determinadas campañas de phishing, que apelan al miedo o relacionadas con temas de salud.

La periodista portuguesa, Isabel Meira, autora del libro, Likeo, luego existo. Redes sociales. Periodismo y un extraño virus llamado FAKE NEWS, considera que el papel de escuelas e institutos, más allá de prohibir el uso de los smartphones en las aulas —” eso no soluciona nada”— pasa por asumir que, como ciudadanos digitales que somos, necesitamos aprender a consumir información en internet. “Es la única forma de que podamos ser ciudadanos libres, capaces de tomar decisiones informadas. Y ahí la escuela juega un papel fundamental, pero solo si éste es un trabajo conjunto con las familias y con el resto de la sociedad”.