Champú de latinidad

La Sonora Ponceña en la Plaza de España de Madrid.

 

Para no autoflagelarme me fui raudo para el concierto que ofreció la Sonora Ponceña en la Plaza de España de Madrid sin pensar mucho en que este espectáculo del 12 de octubre formaba parte de los actos conmemorativos del ‘Día de la Hispanidad’ organizados por la Comunidad de Madrid, y no por otra cosa, sino por el sentido de celebrar la fecha del “descubrimiento” de América (1492). Nunca diríamos que la expedición franconormanda liderada por Juan de Bethencourt que llegó a Canarias a principios del siglo XV descubrió el Archipiélago, la reconocemos como la inauguración oficial de la conquista señorial de las Islas que dio lugar a la creación del primer asentamiento europeo en el sur de Lanzarote, San Marcial de Rubicón.

El 12 de octubre habría que exaltar la resistencia del pueblo aborigen ante la colonización española que dejó millones de nativos asesinados, saqueo de riquezas y evangelización forzada, una operación militar para hacerse con el control político, social y económico de América.

Como amante de la música afroantillana, que mamé desde niño en Barranquilla, me cayó como agua de mayo la actuación de la Sonora Ponceña coincidente con mi visita de fin de semana a Madrid. Me enteré del concierto solo un día antes leyendo prensa digital.

No me arrepiento, el bembé fue un encuentro multitudinario de almas unidas por la salsa y el sentimiento de pueblos hermanos como si la plaza fuera la gran nación que soñó el Libertador Simón Bolívar. Cada nota, cada coro, cada aplauso, cada clave, retumbó como un latido colectivo de hermandad, así lo dejó caer la orquesta emocionada con la entrega del público. Ondearon sobre todo banderas de Perú y Colombia.

Mi mujer y yo fuimos con el ánimo de disfrutar de la salsa, el guaguancó y el son montuno al ritmo y vacile de toda una institución musical fundada en el año 54, la Ponceña, un estandarte de Puerto Rico desde hace décadas conocida como Los Gigantes del Sur.

La observación periodística sale a pasear con el ser, los colegas que sienten y aman la profesión saben que siempre estamos de guardia, siempre atentos a lo que ocurre a nuestro alrededor. Vi entre el público a una chica que lucía una camiseta de béisbol con el dorsal 21 y la impresión en letras: Clemente. Nada menos, Roberto Clemente (1934-1972), de Puertorro como la Ponceña, una de las leyendas latinas de las Grandes Ligas (MLB) que jugó toda su vida en los Piratas de Pittsburgh, organización que retiró su número para honrar a uno de los grandes jugadores de la franquicia y de la gran carpa norteamericana.

Los anales beisboleros dicen que Clemente fue mucho más que un estupendo jardinero derecho, de los mejores de la historia, y notable bateador, Roberto Clemente fue también un símbolo de la lucha contra el racismo, un activista público que defendió y luchó por los derechos de los jugadores latinos y negros en Estados Unidos, él en persona supo lo que es la discriminación, y quizá pudo hacer más, pero falleció con solo 38 años de edad en un accidente de aviación cuando llevaba ayuda humanitaria a las víctimas de un terremoto en Nicaragua.

Observar la camiseta con el 21 de Clemente me recordó al deportista símbolo de dignidad y lucha contra la xenofobia, un sentimiento de hostilidad que crece peligrosamente jaleada por agitadores disfrazados de políticos que ven al ser humano inmigrante como un ser inferior, al que hay que machacar sin reconocer su aportación cultural, social y económica al país de acogida. Lo estamos viendo en España con la derecha y la derecha ultra y en Estados Unidos donde millones de personas salieron a la calle este 18 de octubre bajo el eslogan ‘No Kings’ en contra de las prácticas autoritarias de Trump y exigiendo respeto a los derechos humanos y la Constitución. Si no hubiese retrocesos, no se entenderían más de 2.500 manifestaciones en distintos estados de USA y otras tantas por el mundo.

La Plaza de España estaba repleta de latinos, de fuerza de trabajo, éramos muchas y muchos de diversas nacionalidades, todas y todos disfrutando de la música, y allí emergió el recuerdo del 21 como un batazo de cuatros esquinas, el ‘crack’, ese sonido fuerte y delicioso cuando el bate hace contacto pleno con la pelota, pareciendo reivindicar más humanidad en tiempos en los que en España se saca la bandera de la xenofobia para ganar votos, por odio, esnobismo o total desconocimiento de la historia. Y el 21 dio paso al 23, ‘Fuego en el 23’, uno de los éxitos de la Sonora Ponceña, para que la plaza terminara de quemarse de jolgorio.