Teguise selecciona los mejores microrrelatos de la II Edición del Concurso Leandro Perdomo Spínola
Cada dos años se celebra este nuevo concurso que nació en 2018 en el marco de la conmemoración del 600 aniversario de la fundación de la Real Villa de Teguise con el objetivo de volver a rendir homenaje a una de las figuras más ilustres de la Villa de Teguise, que ha recibido múltiples distinciones, además de darle nombre a una sala de la Biblioteca Municipal, y tener un busto de bronce moldeado por Mariola Acosta en la Villa de Teguise, haciendo perdurar la esencia de Leandro Perdomo Spínola, periodista y narrador que afirmaba en sus trabajos que él era de Teguise, de su tierra, donde él siempre quiso vivir y morir.
Desde 2016 luce dicha escultura en la Plaza Camilo José Cela, que fue descubierta en un acto muy familiar por sus más allegados (como su hija Alejandra) y por el director de la Fundación César Manrique, Fernando Gómez Aguilera, que también formó parte del jurado de la primera convocatoria del concurso, y que acompañó en 2017 a Teguise en el homenaje que el Instituto Cervantes de Bruselas dedicó a Leandro Perdomo por su papel de defensor del castellano y de los derechos de los emigrantes y por ser uno de los escritores de la segunda mitad del siglo XX más relevantes de Canarias.
La concejal del Área, Sara Bermúdez, también agradeció la participación a los miembros del jurado: Miriam Hernández, docente Licenciada en Historia y ganadora de varios premios de relatos; Iballa González, docente Licenciada en Filología hispánica; y Mariano de León, Licenciado en Derecho y Funcionario de Administración Local con Habilitación de Carácter Nacional.
“Ha sido muy gratificante recibir tantos escritos de distintas partes del mundo, y esperamos que este concurso se consolide y se convierta en referente de los certámenes literarios, como ya lo es el Concurso de Cartas de Amor y Desamor Los Novios del Mojón de Teguise”, concluyó Bermúdez.
La creación del sol (primer premio). De Javier Sánchez (Badajoz)
Sólo le quedaba un cigarrillo.
El viejo barbicano lo había guardado durante toda la semana y, tras seis días de trabajo, lo encendió satisfecho. Mientras fumaba contempló orgulloso su gran obra escultórica: Animales, plantas, sierras, llanos, ríos y mares.
Todo permanecía tranquilo y, de repente, las personas que poblaban su creación alzaron la vista. Descubrieron las luengas barbas del anciano, que confundieron con nubes, y entre ellas una poderosa luz. Al poco tiempo, aquellos nimios personajes comenzaron a adorar la intensa luminiscencia que refulgía al final del pitillo. Enojado, celoso ante la torpeza de aquellas figurillas, el anciano decapitó el cigarrillo sobre la arena del desierto y así inventó la noche, que aturde los sentidos y engendra huérfanas preguntas.
El séptimo día, el viejo escultor decidió dejar de fumar.
La mejor protección (segundo premio). Por Mar Arias Couce (Lanzarote)
Se había convertido en algo tan habitual como peinarse o lavarse la cara, cada mañana, antes de salir de casa, se ajustaba la mascarilla y se iba a trabajar. Aquel día le pareció que la mascarilla era más grande de lo normal, más densa, mejor. Cuando aparcó el coche y se dispuso a subir las escaleras del edificio en que trabajaba, notó que la prenda comenzaba a impedirle la visión. Trató de ajustársela, pero no hubo forma. Cuanto más trataba de bajarla, más crecía. Parado en medio de la escalera, sin atreverse a subir, ni a bajar, por miedo a caerse, sintió como aquella mascarilla, comprada el día anterior en la farmacia, seguía aumentando su tamaño y tapando todo su rostro, su cuello y hasta su pecho. Al tiempo que crecía se iba ajustando a su cuerpo. Pronto se hizo evidente que estaba inmovilizado. Atenazado por el miedo súbito a lo ininteligible, sintió como su corazón se desbocaba. “Caray, Antúnez, tú sí que te tomas en serio lo de la protección”, oyó a lo lejos. Serán cosas de la nueva normalidad, pensó, y se apoyó en la pared, sintiéndose inmensamente protegido.