La profesora Carmen Valenciano se muestra orgullosa de ser "Trompetera" en su pregón con motivo de las Fiestas del Carmen de Teguise
El Palacio Spínola de la Villa de Teguise, con motivo de las fiestas del Carmen de la Villa de Teguise, acogió este viernes el pregón que ofreció otra Carmen, pero ésta apellidada Valenciano. Ella fue maestra del pueblo durante 16 años. Rememoraró con sus palabras toda una vida relacionada con La Villa, desde sus primeros pasos a las incidencias de su vida profesional en un enclave rural.
Carmen Valenciano del Castillo vino al mundo un 12 de octubre de 1935. Su vida siempre estuvo ligada a La Villa, o bien como angelito de chinija, teatrera de adolescente, maestra, o ahora jubilada trabajando con sus hijos en la Casa Castillo. A los 21 años terminó la carrera de docente con el título de maestra nacional de Primera Enseñanza, denominación que paso al de profesora; por una vez esta de acuerdo con el cambio, no por el nombre, sino que la reforma vino aparejada con la duplicación del sueldo.
Desde esa fecha, ininterrumpidamente hasta los 67 años, ejerció de enseñante por distintos colegios, de los que destaca el primero que se encontraba perdido en medio de la cumbre de Gran Canaria y el de la Villa de Teguise, en el cual estuvo 16 años, tiempo que le dio para gestar entre otros proyectos cuatro hijos.
En el presente, como la enseñanza corre por vena, sigue dando clases a veces en el colectivo “Lanzarote Acoge”, otras veces en el hogar del jubilado; y también las recibe, ya que se ha vuelto a matricular en el Programa universitario para mayores “Peritia et Doctrina”.
El número de cursos de formación o reformas educativas que han pasado por ella no los recuerda, ni los considera importantes, porque tanto antes como ahora -aunque en el presente con adultos- continúa enseñando lo que el alumno no sabe a partir de lo que ya sabe.
A continuación reproducimos el pregón que ofreció Carmen Valenciano:
Buenas noches
Ante todo quiero dar las gracias a quienes se acordaron de mí para pronunciar este pregón, espero que no se arrepientan y lo escuchen con resignación.
Estoy feliz de estar en esta casa, que conocí cuando en ella vivían sus dueños, siento que revivo mi niñez.
Sinceramente, creo que cualquiera de ustedes tendría muchos más motivos para pronunciar este pregón, pues a fin de cuentas, mi único mérito es haber nacido aquí, en Teguise y siempre sentirme orgullosa de ser Trompetera.
Aquí me bautizaron, aquí se bautizaron mis hijos, y como muchos de los que aquí estamos nos rebautizamos enterregándonos en los testes colorados de la mareta, mi inolvidable y añorada mareta.
Mi orgullo no tiene fronteras. Cuando me preguntan por esos mundos de Dios que de dónde soy siempre contesto:
-Canaria, de Lanzarote
-¿De Lanzarote? ¿Y de dónde, de qué pueblo?
Entonces siempre respondo ufana:
-De la muy ilustre y señorial Villa de Teguise, me miran sorprendidos. Mi pueblo se llama así, se puede comprobar en cualquier archivo histórico. La gente de mi pueblo es ilustre y señorial, no son sus casas, ni el lugar en que se enclava, que es precioso, ilustre y señorial, son sus gentes. Entonces me miran con duda y añado:
Si ustedes no notan mi distinción, mi origen trompetero es porque lo fui perdiendo por estar tanto tiempo alejada de mi pueblo. Espero que ahora que he vuelto a mi Villa recupere algo.
Y es que este pueblo está gravado en mi mente, aquella villa de calles vacías, empedradas, solitarias, siempre peleando con el viento, siempre conscientes que detrás del postigo o rendija alguien nos estaba mirando.
Al atardecer salía el municipal con su escalera para ir limpieando los tubos tiznados y encendiendo los quinqués de petróleo que estaban en los faroles de algunas esquinas.
Los hombres con una mano en el sombrero y la otra cerrándose la chaqueta deambulaban en una lucha continua con el viento. Las señoras, siempre de negro, con sus tapados o sobretodos sujetando las faldas, para evitar que el desvergonzado viento, como decían mis tías, dejará al descubierto una parte de las blanquísimas piernas que contrastaba con las gruesas medias negras de patente.
Los días se llenaban con los ensayos de teatro al anochecer, después del tercio salíamos, con doña Esperanza, mi tía Catalina, que era la apuntadora, y doña Juana Robayna, con un farol íbamos de casa en casa, recogiendo a los artistas hasta llegar al desvencijado teatro, hoy restaurado orgullo de Teguise.
Aquellos espectaculares estrenos donde todo el pueblo, cada cual con su silla y su farol acudían al teatro a ver la función, que siempre salía maravilloso y atrévanse a decir lo contrario, todos teníamos un familiar sobre el escenario.
También estaba, la Semana Santa con una procesión cada día, pidiendo flores o arrancando pajitos del camino, (hasta que aparecieron las de plástico). Y en todos lo actos, estaba Flora, la recuerdo con un manojo de alfileres en la boca uniendo dos lienzos de tela, con una rapidez asombrosa, para hacer el faldón de un trono que siempre quedaba estupendo.
Y no puedo dejar de contarles aquella vez que se acabaron las tachas y doña Manuela Espinola me dijo:
-Carmita, vete a la tienda de Morales y compra un real de punchas, no te olvides de decirle que son para la Iglesia para que te de más...
Parte importante de la Semana Santa son los padritos: el padre Uranga, don Bernardo... que ya nos sabíamos de memoria los sermones y las charlas antes de que empezara a pronunciarlos.
Los días en la Villa pasan de fiesta en fiesta sobre todo las religiosas, como los altares de Corpus, la Navidad (todos hemos sido angelitos y pastores), el mes de mayo, Rafael reinventando el altar de la virgen cada día....... Y tantos y tantos trozos de vida felices.
Años más tarde, cuando tuve que salir a estudiar a Las Palmas siempre recalaba a La Villa por Navidad y Semana Santa. Era imposible no colaborar en la casa de mis tías. Teníamos que vaciar los cajones de la cómoda de la virgen y de allí salían mantos, trajes de santo, coronas para limpiar, los clavos y la corona del crucificado, pelucas... lo recuerdo como algo divertido, de repente alguno de nosotros aparecía vestido de La Magdalena. Eso lo digo por la peluca, porque la ropa podría ser de San Pedro, del Señor con la cruz acuesta o de cualquier otro santo. Con todo este trajín la casa parecía la auténtica sacristía de la Iglesia.
En esta casa, continuamente desfilaban niños preparando la primera comunión. Era tal el ambiente que un día uno de los chinijos acabó confesándole los pecados a mi tía Catalina. Cuando el padrito lo llamó a confesar, le respondió:
-No padrito, que yo ya me confesé con doña Catalina.
Sobre todo en Navidad, la casa cobraba vida, allí se ensayaba al arcángel, los versos de los pastores, a los angelitos, podría decirse que todo el pueblo participaba y desfilaba por allí.
Mi vida siempre ha estado enlazada con Teguise y siempre vuelvo a mi pueblo. Al poco de terminar la carrera REGRESE. Aquí transcurrió una importante y gratísima parte de nuestra vida.
Por entonces tuve el honor de disfrutar de la amistad de Leandro Perdomo y su familia. Desde que llegaron de Bélgica fueron parte de la mía. Leandro tenía su sillón en el salón de mi casa, cada tarde se sentaba frente a la tele. Siempre añorare lo mucho que disfrutábamos con sus charlas, pero sobre todo con sus silencios.
Él llegaba con su habitual corrección, llamaba ocupaba su lugar... -Carmita, me decía, tienes una casa sin puertas.
No sé porqué pero me encantaba esa frase...( Quiero pensar que algunos vecinos pensaban lo mismo).
En aquella época no había muchas televisiones en La Villa, eso duró muy poco. Los niños venían a mi casa, a ver los dibujos animados, se sentaban en el suelo, a veces ni cabían. Leandro disfrutaba viéndoles y se reía con ellos.
Esta relación continúa aún con su familia a la que le profeso un verdadero afecto.
Muchos niños pasaron por nuestra escuela, pues fueron 15 o 16 intensos años de ejercicio de la docencia en este pueblo. De mi trabajo no soy yo la que tengo que opinar, pero sí puedo decir aceptando mis errores, que mi objetivo era siempre enseñar a cada niño aprovechando sus gustos, sus aficiones, sus inquietudes... sin hacer mucho caso a las normas académicas.
Recuerdo un curso que los niños no arrancaban como yo esperaba en la lectura, el libro impuesto oficialmente era espantoso. Un día los descubrí leyendo a escondidas un tebeo del Capitán Trueno que mis hijos dejaron en la escuela. Sin decir nada, fui a mi casa y traje el cestón de los tebeos, que estaba repleto, había del Capitán Trueno, Pulgarcito, Zipi y Zape, el Zorro, Mafalda... los tenían todos.
-Niños cojan un TBO cada dos, -les dije-
-¿Cuál...?, me respondieron...
-El que más les guste...
La reacción había que verla, primero se quedaron todos quietos con cara de sorpresa, luego el revuelo fue tremendo, discusiones, peleas, gritos y escandalera....
-Yo lo cogía primero, cámbiamelo,
Es fácil imaginar aquella escena.
Permanecí allí en silencio observándoles. Cuando cesó el alboroto le dije:
-Calladitos y a leer...
Me quedé mirando tan concentrados, tan felices, a veces soltaban carcajadas y pensé: “Mira que hay niños guapos en La Villa”. Y con que velocidad aprendieron a leer.
Aquel trimestre Pepe Gotera, el Capitán Trueno, Zipi y Zape y todos los personajes de los tebeos fueron los protagonistas de los objetivos educativos, sobre todo de matemáticas y lengua y los chicos aprendieron con rapidez y disfrutando. Los tebeos terminaron pespuntados a máquina, debido a las cientos de manos por las que pasaron, esa compra en tebeos fue una de las mejores inversiones que hice como maestra.
Estos chinijos de Teguise estaban arropados por unos padres honestos, trabajadores, tenaces y con ganas de que sus hijos prosperaran. Luchaban con todas sus fuerzas afanándose en tener unas perras para que sus hijos tuvieran una vida mejor que la ellos. Decían “quiero que mis hijos sean más que yo”, y bien que lo han logrado, cuando volví a la Villa, después de una larga etapa en Las Palmas, aquellos niños ahora hombres y mujeres, convertidos
en licenciados, comerciantes, profesores, empresarios, abogados, periodistas, farmacéuticos o que ocupan importantes puestos en la administración y siento orgullo, como si fueran algo mío. Y pienso que son dignos hijos de sus padres y dignos hijos de este pueblo ilustre y señorial.
A veces me cuesta reconocerlos, los niños cambian, las viejas no, se arrugan, se les pone el pelo blanco y son despistadas. Hablo de mí. Algunos se me acercan y me preguntan
-¿No me conoce, Doña Carmen?
-Mujer, cuando estabas en la escuela eras como la niña que llevas de la mano. Seguimos hablando y la ubico en su familia y eso me da una alegría tremenda...
Teguise es sin duda un pueblo silencioso, pero goza de un vasto programa de actividades culturales, artísticas y deportivas que ya el Ayuntamiento o los vecinos se encargan de promover.
Pero no podemos olvidar la colaboración de personas altruistas que sin pedir nada a cambio ayudan a que se mantengan las tradiciones y costumbres, (es el caso del teatro hoy con el nombre de Esperanza Spínola), siempre dispuestas a seguir el camino trazado por otros que ya no están. Caminito que empezó en unas calles empedradas, en un pueblo alumbrado por quinqués de petróleo, que ahora se ha convertido en un pueblo activo, luminoso, joven y decidido a continuar por el mismo sendero.
El día del Corpus de este año tuve la oportunidad de hablar con unos jóvenes que hacían una alfombra de sal delante de la casa de mis tías. Ellos me decían:
-Estas costumbres no las podemos perder, son nuestras raíces, parte de nuestra historia, como lo son los altares, el enramado de las cruces....
Yo sentí orgullo y respeto por aquellos chicos y vi con ellos a mis tías, colaborando, opinando, ayudando... las vi como los estoy viendo ahora a ustedes y me reafirmé: la gente de este pueblo siempre será ilustre y señorial.