El pregón a cargo de Dolores Suárez inaugura las Fiestas de San Ginés
Fotos: Jose Curbelo
Las fiestas de San Ginés ya están aquí. Así lo confirmó el pregón leído este viernes en el Charco de San Ginés por una exultante y emocionadísima Dolores Suárez, la elegida este año para ostentar la enorme responsabilidad de inaugurar unos festejos que por su importancia fueron declarados en 1965 “Fiestas de Interés Turístico Nacional”.
La encargada de abrir las fiestas capitalinas cuenta con una extensa trayectoria profesional que ha girado en torno a la cultura y donde se destaca su esfuerzo por el fomento de la lectura y la participación en la autoría de varias obras.
Tras su intervención, se dio paso al XVIII Encuentro de Habaneras y Música del Mar “Braulio de León”, junto a la Casa del Miedo, marco en el que se pudo disfrutar de las actuaciones de “Amigos de Portonao” y la “Coral Marina”.
El pregón de las fiestas
La encargada de leer el pregón de las fiestas de este año, Dolores Suarez Suarez, cuenta con un extenso currículo donde ha tocado todas las teclas del mundo cultural.
En este sentido, nos podemos encontrar que la profesora lanzaroteña residente en Tenerife y que imparte clases en el colegio Camino La Villa de La Laguna, estudió pedagogía en dicha ciudad y luego formó parte del equipo de redacción de la revista Marañuela.
Ha sido miembro del grupo de trabajo Antoniorrobles y en la actualidad pertenece al grupo estable Atalanta que, como el anterior, se dedica a fomentar las bibliotecas escolares, así como la animación y dinamización de la lectura.
Suarez ha participado, como ponente y cuentacuentos, en el Festival de Cuentos de los Silos, ha realizado visitas a diversos colegios, centros de profesores y entidades culturales como cuentacuentos y ha participado, como autora, en las actividades del Programa Insular de Animación a la Lectura y Técnicas de Estudio del Cabildo. Entre las obras publicadas destacan “Cleta y Domitila”, “Hoy no me quiero levantar”, “Piojos y tarea” o “Maresía” entre otros.
En las siguientes líneas, se han extraído partes del interesante pregón que se puede leer tranquilamente en los programas que reparte el Ayuntamiento de Arrecife: “Cuando me llamaron a casa, a La Laguna, para invitarme a leer el pregón de las fiestas de San Ginés, a mi estado de ánimo le pasó algo semejante a lo que les acontece a los ahogados: si a éstos, antes de morir les ocurre que ven pasar ante sus ojos toda su vida como en una película, sin olvidar ningún acontecimiento, o al menos, eso dicen, a mí me sucedió que de pronto, se me colaron de rondón en el ánimo casi todos los sentimientos que hasta el día de autos había experimentado en las más diversas ocasiones y por diferentes causas... Pero ahí estaban todos, a la vez: sorpresa, incredulidad, alegría, gratitud y mucho miedo, todos ellos generando esa sensación de mariposas en el estómago y de nudo en la garganta.
Lo más sensato hubiera sido negarme, pero, acepté.
Les aseguro que me tomé muy en serio el encargo y, como había que empezar por alguna parte, me dediqué a prepararme concienzudamente leyendo todo tipo de pregones. A medida que pasaban los días, conocía pregones ajenos y aumentaba el miedo a no estar a la altura. Porque, ¿cómo estar a la altura de don Luis Benítez Inglott, pregonero de las fiestas de 1960, don Agustín Millares Cantero (año 1982), don Chano Sosa (1974)... ¡por nombrar a alguno de tantos como han sido!
Entonces, recordé que, si a pesar del temor a no salir airosa de este lance, había encontrado razones para atreverme a intentarlo, el más importante argumento me lo habían dado en forma de pregunta.
Cuando me negaba a aceptar el ofrecimiento, la persona, el amigo que me lo hacía, me planteó simplemente esta interrogante: "¿De dónde eres, Lola?" Al conjuro de estas palabras, todo el regusto de una larga infancia, de una adolescencia tantas veces añorada me embargó: ¡soy de aquí! Soy de aquí, como pueden serlo, además, los que quieran y se dejen.
Por eso, desde el mayor de los respetos, con toda mi gratitud y el profundo amor que esta isla, Lanzarote, me inspira, me acerco a ustedes con el fin de compartir recuerdos, en un año que se ha llamado de la "Memoria Histórica".
Dice Vicente Verdú que ... “hay una memoria de lo sucedido pero también en el seno de la memoria los elementos interaccionan, se cruzan, conversan y crean por su cuenta una segunda existencia preparada para la evocación”. Sigue diciendo que..."los recuerdos suelen ser obra de otros recuerdos y los olvidos, acaso, también".
Si les hago esta confesión es porque, de alguna manera, la relación que con mi tierra, con nuestra tierra, tengo no me permite acercarme a ella sino desde la evocación.
Me marché hace muchos, muchos años: fui uno más de aquellos jóvenes que tuvimos k oportunidad de viajar a La Laguna a estudiar. ¡Yo no sabía que me iba para siempre aquel lejano octubre de 1973!
He vuelto, desde entonces, cada año. Formo parte de esa gran bandada que cada mes de agosto busca el viejo nido para contemplar cómo cambia el paisaje, cómo cambia la gente, para entablar la lucha, de antemano perdida, con el paso del tiempo, con el devenir de los acontecimientos...
Volvemos muchos con el secreto afán de hacer que nuestros hijos conozcan y amen lo que nosotros amamos y conocimos, sin darnos cuenta, a veces de que no mostramos, a su más o menos despierto interés, la realidad que tienen delante, sino la que nosotros recordamos: la escuela de doña Mercedes, el cine Díaz Pérez, casa Prat...
Todavía recuerdo, con un poquito de tristeza, la primera mañana de verano en que, recién llegada de Tenerife, salí de la casa familiar en Pasaje Julio Blancas, recorrí la calle Fajardo, la calle Real, el Parque, la Avenida, la calle Coronel Benz y la calle Tenerife, ¡sin encontrar a nadie conocido! Fue una manera algo brusca de caer en la cuenta de que Arrecife y sus gentes seguían viviendo, a pesar de que nosotros nos íbamos cada final de agosto”. (...).
Aquí, Suárez, comienza a explicar con bellas palabras detalles de su niñez: “Cuando, de pequeña, venía cada domingo a la misa de niños, aquellas ceremonias interminables oficiadas por don Ramón Falcón, yo me extasiaba contemplando las imágenes vestidas con ropas que me parecían maravillosas por lo inusuales: aquellas túnicas de colores chillones, aquellos mantos orlados con pasamanerías bordadas en dorado y plateado, las coronas que yo creía de oro...
Me perdía en el Cuadro de las Ánimas, que a todos nos causaba pavor y nos produjo más de una pesadilla porque, más que consuelo en la salvación eterna, provocaba un pánico morboso a caer en aquel lago de fuego. Pasaron muchos años antes de que supiera que el cuadro había sido costeado por los marinos de Arrecife, allá por el año 1819.
Me preguntaba por qué el patrón de Arrecife era aquel señor que estaba vestido simplemente de obispo. Si en vez de mitra, hubiera tenido largas melenas rizadas, incluso un simple manto azul o verde, habría dado a mis infantiles ojos un motivo de deleite y, entonces, no le hubiera discutido su rol de patrón de Arrecife... No sabía aún que la relación entre el santo obispo de Clermont Ferrant y Arrecife tenia algo en común con aquellas aventuras que tanto nos gustaba escuchar o ver en el cine. Según cuenta la leyenda, párese que la primera noticia que se tuvo de la existencia de San Ginés, fue a través de un cuadro que allá por el siglo XVI arribó a las orillas del charco que lleva su nombre. Era entonces Arrecife un puñado de casas que dieron origen al barrio de la Puntilla, cerca del que se levantó la ermita de San Ginés, en la trasera de la actual iglesia.
Según don José Manuel Ciar Fernández, nada se supo de la vida de nuestro patrono hasta el año 1861, en que un párroco de Arrecife, don Juan Nepomuceno Montesdeoca la encontró en un libro titulado "Vida de Santos" y así pudo redactar una novena en su honor” (...).
La pregonera hace un breve repaso por los “sangineles” de su infancia: “A medida que se acercaban las fechas claves de San Ginés, 23, 24, 25 de agosto, los juegos a tos que nos dedicábamos tan concienzudamente el resto del año -los boliches, el teje, la soga, el viejo, el escondite, las casitas, monta la chica, las guerrillas-daban paso a otro tipo de entretenimientos. Una vez más, se cumplía el axioma que padres y educadores tan bien conocemos: los niños hacen lo que ven.
Así, no solamente imitábamos las ruletas, también jugábamos a las tómbolas con tanta trapacería como los mayores, de tal forma, que el mejor regalo nunca tocaba.
Todos queríamos ser el chico que, con aires de importancia, nos recogía la ficha en los cochitos o nos vendía el boleto de la tómbola. Mirábamos asombrados los enormes bastones de caramelo, semejantes a las barras de los tiovivos con sus rayas rojas y verdes y aquellas muñecas que nos parecían maravillosas porque era mucho mejor verlas allí, en las estanterías atiborradas de un sinfín de objetos desconocidos, que en el escaparate de "El Palacio de los Juguetes". Pero ¡siempre nos tocaba la jabonera de plástico o el bolígrafo que, generalmente, no escribía! Y daba igual: nada, ni siquiera el desencanto momentáneo en que nos sumía nuestra mala suerte conseguía amargarnos la fiesta.
Cambiábamos nuestro paisaje habitual por el pedas» de Arrecife pegadito a la costa, vigilado por el Puente de las Bolas y el Castillo de San Gabriel donde, entonces, se montaba la feria.
El recinto ferial, con todas sus atracciones, las tómbolas, los ventorrillos, los puestos de papas fritas y algodón de azúcar... para k chiquillería, se reducía a "los cochitos de San Ginés".
-¡Vamos a los cochitos! ¡Ya montaron los cochitos! Era como un grito de guerra que nos lanzábamos unos a otros. Las demás atracciones nunca lograron despertar tanto interés. ¡Y qué rabia daba cuando se quedaba tu coche encajonado y veías cómo se te pasaba toda la vuelta sin poder moverlo! ¡Qué rápido se pasaba el tiempo cuando te convertías en un arriesgado conductor! ¡Qué importantes nos sentíamos, conduciéndolos con una sola mano, mientras sonaba la música y nos mareaba el olor a gomas requemadas, mientras sobre nuestras cabezas bailaban las chispas que parecían bengalas, fijas cada una a cada uno de los cochitos!
Creo que nunca nos encontramos tan cerca de la felicidad como entonces, con unas pocas monedas que gastar y todo un mundo de oportunidades frente a nosotros.
Ahí estaban los puestos de papas fritas, que sabían infinitamente mejor que las que comíamos en casa, los churritos, las manzanas envueltas en caramelo, los grandes algodones de azúcar, que te pringaban toda la cara y se pegaban al pelo, los turrones... Hasta la pota seca y los rejos de pulpo de Contrera tenían otro gusto esos días (...).
Suárez expresa bellamente las carestías de esa época y los deseos para sus hijas de las madres: “Era entonces cuando bahía que hacer cuentas, sacar de donde ya no quedaba para encarar los días de fiesta con toda la dignidad que merecía ]a ocasión.
Las ropas, los vestidos para toda la familia, hacían correr a nuestras mujeres de la ceca a la meca, buscando siempre lo más bonito, lo más barato y apañado... Se reconvertían los trajes de las hermanas mayores y se les recogía el vuelto al pantalón del padre para vestir al hijo, ya mayorcito. ¡Qué milagros se hacían con unos cuantos de aquellos botones tan bonitos que forraban doña Librada o doña Dolores Pérez, con su arandela dorada!
Se compraban a plazos en las tiendas polos y faldas de tergal que acababan de pagarse en Navidades, justo cuando había que endeudarse de nuevo para los Reyes.
Lo mejor de las fiestas eran los bailes en las tres sociedades de Arrecife: Torrelavega, El Círculo Mercantil y El Casino.
En cada casa se sacaban las mejores galas y nuestras madres y hermanas llevaban durante todo el día complicadas simetrías de rulos y pinzas en la cabeza que a la noche convertirían en artísticos peinados: la peluquería era un hijo al .alcance de pocas.
Siempre me sorprendió la capacidad que tenían algunas para transformar ropas y zapatos viejos, pasados de moda, en prendas con las que lucían en las noches de baile.
Se contaba de una señorita que para no usar medias, se teñía las piernas y se pintaba, pulcramente, la costura.
AI baile, llegaban los grupos de mujeres formados por una o dos mayores y varias jovencitas en edad de merecer. Las unas, pretendiendo vigilar a las otras, que lo que intentaban era escabullirse y divertirse de lo lindo...
Aquellos bailes eran la esperanza de las madres, que veían sus ilusiones colmadas si la niña pescaba novio o se aseguraba una relación que estaba en el aire.
Ocupaban un lugar señalado en los festejos del Santo la celebración de la elección de la reina de las Fiestas de San Ginés. Realmente, la persona más feliz del mundo la noche de tan magno acontecimiento no era la muchacha elegida: era su madre.
Recuerdo aquellas galas en el Parque, el desfile de las bellezas locales vestidas de fiesta, los aplausos con que los asistentes las recibíamos, según representaran a unos o a otros. ¡Qué importantes se sentían todos los que conocían a las candidatas! Luego, llegaba el momento de mayor emoción, cuando el presentador, que generalmente empezaba el acto soltando aquello de "¡En este marco incomparable...!", decía el nombre de la reina, cuyos méritos para ostentar el título se pondría, al día siguiente...”