Canarias es uno de los puntos de la geografía española en el que está instalado un mayor número de este tipo de grupos sectarios

Casi 12.000 personas son seguidoras de sectas destructivas en las Islas

La profanación del cementerio de Haría reabre el debate sobre la proliferación de ritos satánicos, que en muchos casos parecen estar detrás de este tipo de actos vandálicos

La autoría de la profanación del cementerio de Haría está aún por esclarecer, pero entre las especulaciones que se barajan a nadie se le escapa la posible relación que podría haber con ritos de origen satánico. Las evidencias señalan hacia esta posibilidad por la descripción de los hechos, que habla de la colocación de fémures en forma de cruz y de huesos en montículos posicionados estratégicamente, unas señales que han quedado impresas en la mente de todos por medio del cine y las películas de terror, que tan de moda están últimamente, como señales demoníacas.

Aunque esta moda también llevará a muchos a pensar que sólo se trata de la gamberrada de unos jóvenes alterados después de ver una película, la realidad es que estos casos se repiten con frecuencia en toda España y que en demasiadas ocasiones se ha demostrado que tienen alguna relación con sectas o grupos de tipo satánico.

Desde hace años Canarias ha estado presente en todas las estadísticas y estudios sobre nuevas religiones como uno de los puntos del país con mayor proliferación de grupos sectarios. Rindan o no culto al demonio, los líderes de este tipo de grupos deciden con frecuencia que Canarias es un lugar idóneo para sus actividades, y ya son muchos los dirigentes “espirituales” que han implantado aquí su sede para captar a nuevos adeptos.

En 2002 se contabilizaban unas 50 repartidas por todas las Islas, a las que se habían unido ya 10 mil o 12 mil personas y unas 7.500 familias, unas cifras alarmantes con las que se demuestra la capacidad de expansión y de convencimiento que logran a su alrededor.

Para atajar el problema lo primero es definir qué grupos de este tipo son conflictivos y destructivos para la persona, y cuáles simples manifestaciones de nuevas formas religiosas. Aunque es difícil distinguir entre ambas, todos los expertos coinciden en dotar a las sectas de un objetivo común que las caracteriza y que las diferencia, la búsqueda de dinero.

Un fin común

Son muchas las caretas y disfraces que utilizan los grupos sectarios para expandirse dentro de la legalidad, se camuflan como asociaciones de todo tipo, empresas, terapias, centros de meditación, de actividades culturales o lúdicas, e incluso como ONG o centros de rehabilitación de toxicómanos. Cualquier fachada es buena para conseguir atraer a adeptos y para que la ley no sospeche de su verdadera actividad, e incluso para conseguir subvenciones. La mayoría de las investigaciones comienzan cuando levanta la voz de alarma la familia de algún afectado, ya que normalmente tienen totalmente selladas las vías de escape de información de las verdaderas actividades que realizan.

El rápido enriquecimiento de estos grupos es otra de las señales que alertan sobre anomalías, ya que en casi todos los casos los “clientes” tienen que aportar grandes sumas de dinero, que suelen ir incrementándose hasta llevar incluso a la ruina a las familias afectadas, y que llaman la atención de las autoridades.

Y es que el único interés final que persiguen las sectas es el dinero. Aunque la fe y la espiritualidad sean las cartas de presentación y la defensa en la que se escudan, el único objetivo que motiva a estos grupos es el económico. Para conseguirlo utilizan todo tipo de métodos para que los que se acerquen pierdan cualquier capacidad crítica o voluntad y sobre todo los alejan de cualquier estímulo exterior que les haga discernir entre lo correcto y lo incorrecto.

Por eso el primer paso siempre es el aislamiento familiar y de amistades, a los que los miembros acaban alejando de sus vidas. Las artimañas que siguen para conseguirlo son muy variadas y según las que utilicen entrarán en una clasificación u otra en los catálogos de sectas de los expertos. Las más destructivas utilizan técnicas de maltrato psicológico, físico y sexual, llegando incluso a prostituir a sus miembros.

En los casos menos graves sólo se dirigen a la explotación económica, pero para conseguirlo manipulan las mentes de los adeptos hasta conseguir manejarlas a su voluntad. Existe todo un manual de cómo captar y lograr este sometimiento, que en todos los casos pasa por el chantaje psicológico y la creación de una dependencia hacia el líder y la organización que no les permita ver más allá.

Este fenómeno se acusa en todo el mundo y son muchos los casos que llegan hasta la luz pública por medio de las denuncias de casos extremos o, en el peor de los casos, por actuaciones colectivas como los suicidios en masa.

Uno de los casos más sonados de este tipo en el mundo fue precisamente el que protagonizó la gurú alemana Fittzhau Garthe, que convenció a 30 personas residentes en Tenerife y miembros de la secta Templo Solar para que el día 8 de enero de 1998 a las 20:00 horas se suicidaran colectivamente en la cima del Teide. Allí sus cuerpos serían recogidos por una nave espacial para ser llevados a la isla Reino de los Beatos, donde se les devolvería la vida. Los adeptos fanáticos estaban convencidos de ser los únicos elegidos para salvarse después del fin del mundo, pero finalmente fueron detenidos antes de que pudieran materializar su escabrosa intención.

Repartidas por todas las Islas

Canarias se ha convertido poco a poco en un auténtico hervidero de sectas destructivas. En 1999 se contabilizaban en España unas 200 sectas, que contaban con 200.000 seguidores, de las cuales 34 estaban instaladas en el Archipiélago con unos 10.000 adeptos. El número llegó a ser tan alarmante que el propio ministro del Interior en aquel momento, Jaime Mayor Oreja, incluyó a Canarias dentro de los cuatro puntos de mayor presencia sectaria de España junto a Madrid, Barcelona y Levante.

Hoy las cifras van en aumento y muchas de las sectas de entonces han sido sustituidas por otras nuevas o han cambiado su nombre o actividad para mantenerse ocultas. Pero el problema persiste.

Casos como el del cementerio de Haría, el de las pirámides de Mala hace unos años o las pintadas aparecidas en la fachada de la Iglesia de San Ginés, son señales públicas de que en Lanzarote existe al menos, un interés por este tipo de exaltaciones de las creencias y ritos que nada tienen que ver con las religiones tradicionales.

En este sentido cabe destacar la relación que también existe entre religión católica y sectas. En muchos casos esta relación la inventan los propios grupos para atraer a nuevos adeptos por medio de cantinelas conocidas, pero también destacan otras que sí que están estrechamente ligadas a la Iglesia católica como son los Legionarios de Cristo o el tan cuestionado Opus Dei.

La lucha contra las sectas

El problema de las sectas destructivas ha llegado a tal límite, que las fuerzas de seguridad se han visto obligadas a formar específicamente a sus agentes para detectar y detener a estos grupos.

Desde 1987, la Dirección General de la Policía cuenta con grupos especializados en sectas en ambas provincias que están realizando un intenso seguimiento a estos colectivos. Sobre todo rastrean sus sistemas de captación, métodos de adoctrinamiento y las empresas y entidades satélites creadas por la secta, con el objetivo de descubrir los delitos cometidos.

Estos delitos van desde lesiones a la salud pública, asociación ilícita o falsedad documental hasta proxenetismo, delitos contra la vida, la Hacienda pública y la Seguridad Social, la inducción al suicidio, amenazas o coacciones, detenciones y secuestros.

Pero no es fácil detectar estas ilegalidades, la mayoría de los expertos coinciden en que la única manera de acabar con una secta es atacar su entramado financiero, ya que las sectas destructivas suelen crear entidades civiles, legalmente independientes, que adoptan la formas convencionales. Constituyen una red orientada a la captación de adeptos y a la gestión de las donaciones a favor de la secta. Además, el líder o gurú busca la legalización como entidad religiosa, lo que conlleva importantes ventajas fiscales.