La precariedad laboral de los vigilantes de los escasos espacios para el estacionamiento urbano se debate entre la voluntad de los usuarios y una valiosa función social

Aparcacoches por la gorra

FOTOS: DORY HERNÁNDEZ

Desde hace unos años se ha instalado en las ciudades españolas la figura del “gorrilla” y Arrecife no es una excepción. Estos nuevos personajes urbanos reciben su apodo de la gorra que visten, emulando a los aparcacoches profesionales. Se ubican en las zonas con más dificultad para encontrar aparcamiento o en los solares desatendidos por las administraciones públicas, y se dedican a indicar a los conductores donde hay un hueco libre para estacionar. Excepto los que están enganchados a alguna droga, no piden dinero y simplemente aceptan lo que les dan: “la voluntad”.

El perfil es heterogéneo: parados, vagabundos, alcohólicos o toxicómanos. Unos viven en pensiones, otros comparten casa, algunos se hospedan en albergues. No abundan las mujeres en esta “profesión”, pero muchos de ellos tienen esposa e hijos con los que apenas mantienen el contacto. Otros presumen de haber encontrado en su grupo de amigos una gran familia. Viven en la periferia de nuestras sociedades, a pesar de que algunos de ellos tienen un pasado absolutamente convencional que un día se vio truncado por la droga, el desempleo o la depresión.

Pero no todos lamentan su suerte. Los hay que llevan más de diez años dedicados al cuidado de los coches ajenos. Es el caso de Luis “Capitán”, que trabaja en el solar de la trasera del Charco de San Ginés. No cotiza a la Seguridad Social, pero se le ve feliz. Él y su compañero sacan lo justo para ir tirando ellos y a los que mantienen. Que nadie se lleve a engaño: ser “gorrilla” no es la panacea de nada. Alardean de la buena relación que mantienen con los “clientes”. Algunos hasta les hacen regalos.

Ellos mismos establecen su horario laboral y hacen turnos con otros compañeros de oficio para no dejar abandonado el lugar de trabajo. Se han ganado la confianza de los vecinos y son parte del barrio. Da gusto verles disfrutar de un bocadillo a media mañana, mientras charlan en una improvisada tertulia entre compañeros de vida.

La intrahistoria de los nuevos personajes urbanos

El de la zona de El Almacén fue el solar pionero en el estacionamiento de vehículos.

Los parquímetros, totalmente deteriorados, carecen de utilidad alguna con la presencia de los gorrillas en el centro de la ciudad.

Uno de los aparcacoches mantiene su propio espacio vital en el mismo solar en el que trabaja.

“Yo no pido, da el que quiere”

Joaquín es portugués y ha vivido en numerosos países de Europa. Él y su compañero italiano están a diario en la calle José Antonio de Arrecife, frente a Las Buganvillas. No lleva gorra ni chaleco reflectante, pero le delatan sus ademanes cuando asoma medio cuerpo a la calzada para indicar a los conductores donde hay un hueco libre para aparcar. Asegura que él no pide: “da el que quiere”. Pero reconoce que hay gorrillas que sí piden porque están “enganchados” y que si no les dan nada “pueden enfadarse y rayar el coche”.

Explica que los toxicómanos “no controlan” y que la heroína les hace buscar dinero “como sea”. Joaquín tiene una forma de ver el mundo bastante peculiar. En su opinión, con el dinero que pagamos al Estado nadie tendría por qué pedir ni robar porque si alguien está en una situación crítica debería recibir un subsidio, mientras que los drogadictos deberían estar todos en centros de desintoxicación. Por otro lado, resaltó la falta de control policial que existe en España, y puso como ejemplo la ciudad de Londres, donde “hay cámaras por todas partes”. “¿Por qué no ponen cámaras aquí?”, se preguntó.

“Antes de echarme a robar prefiero estar aquí”

Paulino tiene 49 años y está en el paro. Viste chaleco amarillo reflectante y gorra, como la mayor parte de sus “compañeros de trabajo”. Hace más de diez años trabajó como marinero y últimamente en la construcción. Le gustaría encontrar algo parecido, pero hace siete meses que no le sale nada. Está separado y tiene dos hijos que no saben cómo se gana la vida su padre. Él sustituye al chaval que apareció muerto en la playa de Arrecife hace dos meses y se dedica a vigilar los coches que aparcan frente a El Reducto. “Antes de echarme a robar prefiero estar aquí”. Asegura que con lo que saca aparcando coches le da “para comer y pagar la pensión”.

Gana entre 40 y 45 euros al día, aunque aclara que a partir del día 15 de cada mes “la cosa empieza a flojear”. Nunca ha tenido problemas con otros compañeros, pero comenta resignado que los adolescentes, cuando pasan por allí por la tarde, se meten con él y le insultan. Él les ignora porque no quiere que le “cojan rabia” y sigue los consejos de la sabiduría popular: no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Los agentes de policía pasan por delante de Paulino en el coche patrulla y le saludan cordialmente. “Si no tienes problemas de drogas o alcohol y no te metes con nadie, no hay ningún problema”, explica.

“Joselillo El Sevilla era más conocido en Arrecife que la alcaldesa”

Luis “Capitán” y Eloy llevaban vidas dispares hasta que el destino y la necesidad les unieron hace un par de años en el mayor solar de la zona del Charco San Ginés. El primero, nacido en Las Palmas, es uno de los aparcacoches con más antigüedad de toda la ciudad. En estos 12 años de dedicación exclusiva ha tenido ocasión de compartir múltiples aventuras con sus compañeros en este espacio.

El solar es propiedad del Ayuntamiento pero hace algunos años, cuando el Consistorio tuvo intención de emplearlo, “los vecinos entregaron 300 firmas para que me quedara yo a cargo, porque esto es un servicio gratuito, este puesto me lo he ganado yo con los años, desde que un amigo me pidió que le echara una mano aquí”. Insisten en que “esto es gratuito y es lo que la gente no entiende”.

Los dos vigilantes del Charco comparten la zona con un matrimonio que consume metadona y que acude por las tardes al solar. Luis y Eloy aseguran que eran buenos amigos de Joselillo, el aparcacoches sevillano que apareció ahogado en Arrecife a finales de mayo. “José El Sevilla era alcohólico pero dicen que murió por una sobredosis de pastillas. La familia estuvo aquí y dijo que su semblante era de felicidad y tranquilidad. Era más conocido en Arrecife que la alcaldesa”.

“Nos hemos acomodado a esta vida, somos una gran familia”

Luis tiene ahora 57 años y en su día trabajó como vigilante de seguridad y también algún tiempo como pintor. Hace 20 años vino a Lanzarote para trabajar en La Santa. “Me desenganché de la droga y mis padres me regalaron ese viaje como premio. Aquí, con este trabajo, me he acomodado”, comenta mientras realiza una pausa en su nueva labor. “No te voy a mentir, a las tres de la tarde ya me voy con mi dinerito y a gusto”. En cuanto a la procedencia de su mote, explica que “cuando llegué aquí la primera vez me fui al Charco a pescar y empezaron a llamarme capitán, capitán”.

Luis tiene su residencia en un piso situado frente al solar, donde conviven al menos otras cinco personas más. “Del mismo caldero comemos cinco más del parque”. En su testimonio, destaca la amabilidad de los vecinos y usuarios del solar, a los que conoce hace años, así como la voluntariedad de quienes se dedican a este servicio. “Ellos son personas que cumplen y nosotros no somos buitres. El dinero se cobra cuando se saca el coche, y si algún día no se tiene una moneda no pasa nada. Sé que cuando vuelvan me darán más dinero”. Luis enfatiza la confianza existente entre el círculo de personas que transitan a diario por las cercanías. “Sé que tengo también mis bares. Tanto este de allí enfrente, como Pepe y como Ignacio me dan lo que me haga falta. No tengo necesidad de robar. Incluso si algún día se nos da mal nos dejan diez eurillos para ir tirando. Somos una gran familia”.

Eso sí, las reglas son contundentes e inflexibles en cuanto al trato al cliente. “Si alguien que me está sustituyendo se pone a pedir dinero o pasa algo, ese aquí ya no entra más, así que por la cuenta que les trae...”

Pero en este solar los coches particulares no son los únicos que han recibido la atención de esta particular pareja. También se les ha encargado en más de una ocasión que vigilen los vehículos de empresas que acometen obras en zonas cercanas. Es el caso de las maquinas que permanecieron en el lugar con el saneamiento del Charco.

El área donde Luis y Eloy trabajan, tanto por su extensión como por su envidiable situación, es sin duda uno de los que más ingresos deja a quienes hora tras hora “se lo curran”, como dicen ellos. “Hay días que nos llevamos 60, 70 euros, cuando nos piden que vigilemos máquinas de obras salimos hasta con cien euros por cabeza”, resaltan.

“Todo el mundo nos quiere porque, si no, hace tiempo que no seguiríamos aquí”

Eloy, gaditano de nacimiento, es gorrilla en esta misma zona del Charco desde hace dos años, pero su amistad con Luis no parece algo transitorio, tal y como explica sobre su actual situación. “Estoy aquí hasta que me salga algo de trabajo. Antes he trabajado como cocinero, y soy un buen empleado. Estoy casado con una sevillana gitana”, comenta mientras le recomienda a gritos a un conductor habitual que se abroche el cinturón antes de abandonar el solar. A sus 48 años, cree que al menos está sacando un sueldo rentable a pesar de estar parado.

La experiencia es un grado en cualquier ocupación y Eloy sabe, antes incluso de que un vehículo abandone el solar, cuánto va a abonar su conductor por el estacionamiento y la vigilancia del automóvil. “El de aquí te da 20, 40 céntimos, el pudiente te da un euro, y el extranjero normalmente da dos euros porque está más acostumbrado a las propinas”.

“Hasta hace poco, con los juzgados y la policía aquí al lado, nos daban monedas los abogados y hasta los policías. Un día incluso le rozaron el coche a un policía. Le tomé los datos del otro coche y ya me lo gané. Ahora nos fastidiaron porque cambiaron la comisaría, pero bueno”. Para Eloy, todo el mundo les quiere porque “si no, hace tiempo que no seguiríamos aquí”.

La calle opina

Carmelo Hernández

Dueño de una floristería (59 años)

“Vengo del barco directo, porque sé que aquí hay aparcamiento. Puedo ir al centro de Arrecife caminando, porque en el centro no se puede aparcar”. Los aparcacoches “son necesarios, les doy de 50 céntimos a 1 euro”

José Torres

Ordenanza (39 años)

“Todo el mundo se tiene que buscar la vida como puede. No hacen daño a nadie, no veo a quién perjudica. No molestan a nadie, si quieres les das, y si no quieres no les das”

Francisco Morales

Trabajador de la construcción (40 años)

“Mientras están aquí no están robando. Se están ganando la vida honradamente. Ellos no vigilan el coche, pero para que estén haciendo otra cosa, mejor que estén ahí”.

José Manuel Ramos

Parado (34 años)

“Creo que está bien porque miran los coches, pero no debería ser obligatorio pagar”

Yanira Artiles

Dependienta de tienda (33 años)

“No me parece mal, para que se dediquen a hacer otra cosa... por lo menos están haciendo buenamente algo que no está mal. Nunca he tenido ningún problema con ellos. Les doy un euro y me vigilan el coche”

Carlos Araujo

Climatizador (47 años)

“Me parece mucho mejor que se pongan en solares que en la zona azul del centro. Allí siempre tienes el resquemor de si te rayarán el coche y aquí nunca he tenido problemas. He vivido a pleno pulmón este mundo y creo que es genial que se aprovechen espacios como este. Deberían existir más aparcamientos como este. No tienen un precio estipulado y se están buscando la vida”