Yo, lo que diga el partido...
Por Miguel Ángel de León
En vísperas electorales se repiten, como el chorizo de Teror o de Chacón, las más manidas y falsas frases hechas. Ya las habrán escuchado ustedes hasta el cansancio: “La única encuesta válida es la del día de las elecciones” (repiten la cansina obviedad, casualmente, los mismos que no paran de encargar, pagar y maquillar sodeos electorales a la carta para enarbolarlos como triunfos pre-electorales o alimentar el autoengaño); “Yo estoy a disposición de lo que diga el partido. Si los compañeros deciden que debo ser el candidato, me sacrificaré y asumiré esa pesada carga” (y si no lo deciden, se manda a mudar a otras siglas más pronto que tarde; tenemos mil y un ejemplos en Lanzarote de ello); y la mayor de las mentiras, la trola catedralicia: “Todos tenemos el deber de ir votar, por el partido que sea, pero hay que ir a votar” (porque lo dice uno que reclama el voto en su calidad de profesional de esa mendicidad, que no distingue entre deber y derecho, pero esa supuesta obligación no está recogida en ningún apartado de la Constitución, y el 50% del electorado potencial de Lanzarote seguimos haciendo oídos sordos a semejante “obligación”, en la que también insisten los informadores peor informados).
Ahora mismo andan los medios de comunicación dándonos a todas horas la vara y la tabarra con los posibles, probables, presuntos o presumibles candidatos, como si al grueso de la población le importara o importase un pimiento tamaña escandalera. Prueba evidente, a fe mía, de lo alejados que viven los medios de la realidad social, pues su excesiva cercanía al bosque (político) les lleva a creer, equivocadamente, que lo que les quita el sueño a los actores de la vida pública le importa algo más que un pimiento a cualquier hijo de vecina.
Todo ese baile pre-electoral sólo es ruido, humo de pajas instalado ahorita mismo en torno a lo que va quedando del PSOE en Lanzarote. Tanto me da que me da lo mismo unos que otros, tirios que troyanos, pues no voto a Juana ni a su hermana. Ni voto a esas siglas desde la década de los ochenta del pasado siglo y milenio... ni a ninguna otra, visto lo visto. Que con su pan se lo coman los que sólo están en el partido para sacarle partido (económico) al partido.
A su manera particular y con su singular estilo lo escribía la pasada semana el dramaturgo Fernando Arrabal en las páginas del diario El Mundo: “Para no alterar con mi sufragio el orden de la democracia, no voto”.
PERRERÍAS
Ya no puedo pasear a mi pobre perro por la playa ni por ningún sitio. Lleva año y pico o año y poco muriéndose. Por el paseo por donde antes lo llevaba -o me llevaba él a mí, para hablar con mayor propiedad- alguien ha escrito sobre una roca gris una presunta gracieta: “No todo el que tiene perro es tonto. Pero todos los tontos tienen un perro”. Seguro que la sentencia, probablemente escrita por alguien que no simpatiza con los chuchos, nos retrata a más de uno. Ante la avalancha electoralista que se nos viene encima, mejor hacerse el tonto, pero dejando que las auténticas tonterías las protagonicen sólo los que se creen más listos que la media.
BRASIL-ARGENTINA: TAN CERCA, TAN LEJOS
La anécdota en forma de chiste, o el chiste en forma de anécdota sobre la antigua e intensa rivalidad entre Brasil y Argentina (siempre te llevas peor con el vecino que con cualquier otro al que no sufres de cerca) la recogía el hijo de Mario Vargas Llosa, Álvaro, en ABC. Un brasileño le cuenta a un oficial que atropelló a un turista argentino y olvidó informar a su familia. El oficial responde: “Bien hecho, habría provocado una guerra si les avisabas”. Usted es todo un pacifista”. “Pero cuando lo enterré, el tipo gritó que estaba vivo”, le explica el compungido brasileño. “Bah, no se preocupe”, responde el policía, “todos los argentinos mienten”. (de-leon@ya.com).