Un canario en la ONU
Por Miguel Ángel de León
Justo cuando me disponía a redactar estos párrafos (tardecita del viernes, 13 de abril; mala fecha en Estados Unidos y otros países anglosajones), recibo un atento correo electrónico desde Nueva York, firmado por Dailo Allí Alonso, que trabaja en la ONU (no, no haré el chiste fácil de preguntar para quién trabaja la ONU). Aunque no conozco personalmente al amable remitente, o precisamente por eso, se agradecen doblemente los inmerecidos elogios que vierte en su carta virtual hacia esta humilde columna impresa y digital.
Una vez dadas las gracias al amable lector, la lejana procedencia de su correo me retrotrae unos años atrás, cuando se me ocurrió gozarme -o sufrir, según se mire- sobre el terreno aquellas elecciones presidenciales que acabó perdiendo el sucesor demócrata de Bill Clinton y ganando, después del interminable cuento del recuento de votos (aún hoy no aclarado del todo), el mismito Bush que todavía ocupa la Casa Blanca. Me lo pasé saltando de Nueva York a Washington durante aquellos diez últimos días de la campaña que desembocó en la consulta electoral del 7 de noviembre de 2000, coincidente casualmente con la fecha de mi natalicio (el día, claro, no el año; más quisiera yo).
No es por comparar con las vísperas electorales en las que andamos ahora por aquí, pero recuerdo que a escasos días de aquellas elecciones gringas, las calles de Nueva York, Washington y algunos Estados más de la Unión por los que pasamos en la furgoneta verde oliva atestiguaban que se aproximaba la festividad de Halloween (con perdón por el anglicismo que es la contracción del All hallow's eve, "víspera del día de todos los santos", en cristiano)... pero apenas nada indicaba por ningún sitio que se estaba en plena campaña electoral para elegir al presidente del actual Imperio planetario: ni un solo cartel electoral en vallas, semáforos o edificios. Ningún coche dando la vara y la tabarra con el altavoz de turno. No había ruido o escándalo megafónico -un suponer- en Manhattan (aparte, claro, del ruido habitual del gran monstruo que nunca duerme). Y eso que se iba a elegir al hombre más poderoso de la más poderosa nación del mundo y parte del extranjero. Aquí para designar al candidato a concejal de Villaconejos de Abajo armamos mucho más ruido mercadotécnico y mediático. Debe ser por aquello de la fe del nuevo converso, pues seguimos siendo unos recién llegados a este invento de la democracia.
En Manhattan (a sus Torres Gemelas le quedaban en aquella fecha justo un año de vida) te enterabas que el país estaba en vísperas electorales por el seguimiento (nunca excesivo ni atosigante, en cualquier caso) que hacían los medios informativos, aunque tanto la prensa escrita como la televisión le prestaban, con diferencia, muchísima más atención a la serie final de béisbol que se estaba celebrando en Nueva York en aquellas calendas que a la lucha dialéctica entre Gore Y Bush. Después, una vez llegada la hora de las urnas, apenas un 30% de la población terminó acudiendo a votar, como manda la tradición en ese y en otros países con democracias consolidadas. En España, en tanto que novatos en la traquina electoral, nos asustamos cuando el índice de abstención roza un 40% (en Canarias casi un 50%, y en Lanzarote subiendo). Y todo ello a pesar de la escandalera mediático/mediocre que hace coincidir a todas las cabeceras periodísticas españolas en la llamada unánime del presunto y falso "deber cívico de votar", esa gran patraña intrínsecamente antidemocrática: votar no ha de ser nunca un deber ni una obligación (sí lo es en las dictaduras, y ahí tenemos el caso de Cuba, en donde hasta los muertos votan a Castro, como es triste fama).
Casi siete años después de aquella primera visita a NY, ahora caigo en la cuenta de que me faltó visitar un centro turístico principal, afortunadamente no controlado por el Cabildo de Lanzarote: no estuve en la ONU. Y mira que me pateé varias veces la isla/roca de cabo a rabo. Lo apunto en la agenda para la próxima vez, Dailo. (de-leon@ya.com).