Tocata y (tráns)fuga
Por Miguel Ángel de León
Hablar de transfuguismo en la infrapolítica lanzaroteña es pura redundancia, reiterado pleonasmo, pues no hay partido -y casi ni político- que no haya sido tocado por ese virus corrompido y corruptor. No me pidan nombres aquí y ahora porque no me iban a caber todos en la columna.
En una isla donde el transfuguismo es a la política lo que lo mismo que las lapas a Marcos Páez, es lógico que hayamos tenido episodios de traición política para todos los gustos y disgustos. En Teguise se dio el afamado pacto de las tuneras (primer caso registrado de transfuguismo por aquí abajo), y también en la vieja Villa se escenificó años después el no menos esperpéntico y bochornoso episodio en el que, justo a la hora de la toma de posesión de su acta como concejal del sustituto de Miguel Ángel Remedios (militante del PP allá cuando) como teórico nuevo edil del Partido Popular, va el hombre, de cuyo nombre no puedo ni quiero acordarme, y jura el cargo alegando que toma posesión del mismo como nuevo miembro (con perdón) de Asamblea Conejera, o nombrete similar.
Ahora han vuelto a la más rabiosa actualidad insular los tránsfugas de ida y vuelta, con motivo de la integración o fusión de la efímera APL en CC (que quiere ser un partido único, y por eso se llama Coalición: píquemelo usted menudito, cristiano, que lo quiero para la cachimba). Pero lo que menos importa es conocer el nombre y los apellidos del último tránsfuga de turno o el concreto partido que sufre la indisciplina o el que se beneficia de la misma. Tanto da y tanto monta, pues en Lanzarote todos los partidos han sufrido indisciplinas similares y se han beneficiado de las mismas en un momento u otro, como es triste fama, y apenas queda ningún concejal o consejero que no haya chalaneado al modo en alguna legislatura. Es el bonito ejemplo que nos dan, cada dos por tres, estos políticos a los que todavía algunos conejeros (el 50%, aproximadamente) les prestan su voto y su confianza en las urnas, sin sufrir remordimientos de conciencia ni nada, porque tiene que haber gente para todo.
En hablando precisamente de transfuguismos y traiciones, advirtió el político francés Georges Clemenceau, que hablaba con perfecto conocimiento de causa y de casos, que "un traidor es un hombre que dejó su partido para inscribirse en otro; mientras que un convertido es un traidor que abandonó su partido para inscribirse en el nuestro". Ése es el único cinismo que uno admira: el cinismo inteligente, justo el que por aquí, entre la torpe y ágrafa clase política lugareña, no se deja ver jamás.
No tengo noticia de ningún tránsfuga que se haya reconocido alguna vez como tal: ni siquiera el mismísimo Miguel Ángel León (no confundir con el torpe autor que esto firma, por muy parecido que sea el nombre), aquel ex concejal en el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria que años atrás vendió a su propio primo, el entonces alcalde José Vicente León, por un mísero plato de lentejas o cualquier otra mundana y vil recompensa. En efecto, ninguno, jamás, confiesa su traición a pesar de que ésta es pública como ninguna otra. No se reconocieron nunca como tránsfugas ninguno de los que traicionaron a sus electores y a sus respectivos partidos aquí en Lanzarote. Y siempre digo, en llegando a este punto, que si no les gusta la palabra que los clasifica según el diccionario, a mí se me ocurren otras mucho peores. En caso de curiosidad, ahí seguidito les dejo la dirección del correo electrónico, por si quieren conocer sinónimos más fuertes: (de-leon@ya.com). De nada.