Por la esquina asoma
Por Miguel Ángel de León
En Lanzarote y en otras islas la matraquilla navideña empezó este año al revés: los primeros en llegar fueron los Reyes (los que no traen regalos, sino ruido y escoltas a punta pala). Pero hay grandes ciudades españolas como Barcelona, por poner un buen/mal ejemplo, que llevan ya semanas con sus calles, plazas y parques anunciando la llegada de la Navidad, como pude comprobar personalmente a principios de este mismo mes noviembre. "Apriessa cantan los gallos, no paran en la manada", decía el verso anónimo. Me contaba una lugareña, antes incluso de iniciarse el mes en curso, que media Barcelona ya andaba luciendo por casi todas las esquinas el pomposamente denominado espíritu comercial (navideño, quise decir) con el que se entontece a las masas, como es triste fama.
También en Lanzarote se empieza a anunciar en la prensa, con un alborozo que algunos no alcanzaremos a explicarnos nunca, que el Ayuntamiento de Arrecife prepara sus luces (las sombras las aparcamos) de Navidad para iluminar como es debido las calles de la caos-pital conejera durante esas inminentes fechas, y el de Yaiza, y el de Teguise y el de San Bartolomé y todo dios ya llevan semanas “ideando” (¿?) sus respectivos Belenes, por si fueran o fuesen chicos los que nos montan durante todo el tortuoso e inútil mandato municipal.
Por su parte y con su arte, el gremio de esa mercadotecnia que los cursis o papanatas anglimemos llaman “marketing” llevan también un buen tiempito dándonos la vara y la tabarra publicitaria con el cuento y con la excusa navideña. Todos contentos. Se impone la alegría, aunque sea forzada o fingida. Pero tanta mentira empaquetada, maquillada o disfrazada de lo que en México llamarían "buena onda" navideña ya cansa hasta al más impasible de los mortales, por muy consumista o por muy idiotizado que lo tenga el mercado. Alguien ha dicho, puede que exagerando un poco pero no del todo ayuno de razón, que las traquinas, las latas o las matraquillas navideñas son casi una invitación al parricidio. Un filósofo dejó escrito que la especie humana opta ampliamente por la servidumbre. Y, de entre todas las servidumbres, por la más peligrosa: la religión. Y, de entre todas las feroces religiones, por las peores: los monoteísmos. Es palabra de Gabriel Albiac: “De cuantas infinitas fealdades supo forjar la especie con persistencia admirable, es la agresión a la paciente estética de la ciudad la que, con mucho, más hiere. La visión de ese museo de los horrores de parpadeantes luces y ejecutables bigardos travestidos de Papá Noel o Rey Mago despierta en muchos un instinto homicida para cuyo control se exigen dosis de ansiolíticos de última generación. La música llamada popular tiene efectos letales sobre las redes neuronales. De entre las muchas infectas variantes de ese ruido abominable, el villancico sobresale más allá de cuanto insulto humano esté capacitado para calificar. No hay piedad para el laico melómano. En la calle, niños angelicales cantan obscenas tonadillas que hablan, por lo poco que se entiende, de una virgen que ha parido un bebé probeta en medio del corral de una burra”.
Como es poca la jaqueca navideña propia de la fecha, en ciudades tan adelantadas, vanguardistas, cosmopolitas y europeas (?) como Barcelona ya adelantan esas celebraciones casi dos meses. Y por aquí abajo ya estamos copiando la idea, porque todo lo malo se pega y porque el hombre -como el mono, del que desciende- imita todo lo que ve, y principalmente la tontería elevada al rango de tradición. (de-leon@ya.com).