Mustio Mundial

Por Miguel Ángel de León

He visto o entrevisto el Mundial de Alemania muy de refilón, muy a trozos o muy a cachos catódicos o catatónicos. Se me cayó la ilusión por España porque no creo en la presunta sabiduría -ni siquiera futbolística- de Luis Aragonés, y mucho menos en la calidad deportiva de jugadores como el infaltable e inefable que no quiero volver a nombrar para no hacerme ni hacerles mala sangre, que viene muy mal con estos calores de julio. Las televisiones habrán hecho el negocio del siglo, pero yo no he visto -ni entrevisto- el espectáculo que auguraban los vendedores de humo por un tubo (los mismitos que hablaban sin parar de la calidad de España y otras sandeces que se demostraron más falsas que la falsa moneda, que de mano en mano va y ninguno se la queda). Una montaña de mentiras impresas o voceadas alegremente por la prensa deportiva y otros vivacartageneros ciegos que no alcanzan a ver que no hay mimbres para más cesto, y que la Selección que no le ganó a nadie importante en este invento cayó a las primeras de cambio cuando se enfrentó a alguien de peso. Pero hasta que fue llegado ese momento de la verdad, todos alimentaron el autoengaño. Después, claro, las desilusiones son aún peores... sobre todo para los que se ilusionaron con nada.

Otros no juegan mejor, pero son capaces de “campeonar”, como dicen en Hispanoamérica. Es al caso de Italia, de cuyo juego siempre hemos abominado todos los aficionados desde que el mundo es balón. Al contrario que España, de Italia se ha dicho hasta la saciedad que tiene espíritu ganador (España también tiene espíritu, es de suponer, pero pelín perdedor). Con Italia triunfó de nuevo el fútbol de andar por casa, el más feo, el más trincón y el más trincado, el más suertudo, el que (casi) siempre tiene el santo de cara. Con todo eso y con el error de despedida de Zidane ganó Italia por cuarta vez el Mundial. La selección que mereció abandonar Alemania y hacer las maletas a las primeras de cambio ante la sorprendente Australia se encaramó finalmente en la final de Berlín y se acabó llevando el trofeo de campeona mundial, justo ahora que los principales equipos de fútbol italianos se hunden en el descrédito y el posible descenso o pérdida de categoría en los despachos, por las mil y una corrupciones que consta que se han vuelto ha instalar en el balompié del país con forma de bota.

Con respecto a la gran pifia protagonizada por la gran favorita para estar en esa final que al final -valga la finalísima- tuvo que ver por la tele, la pentacampeona Brasil, comparto de pe a pa la opinión de otro italiano, Arrigo Sacchi, el que fuera seleccionador de Italia en la final de Estados Unidos de 1994 (cuando la habitual churra transalpina también mandó a España para casa, con Luis Enrique hecho un cristo con la nariz rota y una clamorosa falta que el árbitro no quiso ver), y hasta ayer mismo altísimo dirigente del Real Madrid, para más señas. Sus atinadas palabras las recogía el pasado sábado el diario ABC, en entrevista de Enrique Ortego: “Brasil tiene mucho talento junto, pero parecía un equipo de fútbol-playa. Este Mundial lo hubiera ganado el Barcelona con una pierna”. Gran verdad, a fe mía. Sobre todo porque en el Barça juega -y le dejan jugar donde debe- el que hoy es el mejor futbolista del mundo (aunque no se lo dejaron demostrar en el Mundial), un tal Ronaldinho.

El Mundial, en efecto, siempre fue uno de los platos más exquisitos y esperados por parte de los sibaritas del balón. Pero esta vez muchos hemos estado a punto de dejar casi toda la comida sobre la mesa. Abomino del Mundial recién concluido. Espero y confío en el Barcelona para volver a ver buen fútbol. Pero me tiene hablando solo lo que pasa -si es que pasa algo- en la UD Lanzarote, de la que sólo leo que se va fulanito y menganito (Gustavo García, Maciot, Sarasúa...) y todavía no he visto que llegue nadie. ¡Chacho, cierren esa puerta que entra corriente! (de-leon@ya.com).