Mujeres tenían que ser...

El pasado viernes, la casualidad quiso e hizo que el mismo día que dedicábamos esta columna postrera al conejero universal que más olvidado tenemos en esta pobre islita rica sin gobierno conocido, Blas Cabrera Felipe, el presidente del Gobierno de España o Ex-paña, José Luis Rodríguez “El Puma” (Zapatero, quise decir) tuviera o tuviese a bien nombrar como nueva ministra de Educación y Ciencia a la mismísima sobrina-nieta del científico lanzaroteño que fue pionero en nuestro país de la Física moderna de principios del pasado y pesado siglo XX, cambalache. Ella responde al nombre de Mercedes Cabrera, es catedrática de Historia del Pensamiento, y ni queriendo lo podrá hacer peor que su antecesora en el cargo. Total, que lleva y llega algo de sangre conejera al Ejecutivo ejecutor de lo que va quedando del PSOE. O sea, sangre como cualquier otra sangre, pues sólo el “necionalista” cree en la pureza del Rh, tipo Arzallus, Arana y otros mamelucos endogámicos. Me alegro por la cuasi paisana, pero no comparto la zapateril manía de la “cuota femenina”, o esa otra aberración denominada discriminación positiva, que es contradictio in terminis (contradicción en los términos), aunque ya no sepa latín ni el cura del pueblo, que fue otra de las puñaladas traperas del psoecialismo a la Educación escrita en mayúscula: borrar de los institutos cualquier huella de nuestra lengua madre, la misma en la que le hablaban los romanos a Nuestro Señor Jesucristo allá cuando se inventó la Semana Santa.

Los toletes de lo políticamente estúpido (correcto, quise decir) suelen repetir aquella simplonada recurrente de que “si las mujeres gobernaran, el mundo iría mejor”, como si los hombres no nacieran por el mismo sitio que ellas, ni comieran las mismas porquerías. Prueba de esa verdad de mentirijillas la tenemos encarnada ahorita mismo en la concejal pepona de Telde, o en la ex alcaldesa y su teniente (tenienta, dirán los bobos) de alcalde de Marbella, todas juntas y revueltas en la cárcel por llevarse unas cositas de más en sus respectivos bolsos. La política, como la corrupción, no tiene sexo (género lo llaman ahora otros que no saben lo que se dice). O los tiene todos: masculino, femenino y homosexual o zerolín (gay, por escribirlo en papanata, que es infralenguaje con mucho más futuro que el latín).

Similar pazguatada se suele decir de los jóvenes: “Para regenerar la política hay que dar paso a la juventud”. Pero no está escrito en ningún sitio que el joven, por el simple hecho de serlo, sea necesariamente más honrado que el veterano o el anciano. Sólo una cosa me aburre más que escuchar hablar a los políticos lugareños que llevan décadas en sus respectivos cargos: escuchar a los jóvenes políticos que están llamados a sustituir a aquéllos. El mismo discurso (es decir, la misma ausencia de discurso); las mismas frases hechas (“Yo estoy aquí a disposición de lo que decida el partido”... hasta el día que no decide lo que él quiere y se da al arte del transfuguismo; y un infinito e insustancial blablablá que es calcadito del blablablá de los más veteranos); la misma táctica de echar siempre la culpa al otro; la misma manera de no asumir nunca la responsabilidad en el error. Nauseabundo. Para viaje tan corto no hacen falta tantas alforjas... ni mujeres que actúan como hombres ni mocosos que imitan lo peor de los que ya se las saben todas en la política. No me sirven ni unos ni otros. Te los regalo.

NOTA AL MARGEN (o no tan al margen): Otra mujer, Marisol Cantero, me envía un correo electrónico para mostrar su desacuerdo con la modesta crítica que hacíamos aquí el pasado martes sobre el bodrio (la película, quise decir) Instinto Básico 2. En su alegato para defender lo indefendible utiliza ella, primero, una frase hecha, y termina con un innecesario anglicismo, del que no debe culpa porque me consta que el contagio hay que achacárselo a los malos críticos de cine, que son mayoría: “Para gustos hay colores, pero yo vi la película el día del estreno y me pareció, comparado con lo que hay ahora en las carteleras, un buen thriller”. Película de intriga quiso ella decir, supongo, aunque a mí no me intrigó nada. Desde el principio está claro quién es el criminal: el que le colocó la silicona a la tal Sharon Stone, que está para encarcelarlo. (de-leon@ya.com).