Máscara que desenmascara
MIGUEL ÁNGEL DE LEÓN
Hemos convertido también el Día de Difuntos y el Día de Todos los Santos en otro carnaval. Llámalo carnaval de otoño, por si quieres colocarle un apellido. Pero el nombre es lo de menos. Total, nada nuevo ni sorprendente bajo el oscuro sol del mal gusto y el papanatismo galopante, rebautizado por aquí abajo como la Fiesta o Noche de "Jálogüen", en libre traducción al cristiano.
Otra seña de (falta de) identidad más que hay que fortalecer, y por eso el muy nacionalista, céntrico pero descentrado Ayuntamiento de San Bartolomé se presta de mil amores a potenciar la carnavalada entre los inocentes escolares del municipio, allá por Playa Honda, para hundir del todo lo poco propio que nos va quedando. Debe ser cosa de la Concejalía de Cultura (de la cultura que nos falta, se sobreentiende), tan dada siempre siempre a reforzar "lo nuestro" de ellos (los gringos). Aymería. Agárreme usted ese cangrejo que va a por agua al mar, cristiano.
Si es una verdad aceptada por la mayoría la que afirma que la vida es un carnaval continuo, pues todos vamos disfrazados todo el rato -aunque algunos más que otros, valgan verdades-, no sé para qué caracho hay que caer en la redundancia de crear otro carnaval postizo, forzado y fingido. Pero la aculturación televisiva y cinematográfica (me niego a escribir globalización, ese maldito palabro más sobado que una barandilla) tiene razones que a la propia razón escapan.
Vivimos tiempos tontos, como es triste fama. Y precisamente por ello es política y periodísticamente correcto elogiar el carnaval (el que sea, el de febrero, el electoral, el navideño, el almodovariano), sin más y porque sí, pues se ha convertido casi en una obligación. Y el que no hiciera o hiciese ese elogio carnavalero constante es sospechoso, como mínimo y con mucha suerte, de ser cualquier cosa menos buena gente. Lo sé por propia experiencia, pues los que somos muy pocos enrollados y nada "chachis", al Cielo gracias, pasamos de ambas correciones: la política y la mediática, esas dos dictaduras mentales a las que nos negamos a someternos porque lo digan o impongan lo que llaman la mayoría social, que es un invento (o una exageración de la estadística, como dijo Borges) que ni sé con qué se come ni me interesa catarlo. Tanto es así que, a la mínima ocasión favorable, los anticarnavaleros aprovechamos por lo común esas celebraciones para salir a escape de esta pobre islita rica sin gobierno conocido y huir más lejos que cerca, como dicen los canarios viejos. Así nos ahorramos, del bolichazo, toda la murga: la propiamente carnavalera y la periodística al respecto de aquélla, que no sé yo a día de hoy cuál es peor o más dañina de las dos.
El dirigismo político ya lo abarca todo. En el carnaval/carnaval, llega incluso a las murgas, cuyos integrantes e intrigantes han terminado confundiendo la subversión con la subvención municipal. Y en este otro carnaval de finales de octubre y principio de noviembre hemos terminado cambiado la alta cultura teatral del Tenorio de Zorrilla por la bajeza infracultural de la calabaza hueca, gracias a cerebros privilegiados como el de los concejales gringobatateros. Como éramos pocos en casa, la abuela amenaza con parir trillizos, ya que de auténticas paridas hablamos.
En hablando de carnavaladas, lo tiene muy bien escrito Antonio Burgos: "El carnaval, que resistió en algunos lugares durante la dictadura [caso de Canarias], está sucumbiendo ante la otra dictadura de lo políticamente correcto y el aparato de propaganda del poder, subvencionado además y protegido por el dirigismo cultural de los ayuntamientos. La subversión entrega la cuchara ante la subvención en esta sociedad subsidiada. Ha muerto la transgresión".
¡Viva el "Jálogüen"! Hundamos toda la poquita identidad cultural que nos iba quedando en Playa Honda. Esto ya huele a muerto (nunca mejor dicho en estas fechas). (de-leon@ya.com).