Más mala que Mararía

Por Miguel Ángel de León

Anteayer fallecía el director de cine canario Antonio José Betancort. El realizador nacido en Tenerife había dirigido, entre otros pocos largometrajes y alguna producción televisiva, la película más cara (por lo costosa, no por lo querida) hecha en Canarias sobre una historia canaria: “Mararía”. Pero que la desgraciada y temprana muerte de Betancort no nos nuble el sentido crítico. Ya sabemos que todos los muertos son buenos y sus obras mejores aún. No participo de esa práctica del buenismo mortuorio o necrológico, aunque la entendamos como buenos modales elementales. “Mararía” es una película fallida de principio a fin. Lo dejamos escrito en esta misma sección el día de su estreno “internacional e intergaláctico” en Lanzarote y lo reiteramos hoy. A quien esto firma se le dijo entonces de casi todo menos batatero -que es lo único que soy- cuando osó señalar esa evidencia... hasta que tiempito después llegó a Lanzarote el intocable y sacralizado Rafael Arozarena, el autor del mítico librito del mismo nombre en el que en teoría se basaba “fielmente” la cinta, y dijo lo mismito, pizco más o menos, que aquí habíamos apuntado. Arozarena, en efecto, se cansó de renegar casi de esa obra suya que ha apagado o ensombrecido el resto de su producción literaria posterior, así como de la película del mismo nombre que se rodó en Lanzarote (fui testigo accidental de ese rodaje, cuando andaba todo el equipo por la vieja y enorme casona que sigue en pie entre San Bartolomé pueblo y La Florida).

Al elitista e insultante estreno (“internacional e intergaláctico”, como queda dicho) en Los Jameos del Agua sólo pudieron asistir los políticos de turno y sus familiares y amiguetes más próximos (me cayó en suerte una entrada, pero la devolví por vergüenza ajena). Y poco después la proyectaron en las salas comerciales de la isla, con rotundo fracaso de público, a pesar de los pesares y de las enormes expectativas que se habían levantado en toda Lanzarote por razones más que lógicas y comprensibles: muchos acudieron sólo a ver si se veían ellos mismos o sus conocidos en una película en la que habían intervenido como extras. Confieso, hoy como ayer, que nunca pude pasar más allá de la página 10 del libro del señor Arozarena Doblado (prefiero el original a las imitaciones, y para realismo mágico ya me basta y me sobra Gabriel García Márquez, por más y por mucho que el escritor tinerfeño ande jurando que tuvo guardada su novela en una gaveta desde mucho antes de que se produjera ese fenómeno literario que los anglimemos denominan "boom iberoamericano"), pero sí que soporté en su día de cabo a rabo esa película que aquí rebautizamos como “Mala-ría” (con perdón por el chiste fácil y el elemental juego de palabras), porque el bodrio es de los que hacen época. "La fotografía no está mal", recuerdo que decían los más benévolos a la salida del cine. Sólo faltaba eso: que con el paisaje lanzaroteño y a la esquina del siglo XXI, la fotografía también fuera o fuese mala. Cierto es que había una buena actriz en aquella película: una cubana que le dobla o triplica la edad a la actriz elegida como protagonista, que es conejera pero que nunca será Mararía. No lo digo yo, que nunca terminé de leer el libro, sino que lo dejó dicho desde un principio el propio Arozarena, a quien nunca le terminó de convencer la elección de la paisana Goya Toledo, puesto que el escritor concibió a la protagonista de su novela -y cito literalmente sus palabras- como "una mujer anciana y espigada". Ya digo, la cubana (Mirta o Mirtha Ibarra creo recordar que se llama, si mi escasa memoria cinéfila no me engaña).

La lamentable muerte de Antonio Betancort ha refrescado mi convencimiento de que la novela no es tan buena como nos la ha querido vender cierta crítica literaria asaz complaciente, pero lo que no admite dudas es que la película es peor aún. Mitificaciones aparte, la verdad es la que es, así la diga Agamenón, su porquero o este simple batatero. (de-leon@ya.com).