Manual del buen columnista

Ni una frase de relleno. Ni siquiera una palabra de más (ni de menos, pero esto ya es secundario). Cada expresión, un latigazo, pero nunca empuñando el látigo o el rebenque con la misma mano: ora con la izquierda, ora con la derecha, más tarde con ninguna, otro día con ambas. Pon todos los músculos a trabajar: el que desarrolla el humor, el de la épica, el del dato aparentemente intrascendente, el de la cita de los que escriben mejor que tú, el que reactiva la ironía, el que mantiene vivo el bendito escepticismo; todos despiertos cuando tus dedos revienten el teclado del ordenador. Y, si lo tienes -no es estrictamente necesario-, activa también el cerebro... aunque hay columnistas descerebrados muy célebres. Ya los conocemos todos, no tengo que recordártelos si eres del gremio o pretendes apuntarte a la cofradía.

Cada titular, un guiño que atrape al lector saturado o potencialmente indiferente. No coloques el título como quien se pone los zapatos, por obligación o mera inercia. Es tu carta de presentación. Es tu mejor reclamo. Te sirve, si dominas ese difícil arte de nombrar, para agarrar al lector por la pechera o el cogote. Pero si la fachada es buena, el interior, el resto de los párrafos, ha de ser aún mejor... o no volverá nadie a picar en el anzuelo o reclamo del subrayado. Una novela la escribe cualquiera. Lo complicado es el título. Ahí te la juegas. Con la columna, igual.

Huye del chiste fácil, del trazo grueso, de la escatología supuestamente graciosa. Ya sé que hay lectores que se ríen todavía con la versión adulta del “caca, pedo, pis” de los chinijos, pero esos lectores no te valdrán de nada porque no son fieles y te traicionarán todo el rato con la tele, que es su sitio o corral habitual, donde se revuelcan más a gusto.

No aplaudas nunca, ni loco, ni en broma ni borracho la gestión de ningún político al que le pagas el sueldo. Nadie escribe columnas para ensalzar el trabajo bien hecho del carpintero que le hizo como es debido la puerta del garaje. ¿A qué viene entonces elogiar en público a un teórico servidor tuyo?

Lo demás (la valentía, el arrojo, la coherencia, el pizquito de ética), ya te lo supongo, como el valor en la mili hasta que no se demuestre lo contrario cuando entres en combate (por ejemplo en los Juzgados, el Cielo no lo quiera).

Ah, y lo principal: lee. Léetelo casi todo. Y cuando te canses de leer, sigue leyendo. A los buenos (hay muchos en la prensa española, doy fe lectora), a los malos (como estás haciendo ahorita mismo) y a los peores de tu oficio de tinieblas. No hagas como los periodistas de las últimas hornadas: que no te dé vergüenza que te vean con un periódico bajo el brazo. Arranca las páginas de publicidad, regálale las de economía al que se sienta a tu lado en la guagua, ríete un rato con los titulares deportivos (y más ahora, que hay motivo por partida doble para la alegría futbolística en España).

No le des más patadas a tu principal herramienta de trabajo, que es el idioma. Si no lo respetas, te faltas al respeto a ti mismo. ¿Qué pensarías de un futbolista que rompe la pelota; qué dirías de un sacerdote que reniega de Cristo? Deja el uso y el abuso de los innecesarios e injustificados anglicismos para los que no saben escribir ni tienen sentido del ritmo literario, ni les repugna el pelo en la sopa ni la mosca en el vaso de leche. No imites al loro repitiendo sonidos que no son tuyos por el simple hecho de que ese cacaraqueo esté de moda (la moda es la cultura de los que no tienen otra cultura que llevarse a la boca).

No abuses de las muletillas y de las frases hechas (excepto cuando son de tu propia cosecha y aportan originalidad o gracia). Si te da por lo neologismos, que sean entendibles a la primera para cualquier vecino. Nunca escribas en clave si esa clave sólo la conoces tú y la parienta, pues estafas o desprecias al lector que te dedica un tiempo que a lo peor tampoco le sobra. Y, en hablando de tiempo, lo más importante: nunca, nunca, nunca escribas una columna con prisa y a la carrera, como estoy haciendo yo con ésta después de recibir la llamada de la directora del periódico allá a las tantas de la tarde del jueves. No se le puede hacer caso a alguien que escribe contra reloj. No se puede decir nada interesante en algo que se ha escrito en diez minutos. Olvida, pues, todo lo que has leído hasta aquí abajo y escribe lo que te dé y como te dé la real gana. [Vale, Paqui, ya te lo mando...]. (de-leon@ya.com).