Libertad de prensa

Por Miguel Ángel de León

Con motivo del artículo "Llanto por el periodismo", publicado el viernes 11 de noviembre en esta misma columna impresa y digital, recibo en la dirección de mi correo electrónico que se adjunta justo al final de estas líneas un buen puñado de misivas virtuales firmadas por otros tantos compañeros de distintos y distantes medios de comunicación asentados principalmente en Lanzarote, salvo tres mensajes llegados desde Gran Canaria (2) y Tenerife (1). Casi todos los comentarios que veo y leo en la bandeja de entrada vienen a decir, con otras palabras, lo mismo que aquí habíamos dejado escrito, pizco más o fisco menos. Pero algunos, firmados por dos redactoras (descuiden ambas, no daré los nombres ni bajo tortura), coinciden en tildar de exagerada la visión negativa que se ofrecía de la actualidad periodística o mediática insular. Están en su perfecto derecho a creer que los profesionales gozan de total libertad para hablar de sí mismos, de los medios y de las empresas o instituciones que los controlan, aunque no deja de resultarme asaz llamativo, aparte del feliz autoengaño, que ambas redactoras sean las mismitas que cada vez que les he propuesto debatir en público sobre esta concreta y delicada cuestión se han rajado alegando mil y una excusas. También ahí están en su perfecto derecho.

Pero sigue siendo, para mi gusto y para el de muchos ciudadanos que me lo sugieren cada vez con más insistencia, uno de los grandes debates pendientes en la isla, el que nunca se ha abordado en público, el que (casi) nadie parece querer plantear: el de la situación actual de los medios informativos locales y sus actores.

Algunos llevamos años intentando afrontar el reto, coger por los cuernos ese toro bravo, difícil y escurridizo, que a poco que te descuides puede acabar corneándote e hiriéndote incluso de muerte (profesional). Pero no hay manera. O, como dicen en algunas zonas de la Península, no hay tu tía. No hay forma humana de convencer a más de dos para encarar abiertamente ese inédito debate ante la propia sociedad a la que se dirigen esos mismos medios y periodistas, columnistas y démás creadores de opinión, que los llaman.

¿Cómo es que los teóricos adalides o abanderados de la tan cacareada y casi nunca vista libertad de expresión y de prensa tienen miedo a hablar de la misma?

Es una verdad aceptada por muchos pero finalmente asumida por pocos: el único crédito del informador es su credibilidad. Y con motivo de recientes acontecimientos que se han producido en esta misma y pobre islita rica sin gobierno conocido muchos lectores, oyentes o telespectadores han descubierto al menos dos cosas, y ambas malas: que hay periodistas que no respetan a su propia audiencia, cuya inteligencia insultan con sus bruscos cambios de posicionamiento o su parcialidad manifiesta, y que hay periodistas que no se respetan ni siquiera a sí mismos.

Pero si la consigna es que hay que seguir mirando para otro lado, o escondiendo la cabeza como el avestruz, todos a ello y aquí no ha pasado nada. Y esto que acaban de leer sólo ha sido fruto de su imaginación. (de-leon@ya.com).