Jueces y primarias
Miguel Ángel de León
Algunos damnificados agradecieron el artículo que publicábamos aquí, semanas atrás, bajo el título: “Soy abogado: esto es un atraco”, mientras que otros lectores o letrados me dijeron de todo menos batatero, que es lo único que me consta que soy a ciencia cierta. Hoy tiro por elevación y me centro en los magistrados. Un respetito ahí, porque esto ya son palabras mayores.
Los jueces españoles (jueces valientes, como el soldadito español) llevan años dando la vara con lo de su subida salarial y amenazando veladamente, incluso, con la convocatoria de una huelga laboral que, en realidad o en buena teoría, no pueden convocar. Como casi todo hijo de vecina, los magistrados también quieren más dinero, no vaya a ser que con la miseria que cobran actualmente (porque en eso están como los pilotos de Iberia, viviendo casi de prestado) no les llegue a fin de mes para las pipas y el cine. Y mientras los jueces piden más dinero, el resto de la gente pide más justicia de la buena, sobre todo ante las corrupciones (las que sean: políticas, económicas... y hasta judiciales, que también las hay, como sabemos o intuimos por mano de otros afamados jueces como Pascual Estevill o Gómez de Liaño).
Como el que predicaba en el desierto, seguimos reclamando desde la noche de los tiempos leyes adecuadas y castigos más o menos disuasorios. Es lo menos que podemos pedirle al sistema democrático que dicen que disfrutamos todos, aunque unos más que otros, valgan verdades y visto lo visto. Teóricamente (qué bonita queda siempre la teoría, vive Dios), ley y sanción parecen garantizar que las malas acciones no van a realizarse. Y el pueblo, y sobre todo los juristas y expertos de la cosa, hablan de la eficacia de tipificar los delitos y aparejarles la correspondiente sanción. Total, que las medidas legales y punitivas parecen ser lo más inteligente que se nos ocurre para acabar o intentar arrancar de cuajo esa suerte de mal especialmente doloroso que es el que nace de la voluntad humana. Palabras y más palabras, al fin y al fallo (nunca mejor dicho lo de fallo), porque desde hace siglos sabemos que las leyes garantizan bien poco, no proporcionan excesiva seguridad, y hecha la ley hecha la trampa, como avisa la sabia intuición popular. Las leyes pueden eludirse o manipularse, como es triste fama.
Es probable que Felipe González Márquez exagerara o exagerase en su día un fisquito al hablar -literalmente- de jueces descerebrados. Posteriormente, Julio Anguita (que quiso pagar personalmente la fianza impuesta a Gómez de Liaño, si ustedes recuerdan o hacen memoria) los llamó algo todavía peor, puesto que llegó a hablar incluso de presuntos delincuentes, que ahí es nada la “denominación de origen”. Pero que la Justicia va proa al marisco, en cualquier caso, lo duda cada día menos gente en España, por mucho o por más flamantes palacios de Justicia de estrenemos en Lanzarote o en Villaconejos de Abajo. Y mala cosa es cuando ya no nos queda ni siquiera esa garantía. Claro que si todo eso se corrige con una simple pero jugosa subida salarial, procédase con ella y dispongámonos a vivir a partir de entonces en el más justo de los reinos posibles.
No sé yo si hay mucha gente dispuesta a creerse eso de que aumentándoles el sueldo a los jueces aumentará la Justicia. Para mí es casi tanto como tragarse la otra cantinela de que con la celebración de las primarias en el PSOE de Arrecife -un suponer- se garantiza que salga elegido el candidato/a a la Alcaldía que prefieren los militantes a los que a veces toman por militontos. ¿Y una de indios no se saben? (de-leon@ya.com).