Intelectuales de cartón

La atentísima azafata me ofrece el periódico del día, pero ya lo había leído durante la tarde. Y, como cuando soy osado soy el ser más osado que conozco, le digo que prefiero que me preste el libro que lleva en el bolsillo, que ya se lo devolveré al final del vuelo (casi dos horas y media después). La muchacha accede gustosa (al menos a mí me lo pareció, a lo peor porque ella es muy buena actriz y ya está hecha a mostrar buena cara a los pasajeros pejigueras), y me deja el libro “El periodismo canalla y otros artículos”, de Tom Wolfe (Editorial Punto de Lectura, para más señas).

Con motivo de la publicación de su última novela, y sobre todo a raíz de la segunda victoria electoral de George W. Bush que no había previsto ni de lejos ni por asomo ningún maldito sondeo engañabobos (recordemos el patinazo/portada de “El País” dando por vencedor a su rival, “según las encuestas a pie de urna”), ya había leído varias entrevistas en los periódicos con este padre del denominado nuevo periodismo, porque resulta casi imposible abstraerse de sus palabras y pasar la página cuando ves esos titulares en los que Wolfe se ríe a carcajadas de los demócratas y los falsos progres -que diría don José María Aznar López, padescanse- americanos y europeos. Al día siguiente de la segunda victoria electoral de Bush, por el que había apostado abiertamente el autor de marras por aquella otra razón de que nadie es perfecto, el tipo se plantó en el Aeropuerto Kennedy de Nueva York para ver cómo abandonaban en masa el país todos los intelectuales que habían prometido hacerlo en el caso de que se hiciera o hiciese realidad esa mayoría republicana que no vaticinaba la demoscopia ni ningún sociólogo enteradillo.

Hay que reconocerle al tal Wolfe -posicionamientos políticos y forma de vestir de figurín al margen- que escribe muy bien, lo cual empieza a ser noticia viniendo de un periodista, con esa mala leche tan típica de los periodistas de raza gringos, que también en Estados Unidos están ahora en evidentísimo peligro de extinción (al contrario que en España, donde ya no queda ninguno). Ya quisieran muchos presuntos "progres" llegarle no más que a la suela de sus lustrosos zapatos, a fe mía.

Puestos a pedir, le pido a la camarera (a la azafata, quise decir) papel y bolígrafo no más que para apuntar algunos párrafos como el que sigue, en el que crucifica a la autora, fallecida hace unos años, Susan Sontag (muy amiga de nuestro paisano conejero de Portugal José Saramago, y visitante fugaz, tiempito atrás, de la Fundación César Manrique): "La expresión genocidio cultural era ingeniosa. El verdadero broche de oro lo puso una tal Susan Sontag en un artículo publicado en 1967 titulado Qué le pasa a Estados Unidos. Ella escribió que la raza blanca es el cáncer de la historia de la humanidad, la que con sus ideologías e invenciones erradica a las poblaciones autónomas conforme gana terreno, con lo cual ha alterado el equilibrio ecológico y ahora amenaza incluso la existencia de la vida en el planeta. )Y quién era esa mujer? )Quién y qué? )Una antropóloga y epidemióloga? )Una reconocida autoridad en historia de las civilizaciones del mundo, una erudita con una capacidad de síntesis semejante a la de Max Weber? En realidad, sólo se trataba de otra escritorzuela que se pasaba la vida acudiendo a actos de protesta y subiendo con torpeza al estrado, pertrechada con su estilo prosístico, una mujer que tenía un adhesivo de aparcamiento preferente en Partisan Review. Acaso constituye un ejemplo excepcional para ilustrar la frase de McLuhan sobre el hecho de que la indignación confería dignidad al necio. Al fin y al cabo, tener siquiera una somera idea de aquello sobre lo cual se hablaba carecía de importancia..." Así de combativos vienen los reaccionarios de ahora. Pero, en esta hora triste, prefiero quitarle hierro a la degradada y degradante realidad recordando a aquella otra afamada periodista y presentadora de televisión que, ante la amenaza del escritor al que estaba entrevistando de proceder a leer un soneto suyo, le hizo una sabia sugerencia al literato:

-Lea usted el soneto. Pero que sea cortito, por favor...

Cortito, como el alcance cultural de los intelectuales de cartón de estos tiempos de perdición catódica que padecemos. Cortito, a la altura del prestigio -que no de la fama hueca- de la presentadora o boba alegre de marras. (de-leon@ya.com).