El perro
Por Miguel Ángel de León
El granadino Manuel Benítez Carrasco nació en 1922 y nos dejó un 26 de noviembre de 1999, casi ayer. Fue/es uno de los poetas en nuestra lengua menos valorados y más olvidados, en hablando de la literatura de masas. Eso que se pierden las masas, que suelen tener el (mal) gusto en la telebasura y allá donde prima el ruido sobre las nueces. Ahora que mi pobre perro tiene ya los días contados (es casi veinteañero, que es tanto como si fuera un hombre centenario), recuerdo los versos del vate andaluz sobre el perro cojo: "Con una pata colgando,/ despojo de una pedrada,/ pasó el perro por mi lado./ Un perro de pobre casta,/ uno de ésos, callejero,/ pobre de sangre y estampa/ que nacen en los rincones/ de perras tristes y flacas,/ destinados a comer basura/ de plaza en plaza./ ¡Y qué tristes ojos tienen!,/ ¡qué recóndita mirada!,/ como si en ella pusieran/ su dolor a media asta./ Compañero, si los hay,/ amigo donde los haya./ (...) El perro me entiende,/ sabe que maldigo la pedrada/ dura que le destrozó la pata,/ y él, con el rabo,/ me dice que agradece la lástima".
Tal parece el retrato de mi chucho moribundo, a fe mía, al que le quedan apenas unos telediarios. Se ha quedado definitivamente ciego y casi sordo, aunque también este año de 2006 se asustó y le ladró -o intentó hacerlo, muy apagado- a los voladores de la víspera de San Bartolomé, a finales del pasado mes de agosto. Puede que a mí me quede incluso menos vida que a él, suponiendo que lo mío sea vida, que ya es mucho suponer. Pero él ya es muy viejo, aunque tenga muchos menos años que yo (¡quién pillara los veinte del perro!). Yo le tengo hecha incluso la necrológica al animalito. Así, de antemano, que es como se suelen hacer estas cosas en la prensa cuando la persona -o animal- está a punto de abicar. Y a veces publico trozos de la misma, por si me muero yo antes y se me queda el perro sin perro que le ladre ni burro que le cante. El obituario principia así: Se me murió el perro. El que me devolvía la infancia con sólo mirarlo, porque siempre miro al perro con ojos de chinijo. Como el perro cojo de la canción, "Ya estaba mi pobre perro/ muerto de las cuatro patas,/ y hasta el cielo de los perros se fue,/ anda que anda,/ las orejas de relente/ y el hociquito de escarcha". Me lo había regalado un amigo cuando yo andaba por los veinte y pocos. No era un perro especialmente inteligente. En eso se parecía a su amo. Y era tirando a feo, como su amo. Pero era mi perro, con lo que ya me basta para lamentar ahora su muerte.
Siempre tuve perro. Perros sin casta, pues no me atraen los perros con tres apellidos. No creo en purasangres o razas puras, así sea en los perros como en los hombres. Pollabobadas necionalistas, endogámicas, egocéntricas y etnomaníacas, las justitas. Mi perro no conoció perra, en el sentido bíblico de la expresión. Quizá por eso vivió tanto y tan bien, sin mayores quebraderos de cabeza. Así es que ha muerto virgen, en parte por su culpa, en parte por culpa mía, que lo paseé muy poco. Vengo a decir que el animalito apenas hizo vida social -casi como su amo-, ni entabló grandes relaciones con sus congéneres. Y nunca mordió a nadie. No sé si yo puedo decir lo mismo.
Sí, sólo era un perro callejero y descastado. Pero se lleva con su muerte (la muerte que ya le ha sobrevenido en vida) parte de mí y de mi mala memoria. Ya sé por qué escribió Benítez Carrasco que está la noche agujereada. (de-leon@ya.com).