El cerebro del abogado
MIGUEL ÁNGEL DE LEÓN
Todos tenemos momentos tontos. Todos decimos boberías. Obviedades propias de toletes o de políticos en permanente celo electoral. O de abogados, que también sueltan disparates dignos de una antología. Esto último lo reconocen ellos mismos, como acaba de hacer -un suponer- la propia revista del Colegio Oficial de Abogados de Madrid, que se hace eco de algunas de las preguntas más tontas hechas por sus propios colegiados en diversos juicios. Entresaco apenas algunas de ellas, ahí seguidito:
-¿A qué distancia estaban uno del otro los vehículos en el preciso momento en el que se produjo la colisión?
-Estuvo usted allí hasta que se marchó. ¿No es cierto?
-¿Estaba usted presente cuando le tomaron la foto?
-¿Fue usted el que murió en la guerra o su hermano menor?
Tampoco tienen desperdicio, para mi gusto, algunas de las preguntas y respuestas que se cruzan abogados y testigos:
-Cada una de sus respuestas debe ser verbal. ¿De acuerdo? ¿A qué escuela fue usted?
-Verbal.
-Doctor, ¿cuántas autopsias ha realizado usted sobre personas fallecidas?
-Todas mis autopsias las realicé sobre personas fallecidas.
-¿Recuerda usted la hora en la que examinó el cadáver?
-La autopsia comenzó a las 8:30 de la mañana.
-¿Y el cadáver ya estaba muerto en ese momento?
-No, estaba sentado en la mesa preguntándome por qué estaba haciéndole la autopsia. (El juez se ve obligado a poner orden en la sala, ante las carcajadas de todos los presentes).
-Doctor, ¿antes de realizar la autopsia verificó si había pulso?
-No.
-¿Verificó la presión sanguínea?
-No.
-Verificó si había respiración?
-No.
-¿Entonces es posible que el paciente estuviera vivo cuando usted comenzó la autopsia?
-No.
-¿Cómo puede usted estar tan seguro, doctor?
-Porque su cerebro estaba sobre mi mesa, en un tarro.
-¿Pero podría, no obstante, haber estado vivo el paciente?
-Es posible que hubiese estado vivo y ejerciendo de abogado en alguna parte.
IN NOMIME PATRIS ET FILII ET SPIRITUS SANCTI
Regresan las misas en latín. Dicen que así lo quiere el Papa, Benedicto XVI. No recuerdo habérmelas gozado (es un decir) nunca, ni siquiera allá cuando chinijo, aunque dicen los más viejos del lugar que tenían su encanto, y estoy convencido de ello, pues nuestra lengua madre es magnífica para la actuación en público. Ya de mayorcito creí estar asistiendo a una misa en latín en la Catedral de Barcelona, pero no era tal. La misa la estaban dando en catalán, que a mí por aquellas fechas -durante mi primera visita a la Ciudad Condal, allá por los primeros años de la década de los 80 del siglo pasado- me sonaba igualmente a latín. Me cuentan que, allá cuando aquellas misas en la misma lengua en la que se vio obligado a manejarse también Nuestro Señor Jesucristo, los curas oficiaban de espaldas a la feligresía, y llevaban la coronilla pelada con la tonsura. Total, que vestían como curas. Ahora los curas visten como usted y como yo. Y ya no es lo mismo. ¿Cómo vamos a mirar igual al sacerdote que te habla en latín y de espaldas que al que te habla como el fontanero de la esquina? Se pierde la magia y el misterio. Razones. (de-leon@ya.com).